La ruptura del acuerdo de gobernabilidad entre el Gobierno de coalición y Junts es un hecho consumado. Carles Puigdemont deja a Pedro Sánchez en situación de debilidad, vulnerabilidad y fragilidad y ni siquiera va a poder sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado. “Vamos a hacer oposición”, ha asegurado el expresident de la Generalitat, molesto con los incumplimientos socialistas en materia de amnistía, financiación singular para Cataluña y de idioma cooficial en las instituciones europeas.
Ahora bien, en algunos medios ya se habla de la famosa “pinza” entre la derecha española y el nacionalismo catalán, como ya ocurrió en el pasado. De hecho, esa pinza ya ha comenzado a tomar forma en el Congreso de los Diputados con votaciones coincidentes entre PP y Junts, advertencias públicas y una posible moción de censura en el horizonte. “Sánchez tiene más pasado que futuro”, ha advertido el líder popular, sabedor de que la celada está preparada y Junts vuelve a acercarse al PP. Atrás quedan los años del procés, el 155, la desconexión sentimental entre las derechas. Hoy los intereses vuelven a ser comunes, los objetivos compartidos. El Partido Popular atraviesa por un mal momento con Vox arañándole votos en las encuestas, una situación muy parecida a la que vive Junts con Aliança Catalana, el partido ultra independentista que amenaza con darle el sorpasso.
Aunque PP y Junts mantienen diferencias ideológicas profundas (especialmente en política territorial), ambos partidos parecen haber encontrado un territorio común donde entenderse: su oposición frontal a Pedro Sánchez. A la patronal CEOE de Garamendi le provoca urticaria grave cada vez que Yolanda Díaz acomete alguna reforma laboral y social. Tampoco a la derecha catalana le produce una sensación agradable esas alegrías socialdemócratas. Esa amargura antisocialista es compartida por los brazos políticos del poder financiero, o sea PP y Junts, en Madrid y Barcelona. Hay motivos para pensar que la llamada “pinza” está trabajando ya a pleno rendimiento. Al principio todo se hizo con el máximo sigilo. Ahora ya no disimulan.
¿Pero cómo se fraguó el pacto? En realidad no hubo un solo momento ni un solo lugar, sino que este procés a la inversa ha sido el resultado de una serie de coincidencias tácticas y estratégicas que se han ido consolidando en los últimos meses. Coincidencias en los pasillos del Congreso de los Diputados, donde Míriam Nogueras ha jugado un papel fundamental como emisaria de Carles Puigdemont ante los primeros espadas y prebostes del PP. Ahí, en la Cámara Baja, es donde se ha ido graduando la sintonía de onda entre ambos partidos. Pero ha habido otras coincidencias en negociaciones secretas y contactos, tanto en España como fuera de nuestras fronteras. La situación judicial de Puigdemont, que sigue en busca y captura por orden de la Justicia española, ha obligado a llevar ese diálogo a dos bandas con la máxima discreción, unas veces en las instituciones comunitarias en Bruselas, otras en Waterloo (residencia en el exilio del expresident), y siempre en Perpiñán (Francia), donde el dirigente independentista ha establecido su cuartel general y base de operaciones a la espera de que la ley de amnistía le permita retornar de nuevo a Cataluña. Resulta difícil entender que dos partidos, hasta hace no mucho, enemigos irreconciliables (el PP por haber promocionado la catalanofobia, el boicot a los productos catalanes y el “a por ellos, oé”, grito de guerra de los antidisturbios enviados a reprimir el referéndum; Junts por su odio irreprimible hacia todo lo español) hayan terminado entendiéndose. Pero así es la política: hace extraños compañeros de cama. Hoy, aunque no exista una alianza plasmada por escrito entre PP y Junts, sí podría decirse que hay un pacto tácito en determinadas cuestiones y gestos informales de acercamiento, especialmente en temas que permiten erosionar la mayoría parlamentaria de Sánchez.
Convergencia de intereses
La famosa pinza no es una coalición formal, sino más bien una convergencia de intereses que se ha ido fraguando en distintos espacios: institucionales, internacionales y mediáticos. Además, la narrativa de la “pinza” ha sido amplificada por ciertos sectores mediáticos y políticos, que ven en esta coincidencia de intereses una oportunidad para forzar un cambio de ciclo. El término recuerda a la estrategia que en los años 90 unió al PP e IU contra el Gobierno de Felipe González.
De cara a la galería hay teatrillo y postureo. Todo se niega, nada se confirma. Puigdemont jura y perjura que no quiere nada con el PP mientras en Génova dicen haberse tomado la ruptura de los indepes con el Gobierno “con escepticismo”. El propio Feijóo, en una entrevista, ha afirmado tajantemente: “No voy a ir a Waterloo ni a ningún sitio a negociar con él”. En esa misma línea argumental, fuentes del partido aseguran: “No nos vamos a mover, que llamen ellos si quieren”. Sin embargo, algo hay. Y no solo algo, puede haber mucho más de lo que parece. Si Puigdemont se está dejando querer por Feijóo es porque las conversaciones están muy avanzadas de cara a una futura investidura del dirigente gallego popular. Esa investidura podría llegar después de unas elecciones anticipadas (ya derrotado Sánchez por falta de apoyos en el Congreso) o por una moción de censura. En ese caso, todo estará hablado de antemano y muchas de las cosas que Sánchez ha ofrecido a Puigdemont se las ofrecerá también Feijóo al líder soberanista. Un referéndum no vinculante a medio plazo sobre la independencia de Cataluña estaría encima de la mesa. En el PP siempre negarán que se está hablando sobre esa consulta ciudadana. Pero se está hablando.
La bomba antisanchista está programada y solo falta por saber cuándo va a explotar. Mucho dependerá de cómo evolucionen los casos de corrupción abiertos en los tribunales. Si se precipitan los acontecimientos, Puigdemont apretará el botón. Mientras tanto, desde el Gobierno de coalición se asegura que va a intentar mantener el diálogo abierto con Junts apelando a la “voluntad de cooperar” y defendiendo que “a Cataluña le sienta bien este Gobierno”. Sin embargo, también ha advertido de que un cambio de rumbo podría suponer una “involución” de la mano de PP y Vox.
 
     
    