Todos los cadáveres de Santiago Abascal

El dirigente de Vox acumula una larga lista de cesados y purgados por razones personales, políticas e ideológicas

05 de Noviembre de 2025
Actualizado a las 12:30h
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Vox escoge Extremadura como su escenario de resurrección y presiona al PP en todas las esquinas autonómicas

El cese de Javier Ortega Smith, apartado de su cargo como portavoz adjunto en el Congreso de los Diputados, vuelve a poner de relieve la figura de Santiago Abascal como un líder despótico y autoritario. Por mucho que vaya por ahí rajando del autócrata Sánchez, el verdadero dictador es él. Tiene el partido completamente sometido bajo su yugo (manu militari) y en la sede de la calle Bambú hay canguelo y miedo a la purga, que es constante y permanente. Nadie se siente a salvo. Todo cuello peligra.

Smith fue uno de los fundadores del partido en 2013, pero en los últimos tiempos su sintonía con el jefe se había roto. ¿Por qué? Por cuestiones personales y políticas. Entre las primeras, sin duda la pérdida de confianza. Abascal ya no se fiaba de su lugarteniente. Últimamente han ocurrido demasiadas cosas en Vox, manifiestos, deserciones, dimisiones y traiciones. Noticias sobre financiación irregular del partido. El máximo dirigente nacional ha entendido que el bueno de Ortega Smith era una amenaza más que un aval de seguridad. Y ha decidido prescindir de sus servicios. Ya no le entusiasmaban sus historias de la puta mili, sus batallitas y sus hazañas bélicas propias de adolescentes inmaduros, como cuando se puso a pegar tiros con un fusil de asalto en un cuartel del Ejército o cuando se empeñó en hacer una incursión a nado hasta Gibraltar, desafiando al pérfido enemigo inglés, en bañador paquetero y en plan Rambo, para plantar la bandera de España. Las bravuconadas del chicarrón con más músculo que cabeza ya no le hacían gracia al Caudillo de Bilbao.

Pero además están las cuestiones políticas. Abascal está tratando de darle al partido una pátina de mayor seriedad con la inclusión de cuadros algo más preparados. Ayer, el periodista Antonio Maestre elogiaba públicamente a Carlos Hernández Quero, el sucesor de Ortega Smith, a quien ha calificado como persona “muy inteligente” a pesar de mantener grandes “diferencias ideológicas” con él. “Es de los pocos en Vox que tiene nivel intelectual real”, asegura Maestre en una declaración que ha provocado polémica en las redes sociales.

En ese intento por renovar la estrategia para que Vox parezca un partido serio y listo para gobernar y no una panda de fracasados amigotes de bar cabreados con los rojos tras un par de copas de coñac, Ortega Smith no tenía cabida. Es un hombre de maneras rudas, toscas, un primitivo político. Y ahora que Abascal trata de atraerse también al perfil más moderado del PP, ahora que las encuestas empiezan a soplar viento a favor, sobraba. Hay quien interpreta este último guillotinazo o corte de cabeza a navaja como una advertencia interna a quien trate de saltarse las esencias fundacionales de Vox y la autoridad omnímoda del amado líder. Pero hay algo más. Está el intento del partido ultra por seducir a ese votante de derechas que empieza a ver a Feijóo como un nuevo Mariano, un pusilánime incapaz de controlar su propio partido. Cuando Abascal da un puñetazo en la mesa y se cepilla a su mano derecha le está enviando un mensaje claro y rotundo al todavía presidente del Partido Popular: tú no tienes los arrestos para cesar a un inútil como Carlos Mazón; a mí un incómodo o una rémora me dura un telediario. Abascal quiere quitarle el cubata y el palillo de dientes al partido para que parezca una academia de niñatos Harvard. Ahí está la clave de la operación para terminar de darle el sorpasso al PP. Sin el centro no hay paraíso ni Moncloa.

Desde 2015, más de 200 cargos de Vox han abandonado el partido o han sido cesados, incluyendo figuras fundacionales y líderes autonómicos. El primero en caer fue el viejo patriarca Alejo, otro cofundador, que abandonó el proyecto por sus coqueteos con Ciudadanos y la derechita cobarde. La testa de Iván Espinosa de los Monteros también rodó por los suelos, junto a la de su señora Rocío Monasterio, una María Antonieta del barrio de Salamanca que también probó el filo de la cuchilla (qué metáfora tan perfecta de la vieja aristocracia ultra depurada en un nuevo Terror jacobino). A Macarena Olona, musa del facherío patrio y candidata por Andalucía, la dimitieron violentamente tras las tensiones con la dirección (alegó razones de salud para dejarlo, pero en realidad le estaba haciendo mucha sombra al jefe, opacándolo, y desde entonces vive para vengarse de él en las redes sociales en una especie de remake de Atracción Fatal).

Víctor Sánchez del Real, Cristina Seguí, Francisco José Contreras, el doctor Steegman, son legión los que han sido puestos de patitas en la calle por discrepancias con Abascal o con la línea estratégica del partido. Uno de los casos más sangrantes es el de Idoia Ribas, la exportavoz de Vox Baleares que se había convertido en una de las voces más críticas contra la cúpula al denunciar transferencias de dinero y calificar a Vox como una “estafa piramidal”. También se quejó del acoso interno y de la falta de democracia. “He sido maltratada asquerosamente”, declaró en un programa de televisión. Así de crudo y así de brutal.

Abascal no respeta ni los galones de los militares más nostálgicos. Antonio Budiño, el general retirado del Ejército de Tierra y excabeza de lista por Pontevedra, fue suspendido de militancia tras firmar una carta crítica contra la dirigencia. “Vox se había convertido en algo de unos cuantos, sin transparencia ni libertad de expresión. Los que éramos leales, cercenados; y los que eran serviles, premiados”, ha llegado a decir. Budiño promovió la Declaración de Barajas, un manifiesto de críticos y descontentos con la gestión de la directiva voxista. Y al Ser Supremo casi le da un parraque.

Abascal no entiende de democracias ni monsergas. A él le pone más el modelo caudillista/trumputinista, o sea, un hombre fuerte en la poltrona y el resto rindiéndole pleitesía. Así se les gasta el franquito Santi.

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