Feijóo y la memoria selectiva

El PP de Feijóo y Ayuso hace de la denuncia moral un método político mientras elude cualquier examen serio de su propio historial

16 de Diciembre de 2025
Actualizado el 17 de diciembre
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Feijóo y la memoria selectiva. Foto Flickr PP

El último discurso de Alberto Núñez Feijóo en Madrid no aporta datos nuevos ni aclara hechos contrastados. Aporta, eso sí, un cambio cualitativo en la forma de hacer oposición: la imputación política sin respaldo judicial como recurso central, amplificada desde un escenario cuidadosamente elegido y con Isabel Díaz Ayuso como coartada de fortaleza moral.

El señalamiento directo a José Luis Rodríguez Zapatero por un supuesto “chivatazo” previo a una detención marca un punto de inflexión en el argumentario del Partido Popular. Feijóo no cita autos, ni diligencias, ni comparecencias oficiales. Se apoya en una publicación periodística y la eleva a categoría de acusación política mayor, exigiendo explicaciones públicas inmediatas. No hay imputación, no hay investigación judicial conocida, pero sí una condena retórica pronunciada desde un atril.

El líder del PP lanza la acusación en un acto orgánico en Madrid, flanqueado por Ayuso, y la inserta en un relato más amplio: el de un PSOE presentado como un ecosistema corrupto en bloque, sin matices ni jerarquías de responsabilidades. La técnica es conocida, pero el grado de veracidad no lo es tanto. Hablar de “chivatazos para borrar pruebas” no es una crítica política; es una sospecha penal formulada sin garantías.

El caso Plus Ultra lleva años siendo utilizado como ariete político pese a no haber generado, hasta ahora, responsabilidades penales firmes en el ámbito gubernamental. Feijóo vuelve a ese expediente, pero introduce una novedad: desplaza el foco del rescate público a la figura de Zapatero, convertido en símbolo de todos los males posibles, desde la crisis económica de 2010 hasta las relaciones con Venezuela.

El problema no es la crítica a un expresidente —legítima en democracia— sino la ausencia de delimitación entre hechos probados, investigaciones abiertas y simples conjeturas. Feijóo no pregunta si hubo irregularidades; afirma que “todo parece indicar” una conducta delictiva. Esa fórmula retórica permite decirlo todo sin demostrar nada.

El lenguaje de la deslegitimación total

El resto del discurso sigue una pauta similar. “O robas o callas”, “catálogo entero de la corrupción”, “prostíbulos”, “cloacas”. La acumulación no busca precisión, sino saturación. Se trata de construir un clima, no de sostener un argumento. En ese clima, cualquier socio parlamentario pasa a ser cómplice, cualquier discrepante interno queda anulado y cualquier política pública queda reducida a una coartada para el saqueo.

Este tipo de retórica no es inocua ya que rebaja el listón del debate democrático y normaliza la idea de que la política es, por definición, un terreno de delincuencia generalizada. Paradójicamente, es el mismo marco que durante años alimentó la desafección y que hoy beneficia a quienes se presentan como antisistema desde dentro del sistema.

Ayuso como escudo y altavoz

Isabel Díaz Ayuso no es un elemento decorativo en este relato. Es su pieza central de legitimación. Feijóo la presenta como prueba viviente de que el PP “gana en limpieza y honestidad”, sin mencionar los múltiples frentes judiciales y administrativos que han rodeado a su gestión, desde contratos de emergencia hasta relaciones empresariales familiares.

Madrid aparece descrita como un oasis acosado por “todo el aparato del Estado”, una fórmula que invierte la carga de la prueba: quien gobierna sin rendir cuentas pasa a ser víctima, y quien fiscaliza se convierte en opresor. Es un esquema clásico de populismo institucional, adaptado a un partido que aspira a gobernar el país.

Feminismo retórico y silencios selectivos

Especialmente revelador es el uso que Feijóo hace de las denuncias de acoso sexual. El líder del PP acusa al Gobierno de “proteger a los babosos” mientras evita cualquier referencia incómoda a los casos que afectan a su propio partido. La comparación no se articula sobre protocolos, tiempos de reacción o garantías para las víctimas, sino sobre una supuesta superioridad moral automática.

Ayuso es presentada como mujer que “planta cara a los machistas”, sin necesidad de explicar cómo se traduce eso en políticas públicas o en estructuras de prevención. El feminismo queda así convertido en una etiqueta instrumental, eficaz para erosionar al adversario pero desprovista de traducción real en políticas públicas.

Lo más preocupante del acto de Alcorcón no es el tono, habitual en precampaña permanente, sino la ausencia de límites. Acusar sin pruebas, prometer auditorías totales, hablar de “limpiar” instituciones y “vaciar” corrientes políticas no es solo un exceso verbal. Es una forma de entender el poder en la que la alternancia no implica continuidad democrática, sino ruptura punitiva.

Feijóo y Ayuso han optado por ese camino. No como desliz puntual, sino como estrategia. Y lo hacen desde Madrid, convertida en laboratorio de un discurso que aspira a nacionalizarse. El problema no es que critiquen al Gobierno; es que, al hacerlo así, erosionan los mismos estándares de rigor, presunción y responsabilidad que dicen venir a restaurar.

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