Los incendios del futuro ya están aquí y seguimos apagando los del pasado

El cambio climático multiplica los grandes incendios mientras Galicia y España mantienen políticas pensadas para los años ochenta. La prevención estructural sigue siendo la gran olvidada

26 de Septiembre de 2025
Actualizado a las 9:37h
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Los incendios del futuro ya están aquí y seguimos apagando los del pasado
Incendios forestales en España. | Foto: Cruz Roja Española.

Cada verano el fuego nos recuerda lo que ya sabíamos y lo que no queremos afrontar. La emergencia climática ha convertido los montes en polvorines, pero las políticas siguen atrapadas en la lógica del corto plazo. Los datos oficiales confirman que la mayoría de los incendios son provocados o negligentes, pero las condiciones actuales los convierten en catástrofes imposibles de controlar.

Del pirómano a la tormenta perfecta

El relato romántico del “pirómano solitario” apenas explica un 7% de los fuegos. La gran mayoría de los incendios son resultado de prácticas agrícolas, negligencias o venganzas personales. No hay mafias organizadas ni terroristas ocultos en los montes gallegos: hay vecinos que queman rastrojos, ganaderos que buscan pastos nuevos o simples imprudencias.

Hasta aquí nada nuevo. Lo que ha cambiado es el escenario. Los incendios de sexta generación, alimentados por olas de calor cada vez más largas y secas, no se parecen a los de hace treinta años. Este agosto Galicia vio cómo apenas tres incendios arrasaban lo que antes necesitaba miles para devastar. Uno de ellos llegó a formar un pirocúmulo de once kilómetros de altura: un volcán improvisado en plena montaña capaz de generar sus propios rayos.

Más medios, menos prevención

La política forestal española y gallega lleva décadas centrada en reforzar la maquinaria de extinción. Helicópteros, brigadas, retenes… un engranaje pensado tras la oleada de 1989 para apagar rápido y cerca. Pero ya no se puede correr más rápido que el fuego. Los nuevos incendios se vuelven incontrolables antes de que los equipos lleguen.

La paradoja es evidente: cada verano se gasta más en apagar y cada invierno se invierte menos en prevenir. Solo un 20% de los ayuntamientos gallegos cumplen con los planes municipales de prevención obligatorios. La derecha insiste en responsabilizar al Gobierno central, aunque las competencias sean autonómicas. Y mientras, se alimenta el bulo de que las “leyes progresistas impiden limpiar los montes”. Lo cierto es lo contrario: las normas obligan a hacerlo, otra cosa es que no se cumpla.

El espejismo de la “limpieza”

Limpiar un monte no es arrasar el sotobosque ni convertir un bosque en un campo de golf. El matorral no es basura, es biodiversidad. Los que hay que mantener despejados son los monocultivos de eucalipto o pino que rodean casas y aldeas. El error histórico fue confundir plantaciones industriales con bosques, y esa confusión sigue marcando la política forestal.

Hoy tenemos más árboles que hace 150 años, pero menos bosques reales. La dictadura franquista expulsó a los ganaderos de los montes vecinales y los llenó de coníferas y eucaliptos. Se acabó el mosaico agrícola y ganadero que actuaba como cortafuegos natural y quedó un tapiz continuo y combustible. Más madera, menos resiliencia.

La interfaz, el fuego ya está en casa

Galicia construyó casas en mitad de los cultivos forestales y plantó eucaliptos en la puerta trasera de las aldeas. El resultado es la llamada “interfaz urbano-forestal”: el fuego ya no amenaza, entra. Este verano casi 200 viviendas ardieron, dos tercios de ellas vacías. Cada vez que un incendio se acerca a una casa, todos los medios se concentran en protegerla y el fuego se descontrola en el monte. Ni se salvan las casas ni se contiene el incendio.

El tiempo perdido

Llevamos cuarenta años diciendo lo mismo: los incendios se apagan en invierno. Pero el invierno pasa, los titulares desaparecen y los presupuestos vuelven a priorizar la emergencia sobre la prevención. El monte quemado sigue siendo una economía en sí misma, con contratos, obras y restauraciones que sustituyen a una gestión estructural del territorio.

El futuro exige un pacto de país que no dependa del calendario electoral. Ordenar el territorio, recuperar el rural, apostar por agricultura y ganadería extensiva, reducir monocultivos, proteger espacios naturales y educar en serio, no con anuncios de “si ves humo llama”. Porque los niños de quinto de primaria escuchan las charlas, pero los que prenden fuego al monte son adultos que llevan décadas escuchando excusas.

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