Los discursos de odio de Vox cristalizan en el terrorismo de La Base

Expertos advierten de que la xenofobia y la hostilidad hacia los colectivos minoritarios son el primer paso en el proceso de radicalización de los jóvenes

02 de Diciembre de 2025
Actualizado el 03 de diciembre
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Un policía detiene a uno de los integrantes de La Base en Castellón
Un policía detiene a uno de los integrantes de La Base en Castellón

La célula de la organización terrorista La Base, desmantelada por la Policía Nacional en Castellón, demuestra el gravísimo problema al que se enfrentan las democracias occidentales. Hablamos de un grupo extremadamente violento, armado y listo para atacar en cualquier momento. Además, sus conexiones internacionales la hacían especialmente peligrosa.

The Base (La Base) fundada en 2018 y con ideología supremacista blanca, nazi y aceleracionista (ideología que busca colapsar las instituciones democráticas mediante la violencia), no es ninguna broma. La Policía les seguía la pista desde hacía tiempo y ha tenido que intervenir cuando la posibilidad de un atentado era inminente y real. Tenían objetivos concretos y estaban dispuestos a ejecutarlos. Personajes mediáticos de izquierdas, políticos, colectivos en defensa de la igualdad sexual, comunidades judías e islámicas: la lista de posibles víctimas era amplia.

La Base se inspira en el terrorismo yihadista. Radicalizan a sus adeptos en las redes sociales y crean y organizan células durmientes que pueden despertar en cualquier momento, como ya ocurrió con los atentados de Atocha, para atentar con escasos medios. Mínimo gasto, máximo rendimiento. Esa es una de las máximas de La Base, que con un activista armado con una pistola o un cuchillo de cocina puede sembrar el pánico en una ciudad. No tienen nada que ver con ETA, una organización terrorista mucho más estructurada que contaba con vías de financiación, dinero, recursos y cobertura política.  

Los detenidos en Castellón poseían armas de fuego, munición, material paramilitar y literatura nazi como el Mein Kampf (si el yihadista se radicaliza con una interpretación del Corán mal entendida, los neonazis de La Base siguen al pie de la letra los escritos de Adolf Hitler). La operación se saldó con tres arrestos, incluido el líder en España, que ha ingresado en prisión. Ahora bien, más allá de los detalles de la operación policial cabe preguntarse cómo influyen los discursos de odio que fluyen en las sociedades modernas en el rebrote del terrorismo supremacista.

Todos los expertos coinciden en que los terroristas siguen una evolución, un proceso de radicalización que comienza con discursos políticos que insisten en la “guerra cultural” contra los enemigos de la patria: la izquierda, el inmigrante, el feminismo, la diversidad sexual y el ecologista que denuncia el cambio climático. Toda esta agresividad se termina normalizando e interiorizando en las narrativas de exclusión. Lo vimos el pasado fin de semana, cuando nostálgicos del régimen anterior acosaron, en plena calle y a plena luz del día, a una periodista de Televisión Española que cubría las manifestaciones franquistas frente a Ferraz.

Sin duda, la extrema derecha abona el caldo de cultivo para la violencia con varios efectos como la legitimación simbólica (cuando partidos con representación parlamentaria difunden mensajes contra minorías, los grupos extremistas perciben que sus ideas están legitimadas y deben tener su eco en la esfera pública); la idea de pertenencia a un grupo hermético y cerrado que se defiende, en una especie de “gueto digital” o informático, contra esos enemigos (los miembros de estas bandas se retroalimentan en redes sociales y pueden pasar de simpatizar con discursos políticos extremos a integrarse en comunidades clandestinas más violentas); y la polarización social (la insistencia en que existe una “batalla cultural” contra valores democráticos genera un marco mental de confrontación, que los grupos terroristas aprovechan para justificar la violencia como “defensa” de su identidad). Una filosofía nefasta que tiene en el supremacismo racista (ideología que considera a las demás razas como seres inferiores), su sello de identidad. Siempre se puede ir más allá en la fanatización.

Partidos como Vox operan dentro de la legalidad democrática (son tolerados por la Constitución, que no es militante, y por la Justicia, que admite el derecho a la libertad de expresión y de pensamiento), aunque sus discursos son cuestionados por su carácter rupturista, antisistema y ultra. El odio que destilan permea la sociedad hasta pudrir valores democráticos como la convivencia pacífica, la paz social, la tolerancia y la igualdad. Cuando Vox apuesta por expulsar a millones de inmigrantes del país está plantando la semilla de la violencia futura. La frontera entre discurso teórico y acción se difumina cuando el lenguaje político normaliza la idea de enemigos internos o externos, creando un terreno fértil para que células terroristas recluten y se justifiquen.

Grupos como The Base cruzan la línea desde la tribuna hasta el campo de batalla. Transitan desde la política hasta lo paramilitar. Transforman la “guerra cultural” en la guerra de siempre. Asumen el derramamiento de sangre como medio para obtener sus fines políticos. Llevan los postulados delirantes de la extrema derecha hasta sus últimas consecuencias. Todo ello con la tolerancia de la derecha tradicional. Los partidos conservadores y liberales tienen una gran responsabilidad en el resurgimiento del neonazismo violento. Cuando el PP decide mantener una relación institucional con Vox está haciendo suyos los postulados de la extrema derecha. En lugar de arrinconar esta ideología perniciosa para la sociedad, la blanquea y le da poder. En lugar de ponerle un cordón sanitario al embrión del fanatismo, pacta con él, le da cuotas de poder y lo legitima.

La desarticulación de The Base muestra que la violencia supremacista no surge en el vacío, sino en un ecosistema donde los discursos de odio circulan y se amplifican. La clave está en reforzar la educación crítica, la vigilancia de redes sociales y la defensa de valores democráticos para evitar que la “guerra cultural” se convierta en violencia real.

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