La España de Sánchez: los ultrarricos disparan su riqueza un 21%, los trabajadores pobres no paran de crecer

Las cifras ofrecidas por un informe de UBS contrastan con los datos sobre pobreza de la Comisión Europea, Eurostat, donde España lidera los índices sobre todo en lo referido al ámbito laboral y a los menores

04 de Diciembre de 2025
Actualizado el 09 de diciembre
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Pobreza españa sanchez
Personas buscando comida en los contenedores de basura | Foto: Pixabay

La España de Pedro Sánchez ofrece una imagen que, como en un espejo deformante, devuelve simultáneamente la estampa de un país enriquecido y la de una sociedad cada vez más frágil. En las alturas de la economía, el número de multimillonarios españoles se expande, sus fortunas baten récords y la concentración de capital familiar anticipa una nueva era de dinastías empresariales. En la base, sin embargo, crece la precariedad, el trabajo pobre ya no garantiza una vida digna, la pobreza infantil se enquista y el riesgo de exclusión social en España afecta a uno de cada cuatro ciudadanos. La contraposición de ambos fenómenos no solo revela la desigualdad estructural, sino que plantea preguntas incómodas sobre el tipo de prosperidad que el país está construyendo.

El informe Billionaire Ambitions 2025 de UBS sitúa a España entre los países donde la riqueza extrema avanza con mayor velocidad. Las grandes fortunas incrementaron su patrimonio un 21,5%, alcanzando los 213.100 millones de dólares. Ocho nuevos ultrarricos se incorporaron a la lista, mientras el peso del capital seguía concentrándose en los mismos apellidos de siempre: solo Amancio Ortega añadió 21.000 millones de dólares a su fortuna personal, hasta representar él solo casi el 60% de la riqueza de los multimillonarios en España. Todo ello ocurre en paralelo a una tendencia mundial: en 2025 la riqueza de los ultrarricos alcanzó un máximo histórico de 15,8 billones de dólares.

En el caso español, el horizonte más significativo es el de los próximos quince años, cuando se transferirán más de 162.000 millones de dólares en herencias, en el mayor proceso de sucesión patrimonial de la historia del país. UBS advierte de que este flujo masivo exigirá una planificación mucho más rigurosa, una gobernanza familiar profesionalizada y una gestión sucesoria disciplinada. Al mismo tiempo, los grandes patrimonios se internacionalizan, diversifican y amplían su exposición a Norteamérica, Europa Occidental, China o los mercados emergentes, así como a capital privado, hedge funds e infraestructuras.

Este auge contrasta de manera abrupta con la expansión de la pobreza en España. Según Oxfam Intermón, la pobreza laboral se mantuvo en un 11,6%, situando al país como el tercero de la Unión Europea con más trabajadores pobres. Incluso en un entorno de creación de empleo, buena parte de los nuevos puestos son insuficientes para sostener una vida digna, atrapados en sectores de baja productividad, salarios reducidos o temporales.

Los datos europeos dibujan un panorama igual de preocupante. La tasa AROPE (que mide el riesgo de pobreza o exclusión social) se situó en torno al 25,8%. Esto significa que más de un cuarto de la población vive con vulnerabilidades económicas significativas, consolidando a España en las primeras posiciones de la pobreza en la Unión Europea. Particularmente alarmante es la pobreza infantil en España, una de las más elevadas del continente, un indicador que condiciona las posibilidades de movilidad social de toda una generación.

La distancia entre la explosión de riqueza en la cúspide y el estancamiento en la base revela una economía que avanza a dos velocidades. Por un lado, el capital acumulado se reproduce con eficacia mediante estructuras legales, fiscalidad favorable y diversificación global; por otro, millones de personas se enfrentan a salarios insuficientes, vivienda encarecida y servicios públicos tensionados. La desigualdad deja de ser coyuntural para convertirse en un componente estructural del modelo económico.

Esta divergencia refuerza una tensión social creciente. A medida que las grandes fortunas se globalizan, también lo hace su desconexión del país del que proceden. Mientras tanto, la mayoría depende de un mercado laboral que no transforma crecimiento en bienestar, y de unos servicios públicos cada vez más presionados por los costes de la vida. El resultado es una sociedad donde la prosperidad no se democratiza: la riqueza se acumula en la cúspide, pero no se traduce en estabilidad para el conjunto del país.

La España de Pedro Sánchez afronta así una paradoja esencial: la riqueza aumenta, pero la prosperidad de las clases medias y trabajadoras no. El país parece avanzar hacia un modelo donde la oportunidad se hereda, más que se construye, y donde la acumulación de capital por parte de unos pocos convive con la vulnerabilidad económica de muchos. Todo un ejemplo de progresismo.

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