La pulsera del fachapobre

La ultraderecha consigue cautivar al trabajador desnortado y confuso con baratijas como un trozo de tela con la bandera de España anudado en la muñeca

11 de Noviembre de 2025
Actualizado a la 13:37h
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La pulsera con la bandera de España causa furor como artículo político y de moda
La pulsera con la bandera de España causa furor como artículo político y de moda

El patriotismo ultra no da de comer y, sin embargo, cada vez son más los que se ponen la pulsera rojigualda, tan de moda entre los jóvenes conservadores de hoy, en la muñeca. El artículo arrasa en Amazon y promete ser el regalo más vendido esta Navidad

Más de 115 millones de euros de la Unión Europea se pierden por el negacionismo anticientífico de Vox en Valencia. En Castilla y León, los recortes en Protección Civil terminan en voraces incendios que arrasan esa hermosa región. Y Moreno Bonilla pone a un médico de la sanidad privada a dirigir la pública tras el escándalo de las mamografías. Son solo algunos ejemplos de cómo las políticas de la derecha extrema y la extrema derecha, patrioteras y demagógicas, causan un grave destrozo al Estado de bienestar, a la seguridad y al bolsillo de los ciudadanos. O lo que es lo mismo: "Menos toreros y más bomberos, que es lo que nos hace falta", tal como dice Mariló Gradolí, portavoz de la Asociación Víctimas de la Dana.

En los últimos tiempos, PP y Vox han votado contra leyes esenciales para el avance social. Votaron en contra de la revalorización de las pensiones (que ya hay que ser miserable), contra el ingreso mínimo vital y contra el bono de transporte. Votaron contra las ayudas a la vivienda para controlar el precio de los alquileres. Y por votar, han votado hasta en contra de la reducción de la jornada laboral (una conquista de los trabajadores en toda Europa y que aquí nuestros patriotas torpedean una y otra vez). Pero, pese a todo, la pulsera cada vez se la pone más gente. Está causando furor, sensación y estragos en amplios sectores de la población. Es el último grito. La llevan mujeres y hombres, ancianos y niños. Se reparten como golosinas a las puertas de los colegios, en los bares y restaurantes, en los estadios de fútbol, iglesias y discotecas. La pulsera cautiva, entre otras cosas porque evita pensar. Frente al discurso complejo de la izquierda, con su superioridad moral incontestable, sus elevadas utopías, sus tochos libertarios de Chomsky y sus cifras económicas que resuenan como el eco en el desierto, está el victorioso as de bastos de la pulsera con la bandera de España que arrasa entre el personal. La pulsera ultra es muy ponible y pega con cualquier ropa. Es tendencia, complemento ideal del outfit, una prenda casual que triunfa entre pijos y fachapobres. Fashion total.

Antaño, quien lucía la pulsera era un rancio, cateto u hortera. Hoy está a la última. No desentona. En los últimos ochenta años de historia, desde la derrota de Hitler en Europa, el nuevo fascismo posmoderno ha aprendido algunas cosas importantes. La primera de todas, que la mejor manera de hacer tragar la ponzoña totalitaria no es darla a beber a la fuerza o manu militari, sino mezclarla con algo dulce, envolverlo con algún goloso caramelo. Pese a que pueda parecer lo contrario, los nazis de Núcleo Nacional andan muy perdidos y a contracorriente. Sacar a las calles de Madrid a los escuadristas del gimnasio, en medio de la noche inflamada por fieras antorchas y estandartes hitlerianos, es algo anacrónico porque genera más miedo que seducción en el personal. Siempre ha habido mil tipos fornidos dispuestos a hacer el ridículo en público. El peligro real y letal para la democracia no está en esos movimientos violentos y antisistema que atentan contra la placidez de la sociedad de consumo, ni en NN, ni en la Falange, a la que siguen votando los mismos cuatro gatos de siempre desde 1975. La auténtica amenaza está en el fascismo comercial, en el fascismo de escaparate, tuneado, rosa o de boutique. En el fascismo como moda o marca. Ahí pican nuestros jóvenes como abejas atraídas por la miel y, de haber sabido Tejero dónde estaba el truco, hoy habría montado un puestecillo ambulante de pulseritas a las puertas del Congreso en lugar de tomarlo por la fuerza.

Los adolescentes no saben nada sobre la dictadura franquista y la memoria histórica. Y cuando les preguntan quién fue Felipe González, responden aquello de “¿un rey, no?”. La historia no interesa para nada, pero la pulsera, ay la pulsera. Ese coqueto abalorio de mercadotecnia está haciendo mucho daño. Y no solo porque sea chic o quede mona en la muñeca, sino porque detrás de ella hay toda una nefasta filosofía sobre cómo debe funcionar el mundo: los impuestos son malos, los inmigrantes nos quitan el trabajo, el socialismo solo trae miseria y la libertad se confunde con el egoísmo. El obrerete desclasado se agarra al clavo ardiendo de la dichosa pulserita/baratija como el último fetiche o amuleto que le queda ya cuando todo ha fallado: la lucha de clases, la redistribución de la riqueza sancionada por la Constitución, los políticos corruptos, el derecho a un sueldo y una casa digna y la democracia misma. Ya no queda un solo autónomo en este país sin la reliquia de las franjas roja amarilla y roja anudada sobre la mano y el antisanchista eslogan del “me gusta la fruta” pegado en el salpicadero del coche (un fenómeno social sobre el que deberían reflexionar nuestros sindicatos).

La pulsera se ha convertido en el señuelo perfecto para que no se hable de lo importante, de los abusos laborales, de los bajos salarios, de la fraternidad obrera en pos de la olvidada revolución. Frente al Estatuto de los Trabajadores, la pulsera triunfadora; frente a la hoz y el martillo, la pulsera dominante; frente a la Internacional socialista hoy en franca decadencia, esa pulsera que encima es barata y se vende por dos chavos o se le regala, por el cumpleaños, al hijo, al nieto o al sobrino. Ese trozo de tela con la enseña nacional que es un complemento indispensable de cualquier look y que hoy luce tanta gente sin complejos y de diferentes edades, razas, estratos sociales y ámbitos. La extrema derecha ha encontrado el mejor talismán para su batalla cultural. La pulsera, fenómeno de masas, es el antídoto definitivo contra Marx. Y sin derramar una sola gota de sangre.

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