Es común que determinemos a las personas en cuanto a los bienes materiales que poseen, dicen u ostentan poseer, independientemente de que, incluso, puedan hacer uso de los mismos.
En el devenir actual, dónde un asiento contable, es más determinante que los valores inmateriales que un ser humano se haya forjado, en el imperio de lo numérico, tal hegemonía eclipsa, la posibilidad de discernir, conceptualmente, que tal vez tenga mucho más quién puede hacer uso efectivo de lo que posee, así sea menos, que aquel, que en papeles puede ser poseedor de una fortuna incalculable, pero que, hasta por razones psicológicas, se vea privado a disponer de lo que en teoría posee.
In extremis el ejemplo lo brinda la propia historia. Hasta no hace mucho, quiénes se dedicaban al arte y la filosofía, eran necesariamente los más ricos, sea porque poseían de todo o porque habían logrado no necesitar más nada materialmente, que consagrarse a las riquezas del espíritu y lo abstracto.
Vulgarmente se escucha "trabaja el pobre" o "el jefe hace lo que quiere". Cierto atisbo de verdad, anida en estas apreciaciones, que en un a priori, parecen inconsistentes.
Socialmente, surge, como elemento, que luego será bandera del progreso social ascendente, para lo que luego serán las clases medias emergentes, el concepto de la dignidad del trabajo, sellado, en un extraño maridaje, por líneas más liberales, con la acepción del "mérito".
Ya sepultados los tiempos de la monarquías y de los imperios, los plebeyos, luego de la toma de la bastilla y de la declaración de los derechos del hombre, disponen de estos conceptos para sostener la legitimidad de su representación, que antes era patrimonio exclusivo de los semejantes a dios en la tierra y que a partir de tal momento, lo será de hombres que representen a otros, por intermedio de "ideas" catalogadas, de derecha o izquierda de acuerdo a cómo estén sentados en la asamblea.
Tales rémoras, aún anidan en nuestras formas pueblerinas de concebir nuestra realidad social. Tener apellido, cuando no linaje, es pertenecer a generaciones que no fueron privadas de bienes materiales. Es haber contado, con la posibilidad, por más que no se la haya usado, de haberse dedicado a la filosofía o al arte.
Ahora bien, no disponer para ese afuera, de mayores bienes materiales que los heredados, para quiénes no tuvieron la posibilidad de heredar, es considerado pecaminoso o un disvalor. De allí proviene el "seco pero con apellido". Se entiende, que estos entiendan, que la vida sólo se trate de acumular bienes materiales. El que muchos de estos, hayan logrado, a diferencia de sus padres o abuelos, tener mayores bienes, les ha imposibilitado, no ya dedicarse a la filosofía o al arte, sino simplemente, el conocer al menos ciertos aspectos elementales, de que, por ejemplo, la vida, puede, también tratarse de otra cosa.
Tampoco se trata de un elogio a la pobreza o al pobrismo. Insistimos con aquella definición up supra, de que tener es disponer, hacer uso, traducir, mutar, mover, esos bienes y no necesariamente, tenerlos congelados en títulos, cuentas o depósitos que se atesoran como un supuesto resguardo del que nunca se termina de echar mano.
Mucho menos hablaremos, en esta oportunidad, de los que hoy tienen (llamados popularmente "nuevos ricos") sea de cómo la hicieron (vendiendo, transportando, lavando, o lo que fuere) y bajo qué consideraciones hermenéuticas del término mérito (el de un joven que sabe patear una pelota, o de una joven que sabe acompañar a un jeque en Dubai, por citar ejemplos).
Sí diremos, que así como ser seco, bajo la interpretación casi acusatoria, no es un disvalor, tampoco el tener apellido es un valor en sí mismo.
No son pocos los casos, de señoras y señores de alcurnia, que han sido y son consumados delincuentes, no por necesidad material, claramente, sino por elección de vida, por incapacidad de observar caminos ricos en valores inmateriales, o tal vez, cómo un acto de rebeldía, de transgresión, de hacer uso de lo que poseen, para quitarles valor y validez, en sus propias existencias, que no pueden ser plenas, por el fantasma que les resulta opresivo de sus ascendentes.
Más allá de las etiquetas que los otros nos pongan, para que el mundo resulte más armónico y comprensible, y de la que nosotros, obligadamente, ponemos, nada mejor, que saber de dónde uno viene, para tratar de elegir, hacia uno dónde quiere o desea ir. El resto es historia, y es la que escribirán nuestros descendientes, tanto con lo que hagamos, cómo con lo que dejemos de hacer. Con lo que escribamos y dejemos de escribir, con lo que leamos y dejemos de leer. En definitiva con lo que tenemos más allá de tener.