En el Día de la Hispanidad, el jefe de la oposición presume de no tener a nadie de su entorno imputado, pero evita hablar de los contratos a dedo de la Xunta con la empresa de su hermana y los privilegios cruzados que apuntan al corazón de su partido.
Corte institucional sin contrapunto
El escenario era el habitual: desfile militar, recepción en el Palacio Real, preguntas blandas y respuestas a gusto del consumidor. En ese marco, Alberto Núñez Feijóo aprovechó el corrillo con periodistas para esbozar una defensa encubierta de su propia inocencia, sin que nadie se la hubiese cuestionado de forma directa. “Estoy animado porque mi pareja no está en el juzgado, mi hermana tampoco y mi número dos no está en la cárcel”, soltó. Lo que pretendía ser una réplica a Pedro Sánchez terminó por volverse contra sí mismo, al exhibir con torpeza los temas que le incomodan.
Porque no, su pareja no está en el juzgado. Pero el entorno político y económico que lo sostiene, sí empieza a tener problemas para explicar el desmesurado volumen de contratos sin concurrencia pública que empresas vinculadas a su familia están recibiendo desde que dejó la Xunta.
La compañía en la que trabaja su hermana ha recibido más de 1,8 millones de euros en contratos menores sólo en el año 2024, la mayoría desde organismos controlados por el PP gallego. Y en lo que va de 2025, ya van más de 60 adjudicaciones a dedo, sin licitación abierta. No hay ilegalidad probada, pero sí una acumulación de favoritismos reiterados, una opacidad sistemática que atraviesa departamentos y legislaturas. Si la transparencia no es un requisito, el mérito parece no serlo tampoco.
Adjudicar, repetir, justificar
El modelo de funcionamiento político que Feijóo dejó consolidado en Galicia se sostiene, entre otras cosas, en la contratación a dedo con cargo a fondos públicos. Empresas recién constituidas, sociedades sin trayectoria, vínculos familiares y políticos entremezclados, y una estructura administrativa entrenada para evitar preguntas. Lo que ha saltado a la opinión pública con el escándalo de los festivales organizados por un sobrino de un presidente provincial del PP, con más de un millón de euros recibidos de instituciones gobernadas por los populares, no es un caso aislado. Es una forma de gobierno.
Frente a esta realidad, la Xunta ha optado por no dar explicaciones. Ni a la prensa ni al Parlamento, donde la oposición ha reclamado sin éxito los criterios técnicos y administrativos que justifican estas decisiones. Mientras tanto, el líder del PP nacional se pasea por las instituciones del Estado como si ese pasado reciente no fuera con él.
Una defensa con pies de barro
Feijóo insiste en que su partido está en “el camino correcto”. Pero ese camino está pavimentado de contradicciones y huecos difíciles de sostener. Su supuesta centralidad política se diluye entre ataques velados a sus propios aliados, declaraciones desubicadas sobre política exterior y una incapacidad notable para marcar una agenda propia. En su intento por consolidarse como alternativa, ha terminado por quedar atrapado en el papel de oposición por acumulación, incapaz de desmarcarse de Vox pero también de acercarse a un centro político que hace tiempo dejó de frecuentar.
Su intervención este 12 de octubre resume bien el estado del PP: ironías fuera de lugar, silencios sobre lo importante y una autocelebración ajena a la realidad de sus propios gobiernos. En política, no basta con que nadie cercano esté imputado. También es imprescindible que quienes gobiernan lo hagan sin privilegios ni atajos. En eso, el listón sigue sin alcanzar el mínimo.