Las denuncias de acoso sexual contra Adolfo Suárez han causado conmoción. El último icono de la Transición española cae irremediablemente. El rey Juan Carlos y sus devaneos con Hacienda, Felipe González y su traición al socialismo, Jordi Pujol y su 3 per cent… Solo quedaba la figura incólume de Suárez que parecía intocable. También ese mito se ha derrumbado.
El papel del primer presidente de la democracia española y símbolo de la Transición se ve hoy cuestionado tras una denuncia por agresiones sexuales continuadas en los años ochenta. Lo que ha trascendido es ciertamente muy grave. El pasado 9 de diciembre, una mujer denunció ante la Policía Nacional haber sido víctima de “abusos continuados” (“con abuso de superioridad e intimidación”) por parte del expresidente del Gobierno entre 1983 (cuando ella tenía 17 años), y 1985.
En la denuncia, la mujer cuenta que conoció a Suárez el 23 de noviembre de 1982 (cuando ya había dejado de ser presidente del Gobierno y tenía 51 años), informa Efe. A partir de ese momento, la víctima declara que se produjeron diversos encuentros en el despacho del político, a los que siempre era citada y recibida por un secretario y una secretaria, a los que nombra como el señor Amores y Gádor, respectivamente. Efe asegura que ha intentado contactar con la secretaria para contrastar estos hechos, pero no ha obtenido respuesta.
Según consta en la denuncia, el 4 de marzo de 1983 afirma que Suárez se abalanzó sobre ella en un sofá, la besó y le tocó el pecho sin consentimiento y la obligó a hacerle una felación. Cuenta otros episodios de violencia sexual entre 1983 y 1985, uno de ellos en la casa del político. “Desde ese momento mi vida cambió y yo también. (…) No sabía cómo gestionar esa situación, no me atrevía a decir nada en casa, ellos estaban ilusionadísimos con mi amistad con ese señor, se creían que tenía el futuro resuelto. No podía romper con esa relación de la noche a la mañana. También tenía muchísimo miedo, pensaba que era un hombre con mucho poder y que si me negaba a lo que él quería podría arruinarme más la vida”, se lee en el escrito.
La mujer explica que da el paso de denunciar, aunque Suárez haya muerto y los delitos hayan prescrito, porque “pese al tiempo transcurrido” toda su vida ha sufrido las consecuencias de los hechos que denuncia y una revictimización constante ante el relato público que ensalza la figura del político, en medios de comunicación y series de televisión. La Policía Nacional, tras recibir la denuncia, la remitió a los juzgados de Plaza de Castilla en Madrid donde está pendiente de reparto a un juzgado concreto.
Adolfo Suárez (1932–2014) fue presidente del Gobierno entre 1976 y 1981, clave en el paso del franquismo a la democracia. Su papel en la legalización de partidos políticos, la Ley para la Reforma Política y las primeras elecciones democráticas de 1977 lo convirtieron en un símbolo de consenso y modernización. La historiografía y la cultura política española lo elevaron como “hombre providencial” de la Transición, reforzando un relato mitificado. Hoy ese tótem también empieza a desmoronarse, lo que nos lleva a pensar que no solo la Transición no fue tal como nos la habían contado, sino que quienes la llevaron a cabo, como actores principales, tampoco eran lo que aparentaban.
La líder de Podemos, Ione Belarra, ya ha instado al Gobierno y al Congreso a retirar todos los reconocimientos institucionales de Adolfo Suárez tras haberse presentado la denuncia. En rueda de prensa en el Congreso, ha reclamado, en primer lugar, eliminar su nombre al aeropuerto de Barajas y retirar también todos los bustos y cuadros del expresidente. Belarra ha agradecido la valentía de la víctima al dar un paso adelante y denunciar a un hombre que ha recibido los más altos reconocimientos políticos en el país y ha cuestionado cómo se ha construido el poder en el país durante años. “Cuántos padres de la democracia, cuántos hombres de Estado que han subido a un pedestal, que nos han dicho que había que admirar, que había que reconocer, que había que citar, en realidad eran agresores sexuales y pedófilos que han construido su poder sobre ese pacto de caballeros y sobre una cantidad ingente de privilegios”, aseguró Belarra.
Ahora que nos encontramos en plena ola de denuncias de mujeres abusadas, un Me Too político a la española, sale a relucir esta sórdida historia sobre Suárez que viene a abrir un debate sobre la mitificación de líderes políticos y cómo la memoria oficial puede invisibilizar abusos. El caso conecta con una crítica más amplia: la cultura de la violación y la impunidad en figuras públicas, donde la admiración política eclipsa la violencia ejercida en lo privado. La caída del mito de Suárez no borrará su decisivo papel en la Transición, pero sí obligará a replantear cómo se construyen las memorias colectivas y qué lugar ocupan las víctimas en ellas. La historia española entra en una fase de revisión crítica, donde los símbolos ya no se aceptan sin cuestionamiento.
