Como cada otoño, tras un verano asfixiante, vuelven las lluvias torrenciales al Levante español y los valencianos miran al cielo con el miedo en el cuerpo y con el oscuro recuerdo de la dana de hace un año. Desbordamiento de ramblas y barrancos, cortes de luz, colegios cerrados, calles y carreteras anegadas. Lo propio, en fin, del nuevo escenario distópico al que nos enfrentamos por culpa del cambio climático que algunas mentes cerriles y fanatizadas, pese a las evidencias, aún siguen negando. La historia se repite como una maldición bíblica, la naturaleza se empeña una y otra vez en demostrar al ser humano que va por muy mal camino, por mucho que este año la dana (antes gota fría) esté haciendo menos daño que aquel fatídico 29 de octubre que jamás podremos olvidar.
En las últimas horas se ha puesto en marcha el dispositivo de Protección Civil ante la amenaza de las fuertes precipitaciones. Las autoridades estaban avisadas y todos han vuelto a estar en sus puestos, tal como ocurrió hace un año. Los científicos de la AEMET lanzando sus partes meteorológicos y alertas, la Confederación midiendo el nivel de las aguas, los bomberos y abnegados soldados de la UME con sus cascos puestos y sus camiones calentando motores para salir pitando, la delegada del Gobierno en el gabinete de crisis y Óscar Puente frente al monitor, con los dedos de una mano cruzados para que la riada no se lleve por delante las vías del tren y los de la otra tuiteando. Todos están donde tienen que estar. Todos menos él, el hombre del Ventorro, Carlos Mazón. El domingo, el presidente de la Generalitat Valenciana decidió irse otra vez de bares, esta vez con los demás prebostes del PP reunidos en Murcia en la última cumbre de la demagogia contra el sanchismo.
Allí, mientras Feijóo nos dejaba con la boca abierta con eso de que los inmigrantes son personas y no hay que regularizarlos a todos ni tampoco “echarlos al mar” (lo dice el señor que pacta con Vox, el partido que quiere llevar a los barcos de la Armada al Estrecho para hundir las pateras a bombazo limpio), Mazón se escaqueaba por segunda vez de sus responsabilidades ante una emergencia climática. ¿Qué le pasa a este señor, le tiene miedo al agua? ¿Sufre hidrofobia o algún trauma infantil que le lleva a salir por patas cada vez que caen cuatro gotas? ¿Siente un pánico irrefrenable ante la idea de mojarse o simplemente es que es un indolente, un caradura que pasa mucho de las desgracias de su pueblo? Cada año por estas fechas, cuando llega el temporal, él se pierde, se ausenta, se larga a alguna parte para meterse a buen recaudo. Missing. Durante la dana del pasado año se refugió en la venta El Ventorro en compañía de la periodista Maribel Vilaplana. El olor a carne bien hecha y a buenos caldos de la tierra (o sea, el aroma de la dolce far niente, la dulzura de no hacer nada o el placer de la ociosidad) lo hechizó mientras sus paisanos se ahogaban porque a él se le pasó darle al botoncito de la alerta roja a los teléfonos móviles. Esta vez se piró a Murcia (200 kilómetros), otra meca del buen yantar con sus zarangollos, michirones y marineras. Es mucho más agradable andar de juergas y francachelas al calor de la chimenea de una venta murciana que en el frío Cecopi rodeado de funcionarios, bomberos y policías que huelen a sudor y a bocata de atún de dos días.
Mazón no tiene la obligación legal de estar en el puesto avanzado para coordinar las tareas de salvamento y asistencia. Y bien mirado, casi es mejor que no vaya, que no haga nada, que no toque nada. El año pasado el exhonorable quiso ponerse una medalla (además del chaleco fosfi) y ya sabemos cómo terminó la cosa. Dijo a los valencianos que el temporal se alejaba hacia la Serranía de Cuenca mientras el cielo descargaba tropecientos litros por metro cuadrado, la mundial, el Diluvio Universal. No, mejor que este hombre desmañado no se deje caer por el Cecopi este año, ni siquiera al caer la noche, cuando ya es demasiado tarde. Mejor que se quede allí, en Murcia, en la caribeña Manga, en las montañas con los pastores de Moratalla, bien lejos, donde no pueda romper nada, planificando con Feijóo un nuevo estropicio climático como la ruina ecológica del Mar Menor y el trasvase contra la sequía, la guerra del agua que el PP pretende resucitar con las viejas pancartas de “el PSOE nos roba” (borrando el nombre de Zapatero y escribiendo encima el de Sánchez).
Lo mejor que le puede pasar a los valencianos es que Mazón se pierda por las carreteras murcianas, como se perdió hace un año por las autopistas valencianas sin que sepamos aún dónde estuvo metido mientras los vecinos de L’Horta Sud estaban ya con el agua al cuello. Hay muchas cosas que hacer en Murcia mientras la gente de Valencia pasa por el trance de otro diluvio de proporciones nilóticas. Irse a las soleadas playas de Cartagena a degustar un caldero, o a darse unos barros al plácido Balneario de Archena, o incluso puede darse una vuelta por Torre Pacheco y verse con sus amigos los ultras para enterarse de la próxima cacería contra el inmigrante. Su amigo López Miras estará encantado de presentarle a los líderes de Vox en la Región, que ya son los putos amos y van camino de sorpasar al PP en las encuestas y en las urnas. Murcia es la antesala de lo que va a pasar en Valencia en poco tiempo. El triunfo de la antipolítica y la decadencia de la democracia por culpa de unos señoritos incompetentes que como él se van de comilonas en el momento más trágico de la historia. El año pasado no apretó el botón rojo de la alerta a la población y 228 muertos. Esta temporada de lluvias, para parecer que hace algo y curarse en salud, la ha activado doce horas antes, cuando un sol radiante lucía sobre Valencia. La plaga no es la dana. Es Mazón.