El rey Juan Carlos asegura en Reconciliación, su libro de memorias recién publicado, que nunca en su vida demostró “tanta autoridad” como cuando el 23 de febrero de 1981 obró contra el golpe de Estado. Sin embargo, algunos datos siguen sin cuadrar. Por ejemplo, dos meses antes del golpe, el padre del rey emérito, Don Juan, cenó con uno de los militares implicados en el levantamiento, Milans del Bosch, en casa de un amigo común. Allí, el general le anunció que antes de jubilarse sacaría “los tanques a la calle”, una amenaza que el Conde de Barcelona trasaladó a su hijo, aunque este lo interpretó como una “bravuconada”. Según cuenta el propio emérito, “respetaba enormemente” al militar y lo consideraba “leal a la Corona”. De ser cierta la versión del rey emérito, este dato sería fundamental, ya que la Casa Real sabía del ruido de sables en los cuarteles y no hizo nada por abrir una investigación para detener a los autores y depurar responsabilidades. De alguna manera, el rey emérito dejó hacer pese a las advertencias de su padre sobre lo que se estaba tramando.
Asegura el monarca que fue consciente de que “la historia de España se jugaba en ese momento preciso”, al que se enfrentó con “el teléfono como única arma” para defender la joven democracia. En aquella asonada, sobre la que aún tiene “preguntas y dudas sobre el desarrollo de los hechos y el compromiso de algunos”, el rey emérito estima que, de las once capitanías generales, “la mitad apoyaba la rebelión, pero no osaba desobedecerle” porque era “un rey constitucional, pero sobre todo el jefe de las fuerzas armadas, su antiguo compañero de armas y había sido designado por Franco”. Se deduce que el rey emérito guarda todavía un cierto rencor hacia el general Armada, que, según él, le traicionó.
Una actitud que, asegura, mantuvo en todas las conversaciones telefónicas que tuvo durante la asonada con el “traidor” Alfonso Armada, tal como lo define en el libro. “Aquella larga noche no hubo uno sino tres intentos de golpe de Estado: el del teniente coronel Tejero y del general Milans del Bosch, el más conocido y visible; el de Armada, muy doloroso en el plano personal; y el de los falangistas que querían sumarse para volver al orden franquista”, asegura. “Aquella noche mi obra política estaba en juego y el destino de los españoles estaba en mis manos”, agrega Juan Carlos I, cuyo mandato se extendió de 1975 a 2014.
Reconoce que era consciente de que “el descontento crecía en los cuarteles”, pero “estaba lejos de imaginar que se tramaba un golpe”, y prueba de ello, dice, es que la víspera estuvo cazando a unos 50 minutos de Madrid y que esa misma tarde estuvo jugando una partida de squash en Zarzuela con su amigo Miguel Arias. Fue sobre las seis de la tarde cuando subía a su habitación para cambiarse cuando oyó “estupefacto” y “aterrado” los disparos en el Congreso a través de la radio.
El arma del teléfono
Esa tarde y larga noche, el rey la pasó, además de con Arias y con la reina Sofía y su hijo Felipe (entonces de 13 años), con el secretario general de la Casa Real, su fiel Sabino Fernández Campo, quien logró contactar con Tejero y le ordenó que depusiera su plan, pero le “colgó” antes de terminar la frase. El primer reflejo del rey fue llamar al jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, José Gabeiras, quien le propuso ir con Armada, con quien estaba, a Zarzuela a darle explicaciones, algo que le “chirrió” y rechazó. Enseguida, asegura, se instaló en él la duda sobre si Armada “jugaba un doble juego” y, por eso, en ningún momento le autorizó a visitarle y prohibió su acceso a Zarzuela: “Si insistía en estar a mi lado era sin duda para comprometerme y hacer creer que apoyaba el golpe de Estado”.
En aquellas horas, en las que su teléfono “no cesaba de sonar”, hubo una llamada proverbial, la de la diputada socialista catalana Anna Balletbò, la única liberada por los militares por estar embarazada de gemelos, quien consiguió su número gracias al president catalán Jordi Pujol. Balletbò le facilitó los detalles sobre el golpe y sobre la situación en las Cortes, algo que nadie conocía fuera del hemiciclo y que le dieron “una idea de la situación”. Desde entonces fueron amigos y es el padrino de sus gemelos.
El mensaje a la nación
Juan Carlos I, que relata también las peripecias del conocido episodio sobre la grabación de su mensaje a la nación, recuerda su última conversación con Armada, quien le llamó para pedirle permiso para ir a negociar con Tejero. “No te doy ningún permiso, y no vayas en mi nombre”, le dijo. Aun así, fue. “Imagino que se veía como presidente (del Gobierno)”, baraja.
El rey rememora que a las 2.30 horas de la mañana del 24 de febrero de 1981 preguntó por tercera vez a Milans del Bosch por qué no obedecía sus órdenes. “Era muy cabezota”, y solo a las 4.30 horas los tanques volvieron a los cuarteles. A las 7.00 horas de la mañana, escucharon ruidos fuera de la Zarzuela y la reina Sofía pensó inquieta que eran los tanques “que vienen a buscarnos”. Pero era el tráfico de la gente yendo a trabajar y Juan Carlos I le pidió llevar a sus hijos al colegio como “cualquier otra mañana”.
