El intento de celebrar un acto de Vito Quiles en el campus de la Universidad de Navarra terminó este jueves con dos detenidos, cuatro heridos y un despliegue policial que se trasladó también al barrio de Iturrama. Más allá de los incidentes, el episodio vuelve a situar en primer plano el papel de quienes se presentan como comunicadores mientras operan como motores de agitación política y desinformativa.
La construcción de un conflicto
La convocatoria que había preparado Quiles en el campus llevaba días anunciándose en sus redes con un tono de desafío. No se trataba de un acto académico ni de un debate: era la puesta en escena de un personaje que ha convertido la confrontación directa en método de trabajo. Su aparición en espacios universitarios responde a una estrategia conocida de tensión performativa, donde la “censura” se reclama incluso antes de que se produzca.
La Universidad de Navarra había decidido cerrar sus edificios horas antes, no por simpatía hacia ninguna de las partes, sino por prevención básica de seguridad. La institución evitó alimentar el relato de la provocación y señaló que la universidad es un espacio de convivencia. Quiles, en cambio, aprovechó el cierre para construir su narrativa: aseguró que la Policía no podía garantizar la seguridad y habló de grupos organizados que llegaban armados. No aportó pruebas. La Delegación del Gobierno lo desmintió públicamente: no hubo incautación de cuchillos ni amenazas coordinadas. La secuencia es conocida: primero se fuerza un escenario de tensión, luego se denuncia censura y, finalmente, se exige ocupar el espacio como prueba de libertad.
Pamplona como laboratorio simbólico
La protesta inicial en el campus se movió rápido hacia Iturrama. Hubo quema de contenedores, lanzamiento de botellas y una intervención policial que no fue menor. Dos detenidos. Cuatro heridos. Los registros son los habituales en episodios de fricción urbana vinculados a juventud politizada. Pero reducir el problema a “unos pocos radicales” sería simplificar.
Lo significativo es la facilidad con la que un operador mediático externo puede activar un conflicto en un entorno estudiantil, utilizando la lógica del espectáculo político. Quiles no representa movimientos sociales, colectivos vecinales ni iniciativas culturales. Su trabajo se sostiene en la sobreexposición emocional y la fabricación de agravios inmediatos, convirtiendo cualquier respuesta institucional en combustible para su discurso.
Quiles encarna un tipo de activismo mediático que funciona como sustituto de la política formal, donde el antagonismo constante es la forma principal de conseguir presencia y financiación.
La disputa por el relato
Tras los disturbios, Quiles volvió a presentarse como víctima de persecución ideológica, contraponiendo “libertad” y “violencia”. Pero la Delegación del Gobierno fue precisa al corregir sus afirmaciones. El objetivo no era desmentirle por principio, sino proteger el argumento mínimo que sostiene cualquier debate democrático.
Resulta relevante que cada vez, y con mayor frecuencia, se otorgue el mismo valor informativo a una rueda de prensa institucional que a un mensaje unilateral publicado en redes. Ese desplazamiento del espacio público hacia plataformas donde prima la velocidad y la implicación emocional facilita la expansión de versiones altísimas de tono y bajísimas de rigor.
Este es el terreno en el que Quiles opera con soltura: la inmediatez sin contrastes, la afirmación antes que la verificación, el conflicto antes que la información.
No hay conclusiones fáciles. La crónica de lo sucedido en Pamplona muestra una tensión más amplia: quién ocupa los espacios juveniles, qué significa hoy la intervención política en la universidad y de qué forma la ultraderecha mediática intenta convertir cualquier disputa en espectáculo ideológico permanente.