Cincuenta años después del final de la dictadura, el 20 de noviembre dista de ser una fecha neutral. La persistencia de gestos, silencios y relativizaciones demuestra que España todavía no ha asentado una pedagogía pública sobre su propio pasado autoritario, una tarea que no compete solo a la historiografía, sino al funcionamiento cotidiano de la democracia.
Un terreno donde todavía se disputan los significados
Cada aniversario del final del franquismo vuelve a situar en primer plano las carencias de un país que avanzó con notable rapidez en lo institucional, pero con más lentitud en la elaboración de una memoria común. El marco legal ha corregido parte del vacío que dejó la Transición —entonces limitada por la correlación de fuerzas y el deseo de estabilizar el nuevo sistema—, pero el debate público sigue siendo menos robusto de lo que cabría esperar en una democracia consolidada.
Se mantiene una distancia apreciable entre lo que ya es doctrina jurídica en materia de memoria y lo que algunas instituciones practican. Determinadas ambigüedades, que en otros países serían impensables, aquí se toleran con una naturalidad que inquieta, no tanto por su volumen como por lo que revelan: sectores que aún no han hecho plenamente suya la lectura democrática del pasado.
El uso interesado del pasado
En el espacio político español persiste una pulsión clara de convertir el franquismo en objeto de disputa partidista. La ultraderecha se ha especializado en ello: fluctúa entre el blanqueo del discurso, la idealización por omisión o la insinuación de que las políticas de memoria suponen un desgarro artificial del país. Esa estrategia no surge del vacío; encuentra un terreno abonado en la renuencia de parte de la derecha clásica a confrontar con claridad la naturaleza antidemocrática del régimen.
La consecuencia es que el franquismo se mantiene disponible como materia prima para la confrontación, cuando en otras democracias europeas equivalentes estos debates se resolvieron de manera nítida hace décadas. En España, en cambio, el pasado todavía funciona como arma arrojadiza, y eso explica que el 20-N siga siendo un día incómodo para las instituciones.
La pedagogía democrática que aún no está completada
El franquismo no fue un sistema político más, sino una dictadura con represión sistemática, censura y desigualdades estructurales. Esto es un hecho histórico, no una interpretación. Sin embargo, la transmisión pública de esta evidencia continúa siendo irregular. Aún encontramos espacios donde la dictadura se presenta como una acumulación de episodios discutibles, en lugar de un régimen incompatible con cualquier proyecto democrático.
España ha mejorado en instrumentos legales, búsqueda de desaparecidos, archivo documental y restitución simbólica. Pero la pedagogía pública no avanza al mismo ritmo. Y sin ese pilar, la ultraderecha encuentra margen para introducir dudas que no responden al terreno histórico, sino al interés político.
La memoria democrática no es una cuestión ceremonial, sino una herramienta de prevención. Los países que han padecido regímenes autoritarios lo saben: explicar el pasado es asegurar que determinados patrones no se repitan.
El 20-N como examen anual de la solidez democrática
Cada 20 de noviembre ofrece una fotografía del país, no tanto sobre el pasado como sobre su presente. Las concentraciones residuales, los discursos tibios o las apelaciones a la “normalización” de la fecha ilustran un hecho incómodo: la democracia española convive con bolsas de resistencia simbólica que no han desaparecido por completo. No se trata de perseguir nostalgias individuales, que carecen de influencia institucional real. Se trata de impedir que esas nostalgias encuentren legitimidad en ámbitos que deberían ser inequívocos. La democracia no se construye sobre la indiferencia; necesita claridad.
El 20-N no debería ser un día de disputa. Pero sigue siéndolo, y esa persistencia revela que España aún arrastra asignaturas pendientes en la elaboración de un relato democrático compartido. No para cerrar filas acríticamente, sino para asumir que el franquismo no pertenece a la esfera de las opiniones, sino a la de las certezas históricas.