Abstención en Extremadura, la salida más digna y efectiva para el PSOE

El PSOE de Pedro Sánchez parece empezar a entender que para frenar a la extrema derecha el único camino real, sin demagogias y sectarismo, es el entendimiento y el consenso con el PP

24 de Diciembre de 2025
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Sanchez abstención Guardiola
Pedro Sánchez y María Guardiola | Foto: Pool Moncloa

La política autonómica española se ha convertido, en los últimos años, en un espejo de las tensiones nacionales. Pocas comunidades lo ilustran mejor que Extremadura, donde la gobernabilidad ya no es solo una cuestión aritmética, sino un dilema estratégico para el PSOE, sobre todo tras la debacle del pasado domingo. La posibilidad de que el partido facilite un gobierno del PP encabezado por María Guardiola, evitando así la dependencia de Vox.

Desde una óptica de análisis político, la respuesta parece cada vez menos ambigua. Y no solo porque Ferraz y Moncloa no se oponen a esa fórmula, sino porque Extremadura ofrece un caso paradigmático en el que el PSOE regional puede reforzar su credibilidad democrática sin renunciar a su identidad.

Cordón sanitario como coherencia, no como concesión

El principal argumento para facilitar la investidura de Guardiola es de naturaleza estructural: impedir que Vox condicione el poder ejecutivo en una comunidad donde su peso electoral era limitado, pero ahora decisivo en términos parlamentarios. El PSOE lleva años defendiendo, explícita o implícitamente, la necesidad de aislar a la extrema derecha del gobierno. No hacerlo cuando está en su mano sería interpretado, dentro y fuera de Extremadura, como una incoherencia estratégica.

A diferencia de otros territorios, aquí no se trata de una gran coalición ni de un pacto programático, sino de una abstención técnica que permitiría gobernar a la lista más votada sin hipotecar el Ejecutivo a un socio ideológicamente radicalizado. En términos de relato político, el PSOE no “regala” el poder: evita un mal mayor.

Ferraz y Moncloa: neutralidad activa

El hecho de que la dirección federal del PSOE y el Gobierno central no se opongan a esta salida no es un detalle menor. Al contrario, revela una lectura pragmática del momento político. En Ferraz parece que empiezan a ser conscientes de que la lucha contra Vox no puede limitarse al discurso: requiere decisiones incómodas, especialmente en los territorios.

Desde Moncloa, además, se observa con preocupación el efecto contagio de los gobiernos de coalición PP-Vox en las comunidades autónomas. Cada Ejecutivo regional condicionado por la ultraderecha refuerza su normalización institucional y desplaza el eje del debate político hacia posiciones más duras en inmigración, igualdad o memoria democrática. Extremadura podría ser, en este contexto, la excepción que confirme una estrategia distinta.

Responsabilidad frente al sectarismo partidista

Para el PSOE de Extremadura, la tentación de bloquear al PP y forzar su acuerdo con Vox es comprensible desde una lógica sectaria. Pero esa estrategia tiene costes. Primero, porque traslada al PSOE la corresponsabilidad política de un eventual gobierno radicalizado, aunque no forme parte de él. Segundo, porque erosiona una tradición regional marcada por el pragmatismo y el consenso institucional, especialmente en una comunidad históricamente dependiente de la estabilidad política para atraer inversión y sostener servicios públicos.

Facilitar la investidura de Guardiola permitiría al PSOE ejercer una oposición nítida pero responsable, centrada en políticas concretas y no en la confrontación sectaria. Es una posición que, paradójicamente, puede reforzar su perfil como alternativa de gobierno a medio plazo, especialmente si el PP se ve obligado a gobernar en minoría y negociar cada ley.

María Guardiola y el margen de la moderación

Otro factor relevante es la propia figura de María Guardiola. Su resistencia inicial a pactar con Vox (más allá de cómo se resolviera finalmente tras la imposición de Feijóo) la sitúa en un espacio político distinto al de otros barones del PP que asumieron sin complejos la entrada de la extrema derecha en sus gobiernos. Para el PSOE, facilitar su investidura sería también una forma de premiar la moderación relativa frente al alineamiento automático con Vox.

No se trata de blanquear al PP, sino de fijar incentivos: quien se aleja de la ultraderecha encuentra vías de gobernabilidad; quien la abraza, se aísla políticamente.

Más allá de Extremadura

Más allá de su impacto autonómico, una abstención del PSOE de Extremadura que permita un gobierno del PP sin Vox tendría una proyección directa sobre la política nacional. No como precedente mecánico, cada territorio tiene su aritmética, sino como marco mental alternativo frente a la dinámica dominante de bloques irreconciliables. En un sistema político crecientemente fragmentado, el mayor riesgo ya no es la alternancia, sino la ingobernabilidad crónica y la normalización de los extremos.

La política española sufre hoy una doble patología: polarización (la reducción del debate a identidades enfrentadas) y atomización (la proliferación de minorías de veto que encarecen cualquier acuerdo). Extremadura ofrece una vía de salida: acuerdos de responsabilidad asimétrica, donde un partido no gobierna ni cogobierna, pero facilita estabilidad para evitar escenarios peores.

El mensaje nacional sería claro: no todos los desacuerdos exigen bloqueo, ni toda diferencia ideológica desemboca en coaliciones contra natura. Si el PSOE demuestra que puede permitir gobiernos de centro-derecha sin extrema derecha, el incentivo se desplaza. El PP tendría razones para competir por la centralidad, no por la radicalización; y Vox perdería su condición de socio inevitable, clave para frenar su capacidad de chantaje parlamentario.

Este enfoque introduce un cordón sanitario operativo, no retórico: no se prohíbe, se desincentiva. Quien se acerca a posiciones moderadas encuentra pasillos de gobernabilidad; quien se abraza a los extremos, se topa con muros.

La experiencia extremeña sugiere que despolarizar no es diluir diferencias, sino reordenarlas. Un PSOE que facilite investiduras sin Vox, o que se dé cuenta de que el camino para salvar a la democracia pasa por llegar a acuerdos con el PP,  no renuncia a la confrontación programática; la reubica en el Parlamento, en los presupuestos, en las leyes. Es una oposición más exigente y más eficaz, porque obliga al gobierno a negociar y a rendir cuentas, sin convertir cada votación en un plebiscito identitario.

A escala nacional, este método rebajará la temperatura sin sacrificar el conflicto democrático. La política dejaría de ser una suma de vetos cruzados para convertirse en una competencia por mayorías horizontales, donde el acuerdo pragmático deja de ser anatema.

En un Congreso cada vez más fragmentado, la lección extremeña apunta a una idea clave: mayorías funcionales frente a coaliciones rígidas sustentadas por el sometimiento del gobernante a minorías. La estabilidad no exige bloques cerrados, sino reglas compartidas para evitar dependencias extremas. Trasladado al ámbito estatal, implicaría explorar abstenciones técnicas, pactos de investidura sin cogobierno y acuerdos por materias, reduciendo el poder de minorías de bloqueo.

No se trata de una gran coalición permanente, sino de arquitecturas flexibles que permitan gobernar sin convertir cada legislatura en una crisis existencial del sistema.

Finalmente, la proyección nacional de Extremadura sería también pedagógica. Enseñaría que la democracia representativa no se agota en “ganar o perder”, sino en administrar responsabilidades. Que abstenerse puede ser un acto político mayor cuando preserva el pluralismo y evita la captura del poder por actores iliberales.

En un tiempo de ruido, fragmentación y fatiga cívica, gestos de este tipo reconstruyen la confianza en la política como arte de lo posible, no como guerra de trincheras. Extremadura, lejos de ser periferia, podría convertirse en laboratorio de una política nacional menos crispada y más funcional.

Facilitar un gobierno de María Guardiola sin Vox no sería una derrota para el PSOE de Extremadura, sino una apuesta estratégica con beneficios claros: coherencia ideológica, responsabilidad institucional y alineamiento con la estrategia federal. Con Ferraz y Moncloa mirando sin objeciones, el margen político existe.

La política no consiste sólo en ganar el poder, sino en decidir quién no debe ejercerlo. Extremadura ofrece al PSOE la oportunidad de demostrar que esa distinción sigue siendo relevante.

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