La semana que se cierra, Junts anunció una ruptura definitiva con el Gobierno de Sánchez, presentando enmiendas a la totalidad contra más de 50 leyes y rechazando los Presupuestos de 2026. Sin embargo, una cosa es lo que predica y otra lo que hace en la práctica. En el Congreso de los Diputados, los siete representantes del partido de Puigdemont han apoyado algunas normas salidas de Moncloa, como el final de la prórroga de las centrales nucleares. El PP pretendía alargar la vida de las instalaciones productoras de este tipo de energía y Junts lo ha impedido con su abstención. “Ya habíamos negociado cambios favorables para Cataluña y no podíamos hacer otra cosa”, aseguran fuentes del partido independentista.
La portavoz del grupo parlamentario, Míriam Nogueras, ha mostrado su rostro más duro en la ruptura tras llamar “cínico e hipócrita” a Pedro Sánchez. Pero al mismo tiempo justifica su apoyo a proyectos legislativos determinados. “Que nadie se emocione. Esta es una de las pocas leyes que permitiremos aprobar porque el acuerdo estaba cerrado hace tiempo”. Todo ello mientras los tribunales europeos han venido a avalar la polémica ley de Amnistía a los líderes soberanistas implicados en el procés, que en su día soliviantó y mucho a la derecha española. Este escenario favorece a Sánchez, que una vez más hace gala de su famosa baraka. Cuando más acorralado parece el presidente del Gobierno, más suerte parece tener. El discurso rupturista de Nogueras, su postureo para parecer más dura que Silvia Orriols –la líder ultrasoberanista de Aliança Catalana que le está comiendo territorio electoral a Junts (emulando a Vox con el PP)– no llega en buen momento, cuando Europa está sancionando la plena constitucional y el acierto político de la ley de Amnistía.
Esta semana, Junts ha lanzado una operación de imagen (marketing político) para marcar distancia con el PSOE y reforzar su perfil independentista, pero al mismo tiempo no quiere aparecer como un partido que bloquea mejoras sociales o económicas que benefician a Cataluña. Y en ese dilema se mueve ahora la formación de Puigdemont. Esa contradicción, esa incoherencia, la percibe el electorado de derechas catalanista, que ya mira a la ultraderechista y xenófoba Aliança como una opción aceptable.
Nogueras ha defendido que las últimas votaciones a favor de leyes del Gobierno es algo que llevan haciendo desde el año pasado, al tiempo que insta a Sánchez a terminar con “la política del titular”. “Casi el sesenta por ciento de la energía de Cataluña proviene de energías nucleares. O no sale luz o la vamos a tener que pagar más cara. Con una enmienda no se soluciona, entonces no entendemos la euforia del PSOE, el problema sigue existiendo, aunque miren hacia otro lado”, esgrimió. Perfecto. Pero los siete diputados de Junts tragando y pasando por el aro, como no podía ser de otra manera, ya que en un momento de cambio climático como el que nos enfrentamos mal hubiese entendido el electorado posconvergente votar en contra de una medida que avanza en la urgente y necesaria transición ecológica.
A menudo se presenta a Sánchez como un personaje arrodillado a quien el hombre de Waterloo tiene cogido por sus partes. Pero por momentos parece justo al revés. Hay, cuando menos, un síndrome de dependencia mutuo. Es cierto que al romper públicamente con el presidente del Gobierno español, Junts aumenta su capacidad de negociación. Cada apoyo puntual se convierte en un recordatorio de que el Ejecutivo central depende de ellos. Pero luego llega el momento de votar una ley emanada de Madrid buena para Cataluña y Junts vuelve a caer en una nueva contradicción. El discurso oficial es de ruptura (“S’ha acabat”), pero la práctica parlamentaria es flexible. Todo ello contribuye a enviar un mensaje público al electorado independentista catalán: Junts se muestra duro y firme frente a Madrid. Otra cosa es lo se pacta entre bambalinas, en petit comité. Ahí el lenguaje no es tan belicoso y resulta fácil llegar a acuerdos.
La conclusión no puede ser otra que Junts está sobreactuando. Su rupturismo con el sistema evidencia un gesto político indomable, pero su apoyo selectivo a ciertas leyes de Moncloa delata la estrategia pragmática. Los de Puigdemont buscan mantener la presión sobre Sánchez, marcar perfil independentista y, al mismo tiempo, evitan aparecer como un partido que bloquea leyes beneficiosas para Cataluña. Cuando la extrema derecha española arrecia, la realidad se impone sobre la estrategia: o se está con los neofranquistas (mal negocio para el soberanismo catalán), o se está con las opciones democráticas representadas por la izquierda española. Por ahí, Puigdemont tiene las manos atadas y con escaso margen de movimiento.
Nogueras insiste en que su formación sigue siendo “coherente”, pero esa coherencia flaquea, hace aguas por todas partes, y coloca a Junts como una especie de PP a la catalana. Con su anuncio de ruptura, los de Puigdemont han querido meterle un rejonazo a Sánchez, como suele decirse, pero por lo visto no ha servido más que para hacer más fuerte al inquilino de Moncloa, que desde ahora gobernará a golpe de decreto ley. Además, el presidente socialista podrá alegar que el PSOE trajo paz y amnistía a Cataluña, dejando en evidencia la deslealtad de los posconvergentes. Nogueras se lo pone en bandeja de plata al Gobierno para que pueda tirar de ese discurso victimista tan recurrente cuando Sánchez se siente acorralado por las derechas (“toda la fachosfera está contra mí, que soy el último bastión de la democracia”). Le guste o no a Puigdemont, de alguna manera y mal que le pese, sigue amarrado al sanchismo.
