Que un directivo gane más de cien veces el salario medio de su empresa ya no es una anomalía estadística, sino una pauta. El último informe de Oxfam sobre las grandes corporaciones españolas pone cifras a una dinámica conocida: el crecimiento económico convive con una distribución interna de la renta que concentra valor arriba y lo diluye abajo, incluso en compañías con resultados sólidos.
El dato es contundente: la persona mejor pagada de las grandes empresas españolas cobra, de media, 111 veces más que el salario medio de su plantilla. Traducido a tiempo vital, quien percibe ese sueldo intermedio necesitaría más de un siglo de trabajo para alcanzar lo que un máximo ejecutivo obtiene en un solo ejercicio. No es una metáfora, es una desproporción estructural.
El informe, centrado en las 40 mayores compañías por ingresos, no apunta a casos aislados. Una de cada tres supera con holgura la ratio de 100 a 1. En algunas, como Prosegur, Inditex o CIE Automotive, la distancia se dispara hasta niveles que cuestionan la lógica interna de la organización salarial. No se trata solo de cuánto se gana arriba, sino de cómo se ordena el conjunto.
Crecer no basta
España no atraviesa una recesión. El crecimiento agregado es real y sostenido, pero su traducción salarial es profundamente desigual. La mitad de las personas asalariadas no supera una vez y media el salario mínimo anual, en torno a los 24.000 euros. En paralelo, los costes básicos (vivienda, energía, alimentación) han consolidado un umbral de precariedad que ya no afecta solo a los márgenes del mercado laboral.
Que el 30% de la población declare que sus ingresos no le permiten vivir con dignidad no es una anomalía coyuntural. Es el resultado de una arquitectura salarial que no acompasa productividad, beneficios y remuneraciones. Y en ese esquema, las grandes empresas no actúan como amortiguador, sino como amplificador.
La remuneración media de la persona mejor pagada en estas compañías alcanzó los 4,4 millones de euros en 2024. En más de un tercio de los casos superó los cinco millones y en algunos rebasó los diez. Iberdrola, Santander e Inditex encabezan un listado que ilustra hasta qué punto la alta dirección se ha desvinculado del resto de la estructura salarial.
No es irrelevante que en casi un tercio de estas empresas la media de la alta dirección supere el millón de euros anual. La cuestión no es solo el volumen, sino la normalización de una élite retributiva que se autorregula sin apenas referencias internas ni externas.
Desigualdad dentro de la empresa
Paradójicamente, las grandes corporaciones pagan salarios medios un 63% superiores a la media nacional. Es decir, no son las peor remuneradas en términos absolutos. Pero es precisamente en ellas donde la distancia interna es mayor. La desigualdad no se explica solo por salarios bajos, sino por techos salariales cada vez más altos que se separan del resto.
Este fenómeno no es neutro. Impacta en la cohesión interna, en la percepción de justicia distributiva y en la capacidad de las empresas para presentarse como actores socialmente responsables. La brecha no es un efecto colateral: es un rasgo del modelo.
Género: la desigualdad dentro de la desigualdad
A la fractura salarial general se superpone la de género. En las grandes empresas, las mujeres cobran de media un 8,16% menos que los hombres por trabajos equivalentes. En los salarios medios, la brecha asciende al 18,2%, en línea con la media nacional. La desigualdad no se corrige con tamaño ni con facturación.
La menor presencia femenina en los puestos mejor remunerados explica buena parte de esta distancia. En términos prácticos, implica que las mujeres deben trabajar una hora y media más para obtener el mismo salario. La igualdad formal convive con una desigualdad material persistente, incluso en entornos que presumen de políticas avanzadas.
Redistribuir sin dramatizar
Oxfam plantea medidas concretas: limitar la ratio entre el salario más alto y el mediano, reforzar la transparencia retributiva con indicadores auditables y acelerar el cierre de la brecha de género. No son propuestas rupturistas ni ajenas al debate europeo. Apuntan a un principio básico: la empresa no es solo un espacio de generación de beneficios, sino también de reparto del valor creado.
El dato de que el 68% de la ciudadanía cree que las empresas pueden reducir la desigualdad revela una expectativa social clara. La distancia entre esa percepción y la práctica empresarial es hoy uno de los factores que alimentan la desafección económica y política. La brecha salarial ya no es una cuestión técnica ni un debate académico. Es un elemento central del contrato social contemporáneo. Y se juega, cada vez más, en el interior de las grandes empresas.