Ha comenzado el juicio contra el clan Pujol en la Audiencia Nacional. Y todo apunta a que el gran patriarca de la familia se librará de sus escándalos por corrupción al haber apreciado los forenses un daño cognitivo derivado de su avanzada edad (tiene 95 años). Una vez más, es muy posible que un pez gordo se vaya de rositas.
La familia más influente de Cataluña, hoy bajo sospecha, sigue manteniendo que sus ingresos no tienen nada que ver con comisiones y mordidas, sino con “la herencia del abuelo Florenci”. En julio de 2014, el propio Jordi Pujol confesó públicamente que su familia había mantenido durante más de treinta años dinero en Andorra sin declarar. Explicó que ese dinero procedía de una supuesta herencia de su padre fallecido en 1980, pero la Policía siguió tirando del hilo hasta pisarle los talones. En aquellos días, el expresident de la Generalitat ironizó, no sin cierta sorna, soberbia y sobradez, cuando soltó aquella frase para la historia: “¿Qué coño es esto de la UDEF?”, con la que se refirió a la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal que investigó sus cuentas en el extranjero. Es evidente que ya entonces se sentía impune, intocable y por encima del bien y del mal.
Llama la atención que Jordi Pujol haya tardado tantos años (once siendo exactos) en ser sentado en el banquillo de los acusados. Fuentes judiciales aducen la complejidad del caso (se trata de una investigación sobre presunta corrupción y blanqueo de capitales que abarca varias décadas); el elevado número de acusados (no solo Pujol, sino también sus siete hijos y otras personas vinculadas, lo que complica la instrucción); la necesidad de obtener pruebas en el ámbito internacional (la cooperación judicial con Andorra para obtener información sobre cuentas bancarias fue lenta y difícil); y el aluvión de recursos y apelaciones que han dilatado el proceso al extremo. A todo ello, en los últimos años los informes médicos sobre su deterioro cognitivo añadieron más incertidumbre sobre cómo y cuándo podría celebrarse el juicio. Sin embargo, hay indicios que nos llevan a pensar que se ha sido demasiado tolerante con las trapacerías de Jordi Pujol y su familia. ¿Concesiones del sistema por los favores prestados durante tantas décadas en las que, al frente de Convergencia, fue una pieza clave y leal para el sostenimiento del bipartidismo monárquico? Según un titular de La Sexta, fuentes policiales aseguraron que el CNI habría negociado con la familia Pujol para que no implicase al rey emérito en el caso Gürtel, en concreto, para que no desvelara que era el titular de una cuenta corriente opaca en Suiza, según publica El Mundo.
Hay serias sombras de dudas en todo este juicio que nos hacen sospechar que a JP se le ha dejado envejecer tranquilamente, como a un jubilado más con una buena pensión (la acumulada en dinero negro durante tantas décadas), sin que se le moleste demasiado. La sensación que queda es que Pujol ha logrado levantar un imperio más bien turbio y oscuro gracias a una especie de manto de silencio. ¿Quién ha dado esa orden para que Don Jordi pueda entrar en el selecto club de “los intocables” del Régimen del 78 que se lo han llevado crudo sin que nadie les pase la factura? El pasado fin de semana, Felipe VI impartió la Orden del Toisón de Oro a los padres de la democracia que aún sobreviven. No estuvo Pujol, pese a que fue una pieza clave y fundamental al haber garantizado la estabilidad de los gobiernos tanto del PSOE como del PP. Hubiese sido demasiado escandaloso.
“Si vas segando las ramas del árbol no caerán las ramas, caerá el árbol”. Esas proféticas palabras del propio Pujol sonaron en su día a amenaza de tirar de la manta. Y es que las élites de este país vivieron un clima de total impunidad para la corrupción en los años ochenta y noventa. Hoy Junts, el partido heredero de aquella Convergencia que practicó una suerte de nacionalismo catalanista integrado en el sistema, se ha convertido en una fuerza rupturista con el Estado que trabaja solo por y para la independencia. Es razonable pensar que el intocable Jordi Pujol, por el papel que desempeñó durante más de dos décadas como presidente de la Generalitat y como figura clave en la política española, conoció de primera mano los secretos y negociaciones de la Transición y de los gobiernos posteriores. Sus relaciones con Felipe González marcaron una alianza parlamentaria fundamental para garantizar mayorías en Madrid (pactos discretos sobre presupuestos, transferencias, autonomías y estabilidad política). Sus contactos con José María Aznar (el presidente que solo “hablaba catalán en la intimidad”) sostuvieron a la derecha españolista y marcaron la política territorial y económica en los noventa (fueron los años en que se pusieron los engranajes del “tres per cent”, el sistema de corrupción que funcionó, como una máquina bien engrasada, en Cataluña). Y en cuanto a las relaciones con el rey Juan Carlos I, como presidente autonómico más longevo, Pujol tuvo trato directo con la Casa Real en momentos delicados, desde la consolidación democrática hasta crisis institucionales. El rey emérito y el barón catalán siempre llevaron una relación cordial, casi amistosa. Hoy Juan Carlos I sigue en el exilio por sus problemas con Hacienda, mientras que el exhonorable se escabulle del pleito de la vergüenza (solo ese concepto puede definir una pantomima de juicio que se ha dilatado durante once años).
En definitiva, Pujol acumuló información privilegiada sobre los grandes actores de la política en aquellos años. Estuvo en el epicentro de las negociaciones durante décadas. Tomó parte activa. Alternó con las más altas esferas de poder. Pujol vivió de cerca los pactos entre las élites políticas y económicas que hicieron posible el paso de la dictadura a la democracia, especialmente en lo relativo al encaje de Cataluña en el nuevo sistema. Esa posición le llevó a estar al corriente de los grandes secretos de Estado. Fue un colaborador discreto, leal, alguien de fiar para el sistema. Y favor con favor se paga. Lo que lo deja fuera y a salvo del juicio que comienza en la Audiencia Nacional hoy no es su deterioro cognitivo diagnosticado por los forenses, sino la información que pueda guardar, manejar y airear. En su libro de memorias, donde relata su papel en la Transición y ofrece detalles de primera mano sobre sus relaciones con Felipe González, Aznar, el rey Juan Carlos (con quien mantuvo encuentros y negociaciones en momentos clave de la transición), no cuenta nada destacado ni relevante, más allá de cómo se tejieron las mayorías parlamentarias. Lo más importante es, sin duda, lo que JP nunca ha contado ni contará. Eso se lo lleva consigo al otro mundo, donde le espera el generoso abuelo Florenci.
