Feijóo acelera sin brújula: el líder del PP que compite contra su propio reloj

El giro hacia posiciones más duras inquieta al electorado moderado y alimenta en el PP el viejo temor a un relevo súbito si no despeja las dudas sobre su capacidad para llegar a La Moncloa

03 de Diciembre de 2025
Actualizado el 04 de diciembre
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Feijóo con Abascal en una imagen de archivo
Feijóo con Abascal en una imagen de archivo

Alberto Núñez Feijóo transmite desde hace meses una sensación de urgencia que no formaba parte de su identidad política cuando aterrizó en Génova. Y esa prisa revela más que sus discursos: el PP ha entrado en una etapa en la que algunos dirigentes ya no esconden la inquietud sobre su liderazgo, mientras otros, más discretos, sopesan escenarios alternativos si la situación no mejora.

Feijóo llegó a Madrid con la promesa tácita de devolver al PP un tono institucional tras varios años de sobresaltos internos. Pero el personaje que proyecta ahora se aleja bastante de aquel dirigente que presumía de cálculo frío. El rumbo hacia una derecha más enfática —y a veces más áspera— que ha adoptado en los últimos meses no responde al azar, sino a la lectura que él mismo hace del momento: cree que la ventana para alcanzar la presidencia se estrecha y necesita que todo ocurra ya. Esa precipitación no se explica solo por la presión de la oposición; es, sobre todo, la presión de su propio partido.

En el PP hay algo que Feijóo conoce perfectamente: los liderazgos duran mientras se perciben ganadores. Cuando esa percepción se resquebraja, Génova no duda. Casado lo aprendió de golpe, en apenas unas horas, cuando la dirección decidió que ya no era útil. Ese recuerdo flota ahora en el ambiente. No hay conspiraciones ni maniobras abiertas, pero sí conversaciones, comentarios y cierta vigilancia soterrada sobre cada movimiento del líder. Feijóo lo nota, y cada gesto suyo parece un intento de demostrar que conserva el pulso, aunque a veces lo haga desde la ansiedad.

Su aproximación progresiva a Vox encaja en este contexto. Intentó al principio marcar distancia, confiado en que ocupar el espacio del centro-derecha sería suficiente para recuperar el Gobierno. Pero, a medida que los sondeos levantaban más dudas que certezas, decidió endurecer el perfil para frenar fugas por la derecha. Ese giro no está fortaleciendo al PP, sino otorgando a Vox un peso que no tenía, con el riesgo evidente de que los votantes más moderados, que esperaban de él otro estilo, no entiendan qué pretende el partido exactamente.

El resultado es paradójico: Feijóo da pasos hacia un terreno que Vox domina, donde el PP siempre aparece como una versión suavizada del discurso original. En privado, algunos dirigentes se preguntan por qué los electores deberían elegir la copia cuando el original, aunque incómodo, siempre ofrece más contundencia. La cuestión está lejos de resolverse porque afecta al corazón del proyecto político que Feijóo dice querer representar. La falsa moderación que lo llevó a la presidencia gallega parece ahora una pieza arrinconada en un partido que se mueve en función de la tensión del momento, no de una estrategia clara.

Los efectos internos de esta confusión se notan especialmente en los territorios. Hay barones que rehúyen el discurso más radicalizado, conscientes de que en sus comunidades les perjudica. Otros se sienten más próximos a esa línea dura, convencidos de que la sociedad española está en un clima político que premia los gestos contundentes. Ese debate soterrado no estalla, pero existe. Y es precisamente ahí donde se entienden las prisas de Feijóo: si no logra asentarse como alternativa sólida y reconocible, el PP podría activar una nueva etapa sin miramientos.

Para Feijóo, esta deriva tiene una consecuencia que él mismo no puede obviar: ha dejado de marcar la agenda. Responde, reacciona, acelera… pero no dirige. Su discurso ya no se distingue con nitidez y su liderazgo aparece sometido a un examen permanente. Eso genera una fragilidad política que no se corrige con gestos de dureza ni con manifestaciones cada vez más redundantes. La expectativa de que sería un candidato capaz de unir a las distintas almas del PP y atraer al votante moderado se ha ido diluyendo entre rectificaciones, impulsos y un estilo que transmite más urgencia que convicción.

Feijóo actúa como si tuviera que demostrar algo todos los días, y esa necesidad constante de reafirmarse es, precisamente, lo que en el PP interpretan como vulnerabilidad. La prisa no es estrategia: es supervivencia. Y cuando un líder entra en esa dinámica, el partido empieza a pensar en escenarios alternativos, aunque nadie se atreva a verbalizarlos aún. Si algo define a la política española reciente es la velocidad con la que se desgastan los liderazgos. Feijóo se acerca a ese punto crítico: entre el intento de competir con Vox y la incapacidad de recuperar la centralidad que prometió, corre el riesgo de quedarse sin un espacio claro. Y cuando un líder no ofrece claridad, el partido, siempre pragmático, se mueve. No será mañana ni pasado, pero el reloj al que Feijóo teme no está en la calle; está dentro de su propia casa.

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