De un tiempo a esta parte han proliferado las patrullas vecinales contra la delincuencia en nuestro país. Y ya no son casos aislados. Están por todas partes. ¿Se trata de una psicosis injustificada, de la respuesta de unos ciudadanos que se sienten abandonados por su Gobierno y por el Estado, de la manipulación de grupos de extrema derecha empeñados en agitar el avispero de las redes sociales contra la democracia? Quizá estemos ante un escenario complejo con múltiples factores en juego. Pero lo cierto es que las patrullas vecinales han nacido y crecido alimentadas por discursos de odio y al amparo de las plataformas digitales y redes sociales bajo un denominador común: el malestar de una parte de la ciudadanía ante el fenómeno de la delincuencia.
Las cifras oficiales no hablan de un repunte en el número de delitos. Es más bien al contrario: España sigue siendo uno de los países más seguros según todos los informes de organismos internacionales. Tal como informa el Institute for Economics & Peace, ocupamos el puesto número 25 en el ranking mundial de 2025 del Índice de Paz Global, por delante de países como Italia, Francia y Reino Unido. Además, según el Observatorio Securitas Direct, el 76,89% de los españoles considera que este es un país seguro, aunque más de la mitad cree que ha disminuido la seguridad en los últimos dos años. No obstante, España sigue por encima de la media europea en percepción de tranquilidad. El informe analiza la seguridad en hogares y negocios, así como la confianza en las instituciones. Y prestigiosas revistas como Forbes recuerdan que nuestro país se sitúa en el puesto 32 en el ranking de países más seguros del mundo. Todos los datos invitan a la tranquilidad y, sin embargo, cunde la sensación de que no se puede salir a la calle sin que le asalte a uno un encapuchado.
España es un país seguro. Entonces, ¿a qué se debe esta fiebre repentina por la inseguridad? Sin duda, el discurso apocalíptico y catastrofista de partidos antisistema como Vox ha calado hondo en algunas capas de la sociedad. Hay quien está empeñado en transmitir la idea de que vivimos en un Estado fallido, de que la Policía ya no se atreve a entrar en según qué barrios y de que Pedro Sánchez es el gran culpable de la situación (cuando todos los presidentes de la democracia se han enfrentado a cifras muy similares sobre delincuencia).
Sea como fuere, cada vez son más los vecinos que se organizan en barrios y municipios para vigilar y prevenir delitos, una práctica totalmente desaconsejada por los expertos en seguridad. Generalmente lo hacen en horarios nocturnos con el objetivo de disuadir la comisión de delitos como robos, ocupaciones de vivienda y actos de vandalismo. No están revestidos de autoridad policial, pero actúan como observadores y vigilantes para alertar a las fuerzas de seguridad si detectan actividades sospechosas. Por fortuna, aún estamos lejos de esas patrullas ciudadanas que pululan en algunos estados de EE.UU, donde los vecinos patrullan con fusiles de asalto con el apoyo de la Administración Trump. Pero sin duda estamos ante un fenómeno emergente, una moda que llega del mundo yanqui, y para comprobarlo basta con echar un vistazo a las noticias de los medios de comunicación:
Fresno de Torote (Madrid): Este pequeño municipio ha implementado patrullas privadas y colaboración vecinal para combatir la ocupación de inmuebles.
Ponteareas (Galicia): Vecinos organizaron patrullas para vigilar zonas forestales tras repetidos robos de madera. Su acción permitió detener a los responsables.
Barrios de Barcelona y Cataluña: en zonas con altos índices de robos violentos, como Barcelona, se han multiplicado las patrullas vecinales como respuesta al malestar ciudadano por la inseguridad. Cataluña es la comunidad que concentra los once municipios con más robos con violencia de España. En respuesta, han proliferado patrullas vecinales en barrios como Ciutat Vella, Nou Barris y Sant Martí.
Barajas (Madrid): Vecinos han formado rondas nocturnas improvisadas ante lo que, según ellos, es una falta de respuesta institucional frente al movimiento okupa y la delincuencia. En el Metro de Madrid, y también en Barcelona, en zonas con alta actividad de carteristas, algunos ciudadanos han comenzado a patrullar estaciones y vagones para disuadir robos, especialmente en horas punta.
Gran Canaria: tras el aumento de altercados relacionados con la inmigración y la falta de recursos, algunos barrios han formado patrullas para vigilar las calles, aunque esto ha generado tensiones sociales.
Justicia por su mano
Estas patrullas no están amparadas legalmente, lo que genera debate sobre su legitimidad y los riesgos de que terminen convirtiéndose en batidas de linchadores que se toman la justicia por su mano. Algunos expertos y medios de comunicación de la derecha las consideran un síntoma del fracaso del Estado a la hora de garantizar la seguridad ciudadana. Pero esa interpretación interesada y exagerada no tiene fundamento racional. España cuenta con algunos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado más eficaces del mundo en la resolución de delitos. Y la inseguridad ciudadana no suele figurar en los primeros puestos en el ranking de preocupaciones más importantes de los españoles, donde sí se encuentran problemas como la vivienda, la polarización política, la situación económica, la calidad de empleo, la Sanidad pública y la corrupción. Es evidente que alguien ha logrado colocar un relato falaz que nada tiene que ver con la realidad. Interesa trasladar que los criminales y violadores campan a sus anchas por la calle. De nuevo, estamos ante una estrategia política calculada que encuentra respuesta en algunos ámbitos de la ciudadanía.
En cualquier caso, en los últimos meses se ha observado un aumento significativo de patrullas vecinales en distintas partes del país, especialmente en zona rurales y allí donde los robos y agresiones han repuntado en cierta manera. La idea de las patrullas suele surgir de asociaciones vecinales o grupos espontáneos que se coordinan por redes sociales o aplicaciones de mensajería. En Barcelona, algunos residentes denuncian que el alcalde no toma medidas y que la delincuencia está desbordada. “Estamos hartos de robos, peleas y ocupaciones. Si no lo hacen ellos, lo haremos nosotros”. “Cuesta mucho movilizar a las personas. Cuando hemos llegado a este punto, es por algo”, asegura un vecino que participa en estas rondas nocturnas. Curiosamente, todo esto ocurre cuando partidos xenófobos como Aliança Catalana, un partido político de extrema derecha e independentista que amenaza con dar el sorpasso a Junts y colocarse como tercera fuerza política, gana adeptos con su discurso nacionalista y antiinmigración.
Miedo e inseguridad
En el municipio madrileño de Fresno de Torote, otro vigilante vecinal asegura: “Aquí no entra nadie sin que lo sepamos. Nos cuidamos entre todos”. Los vecinos se han manifestado con panderetas, cacerolas y silbatos para denunciar el aumento de peleas y robos con violencia. Muchos madrileños han comprado ya el discurso catastrofista de Isabel Díaz Ayuso, empeñada en transmitir la idea de que la España de Sánchez es un caos donde no se puede pasear por la calle.
Está comprobado que la extrema derecha influye en las patrullas vecinales al promover discursos de miedo, xenofobia y desconfianza institucional, instrumentalizando la inseguridad para ganar apoyo político. Los grupos ultras aprovechan el miedo y la inseguridad. En contextos de crisis económica, recortes sociales o aumento de la delincuencia, partidos como Vox se presentan como la única solución frente a una democracia que no funciona, fomentando patrullas vecinales como respuesta directa a la supuesta inacción del Estado. Además, los ultras difunden discursos de odio. En ciudades como Ourense, colectivos como Frente Obrero han sido denunciados por criminalizar la pobreza y promover patrullas en barrios empobrecidos, generando tensión y enfrentamientos. En general la estrategia de estos grupos consiste en disfrazar de amplio movimiento ciudadano algo que tiene que ver con sectores muy minoritarios de la sociedad. En Barcelona, asociaciones vecinales alertan que grupos de extrema derecha se infiltran en conflictos locales para lanzar mensajes contra inmigrantes y desviar la atención de problemas estructurales. Incluso se organizan comandos de “vigilantes” antimigrantes. En varios países europeos, se ha documentado la aparición de patrullas organizadas por extremistas que persiguen a migrantes, acusándolos de delitos sin pruebas y actuando fuera de la ley.
Antipolítica
Todo ello lleva a la estigmatización de colectivos vulnerables. Estas patrullas suelen enfocarse en jóvenes migrantes, especialmente musulmanes, reforzando prejuicios y alimentando la islamofobia. La falta de regulación y el sesgo ideológico pueden derivar en agresiones, abusos y enfrentamientos entre vecinos. De fondo hay una deslegitimación de las instituciones democráticas. Al promover la idea de que el Estado ha fallado, se erosiona la confianza en la policía, la justicia y los servicios sociales.
Los vecinos que se asocian suelen estar bien organizados. Se comunican a través de grupos de WhatsApp o Telegram, los canales más comúnmente utilizados para coordinar horarios, rutas y alertas. Los vecinos comparten información sobre movimientos sospechosos o incidentes en tiempo real y establecen turnos rotativos. También refuerzan las batidas y ronda en fines de semana, cuando hay mayor percepción de riesgo. Algunos grupos usan chalecos reflectantes, linternas y walkie-talkies para patrullar, aunque no portan armas ni actúan como agentes de seguridad. En torno a estos grupos se crea la ficción de soledad frente a un enemigo común, lo que refuerza el sentimiento de pertenencia a una tribu. Así las cosas, el miembro o integrante de la patrulla se siente como parte de una civilización ordenada frente a la barbarie, el justiciero frente al criminal, el héroe frente al villano. Vive el delirio de que es alguien importante para su comunidad, un elegido con una misión crucial que cumplir, quizá un patriota. Mientras tanto, los influencers y gurús de la extrema derecha los alientan desde los canales de Youtube.
Eficacia policial
En cuanto a la colaboración con la policía, suelen informar a las fuerzas del orden sobre actividades sospechosas. En algunos casos, la policía ha reconocido su utilidad como complemento ciudadano. Pero en general, las patrullas ciudadanas sirven para poco. Apenas previenen contra la comisión de delitos y rara vez la ganan la partida a las bandas organizadas, mucho más especializadas. Podría decirse que desde el punto de vista policial no constituyen un instrumento de primer orden en la lucha contra el delito y solo cumplen una función: tranquilizar a una población reducida, de ámbito local, y trasladar una falsa sensación de seguridad. Más allá de eso, las autoridades advierten de que patrullar la calle puede resultar peligroso para unos vecinos sin formación en tareas policiales. Unas simples charlas de barrio sobre derechos, primeros auxilios y cómo actuar ante delitos sin intervenir físicamente es poco bagaje para enfrentarse a un crimen cada vez más complejo y organizado.
Ciertamente, no hay datos que permitan concluir que España se ha convertido en un país inseguro. Pero el miedo, la rabia y el rencor alimentados por sectores reaccionarios cunden en la sociedad. Un caldo de cultivo perfecto para el auge de la extrema derecha.
