Asunción Estriégana: “Nos gritaron que fuéramos amables mientras nos apuntaban con fusiles”

La activista española a bordo del barco Conscience, relata en exclusiva el asalto del ejército israelí a la Freedom Flotilla en aguas internacionales

20 de Octubre de 2025
Actualizado el 22 de octubre
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Asunción (drcha.) junto a dos mujeres excepcionales, nuestra Capitana Madleen y la Dra. Fauziah de Malaya.

Asunción Estriégana no es una desconocida en la lucha por la justicia y la libertad del pueblo palestino. Desde hace más de dos décadas participa en campañas solidarias y ha intentado en otras ocasiones unirse a flotillas humanitarias, muchas de ellas bloqueadas por las autoridades israelíes o europeas antes incluso de zarpar. En este tercer intento, su compromiso le costó la libertad. Hoy, con la serenidad que da el regreso y la fuerza intacta de su convicción, relata en primera persona el secuestro del barco Conscience y los días de reclusión que vivió en cárceles israelíes.

Primera parte: “Asalto en alta mar”

—Asunción, ¿cómo comenzó esta travesía solidaria hacia Gaza?
El Conscience era un viejo ferry reconvertido, fletado por la Freedom Flotilla Coalition. Zarpó de Otranto, Italia, la tarde del 30 de septiembre con 92 personas de 22 nacionalidades distintas. Días antes, salieron de Catania ocho veleros de la campaña Thousand Madleens con unos 50 activistas. Todos estábamos unidos por una acción no violenta con el objetivo de romper un bloqueo israelí sobre Gaza que ya dura más de 16 años. Éramos sanitarios, periodistas, activistas y tripulación, todos conscientes del riesgo.

—Tú has formado parte durante años de Rumbo a Gaza, pero ahora representas a otra organización, ¿verdad?
Sí. Dejé Rumbo a Gaza hace un par de meses. Ahora formo parte de la campaña canadiense Canadian Boat to Gaza (CBG), y he sido una de las seis representantes del Steering Committee (SC) a bordo del Conscience. Todas éramos mujeres. Creo que es importante destacarlo, porque la presencia femenina en esta misión no fue simbólica: fuimos parte activa de la coordinación y de la toma de decisiones en todo momento.

Asunción durante su estancia de dos meses en Augusta, Sicilia, cuidando del Handala
Asunción durante su estancia de dos meses en Augusta, Sicilia, cuidando del Handala

—¿Cuándo empezó el ataque?
Nos despertaron con la alarma a las cinco de la mañana del 8 de octubre. La noche anterior nos habíamos acostado con la noticia de un posible alto el fuego negociado por Trump, un alto el fuego ya firmado y vulnerado por parte de Israel desde el primer día, como viene siendo habitual. El Conscience navegaba hacia el este por aguas internacionales del Mediterráneo, cerca del Canal de Suez y a 120 millas náuticas de la costa de Gaza.

El ataque

—¿Qué ocurrió entonces?
Fuimos alertados por los altavoces y llamados a reunirnos de inmediato en cubierta: el ejército israelí se aproximaba. En los días previos habíamos ensayado esta situación, por lo que rápidamente nos pusimos los chalecos salvavidas, arrojamos los dispositivos móviles por la borda y, en menos de diez minutos, nos rodearon buques de guerra y lanchas. Dos helicópteros nos sobrevolaban, levantando un viento que nos zarandeaba. Gritábamos todos al unísono: “Somos periodistas. Somos médicos.”

—¿Llegaron a abordar el barco?
Sí. Decenas de soldados de la unidad naval de élite descendieron en rápel desde los helicópteros y apuntaron los láseres de sus miras hacia nuestros torsos. Otros nos abordaron en zodiacs por babor y estribor. Una vez en cubierta, empezaron a destrozar las cámaras de seguridad, cortaron los cables de Starlink y tomaron el control total del barco.

Asunción en el barco
Asunción en el barco

—¿Cómo fue el trato de los soldados en esos primeros momentos?
Nos fueron reubicando. Yo estaba sentada en el suelo en primera fila y me desplazaron a la parte posterior, la última fila de bancos en popa. Después comenzaron a llamarnos uno a uno: nos quitaron los chalecos, los zapatos, los chubasqueros, vaciaron bolsillos y riñoneras, y nos cachearon. Durante todo el proceso decidí mirarles fijamente a los ojos, mostrarles que sus armas no romperían mi determinación. No fueron capaces de sostener mi mirada. Me sentí más fuerte que ellos, a pesar de sus fusiles y de su poder.

—¿Hubo grabaciones del asalto?
Ellos grababan todo el tiempo con sus cámaras, mientras nos apuntaban. Después, nos separaron: nos colocaron en distintas cubiertas para impedir que tuviéramos contacto visual con nuestros compañeros. Un rato más tarde, nos desplazaron a la zona de comedor bajo la cubierta superior. Allí descubrimos que faltaban algunas personas: seis compañeras fueron retenidas en un espacio contiguo, lo que llamábamos el “cuarto azul”, donde se guardaba el agua potable. Permanecieron allí, vigiladas, durante las doce horas que duró la navegación desde el secuestro del barco hasta su llegada al puerto de Ashdod.

—¿Qué condiciones tuvieron durante ese tiempo?
Éramos vigilados constantemente por entre cuatro y seis soldados que se turnaban. Todos cubiertos con pasamontañas y armados hasta los dientes: fusiles, pistolas eléctricas, esposas. Pertenecían a la Unidad 13 del ejército israelí. Todos, hombres y mujeres muy jóvenes.

Asalto en aguas internacionales a la flotilla por el ejército de Israel
Asalto en aguas internacionales a la flotilla por el ejército de Israel

—¿Les permitieron moverse o comer algo?
Solo se nos permitió ir al baño, en grupos de dos a cinco, por turnos. Fue entonces cuando vi que mi mochila y mi bolsa habían sido abiertas. Mi ordenador, mi cámara de vídeo y otras pertenencias habían desaparecido. Le dije al soldado que me escoltaba: “Me habéis robado mi ordenador, ¿dónde está? ¿También robáis?” No respondió. Más tarde me mostraron un ordenador y me preguntaron si era mío; lo marqué y se lo quedaron.

Habíamos acordado no aceptar comida ni bebida alguna de los soldados, así que apenas comimos unas galletas y algo de agua que teníamos. Algunas compañeras subieron barritas energéticas o frutos secos en los viajes al baño.

—¿Cómo describirías el ambiente a bordo después del ataque?
Era sofocante. Sin ventilación, el aire se volvía rancio y pesado. Algunos enfermaron. Una doctora exigió atenderles ella misma, sobre todo a una octogenaria que llevaba días con fuertes dolores. Al principio se lo permitieron, pero luego empezaron a tensar el ambiente: nos ordenaban callar, impedirnos ir al baño. Aun así, susurrábamos el Bella Ciao como gesto de resistencia.

Fue entonces cuando uno de los soldados dijo: “Hasta ahora hemos sido muy amables con ustedes, no queremos usar la violencia”. Como si asaltar un barco civil en aguas internacionales no fuera ya un acto de violencia.

La cárcel

—¿Cómo fue la llegada a Israel?
Pasamos el día en la incomodidad más absoluta, sentados, dormitando sobre los chalecos salvavidas. Por la ventana veía una fragata naval a lo lejos: más tarde supimos que llevaba a los activistas de los ocho veleros de la campaña Thousand Madleens, que también habían sido interceptados.

Debimos llegar al puerto de Ashdod hacia las ocho de la tarde. Nos ordenaron salir de la sala en grupos de cinco, tomar nuestras mochilas identificadas y desembarcar.

—¿Qué ocurrió en tierra?
Nada más poner un pie fuera, los soldados nos entregaron a la policía fronteriza y la brutalidad comenzó. Nos retorcían los brazos, doblaban nuestras cabezas, y nos trasladaron como delincuentes a una zona de asfalto abierta e iluminada. Allí nos obligaron a permanecer de rodillas durante horas, con la cabeza baja, muchos maniatados con bridas.

Vi cómo algunos compañeros eran pateados, empujados, golpeados. Un hombre frente a mí perdió el conocimiento y, aun así, lo zarandearon para mantenerlo de rodillas. Otro se retorcía de dolor mientras se burlaban de él. Tenían música israelí puesta. En aquel momento pensé en los miles de palestinos que viven cada día estas humillaciones. Lo que nosotros estábamos sufriendo no era nada comparado con su realidad cotidiana.

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