El sueño americano de Ayuso: la geografía ideológica del trumpismo a la madrileña

Ayuso viaja a los territorios donde la ultraderecha norteamericana gobierna con retórica de cruzada cultural y políticas de desregulación agresiva

18 de Octubre de 2025
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Ayuso Estados Unidos sueño americano
Isabel Díaz Ayuso, durante su viaje a Miami | Foto: Comunidad de Madrid

Cuando Isabel Díaz Ayuso viaja a Estados Unidos, no elige destinos al azar. Sus brújulas diplomáticas no apuntan a Washington, Nueva York, Chicago o California, ni a las costas progresistas donde se incuban debates sobre cambio climático o justicia social. Prefiere Texas y Florida, los dos epicentros del ultraconservadurismo militante norteamericano. Lugares donde los valores de libre mercado, identidad nacional y resistencia al “progresismo” cultural se entrelazan en un discurso político que Donald Trump transformó en marca global. En ese espejo, la presidenta madrileña parece encontrar una afinidad ideológica y estética que trasciende la mera coincidencia programática.

Los viajes de Ayuso a Estados Unidos (Miami y Austin, Houston o Dallas) se presentan oficialmente como misiones para atraer inversión, fomentar la internacionalización universitaria o promover Madrid como polo económico. Pero más allá de los comunicados institucionales, cada desplazamiento funciona como una declaración simbólica. En los gestos, los escenarios y los discursos se perfila un mapa político coherente: Ayuso viaja a los territorios donde la ultraderecha norteamericana gobierna con retórica de cruzada cultural y políticas de desregulación agresiva. Son los laboratorios donde el trumpismo se ha convertido en una forma de gobernar.

En Miami, la presidenta madrileña elogia el “espíritu de libertad” de los exiliados cubanos y venezolanos, evocando el drama del comunismo con la misma energía emocional que Trump desplegaba en sus mítines de Florida. En Texas, celebrará el dinamismo empresarial y la baja fiscalidad como ejemplos de “cómo la libertad genera prosperidad”. Ambos lugares encarnan, en su narrativa, una alternativa al intervencionismo europeo, un refugio para quienes huyen de lo que ella denomina “políticas tiránicas”. La retórica no es nueva: es la traducción ibérica de un mensaje profundamente arraigado en la secta MAGA (Make America Great Again).

En el fondo, la coincidencia va más allá del contenido político. Es una coincidencia de tono, de lenguaje y de estética. Como Trump, Ayuso ha convertido la confrontación en su principal herramienta de comunicación. Ambos construyen su identidad política a partir de enemigos difusos y ambos se presentan como portavoces de un pueblo “común” asediado por las imposiciones de lo políticamente correcto. Trump hablaba del “deep state” y Ayuso habla del “gobierno que no deja vivir”. Trump denunciaba la “woke culture” y Ayuso ironiza sobre “los ofendidos profesionales”.

Incluso la noción de “libertad” ocupa un lugar central, hiperbólico y polisémico en ambos discursos. En el trumpismo, la libertad se entiende no como un ideal colectivo, sino como la ausencia de límites impuestos por el Estado, los expertos o las normas culturales. En el “ayusismo”, la libertad también se ha vaciado de su contenido institucional para convertirse en bandera emocional: la libertad de abrir un bar, de no pagar impuestos, de decir lo que uno quiera sin ser “cancelado”. No es una doctrina, sino un sentimiento, y como tal, conecta poderosamente con sectores sociales cansados de la política tradicional.

El paralelismo se refuerza en la elección de aliados. En Estados Unidos, los modelos de Ayuso son los gobernadores Ron DeSantis y Greg Abbott, referentes de una ultraderecha que combina ultraliberalismo económico con autoritarismo moral. Ambos han hecho de la educación, la inmigración y el control ideológico de las instituciones culturales su campo de batalla. DeSantis impulsó leyes que limitan el contenido sobre diversidad en las escuelas; Abbott desafió al gobierno federal en materia migratoria con un muro propio y medidas paramilitares. Ayuso no puede replicar esas políticas en España, pero su afinidad retórica con ellas es clara: denuncia la “imposición ideológica” en las aulas, la “dictadura del lenguaje inclusivo” y el “intervencionismo” de la Moncloa.

Estos viajes no solo son parte de una agenda económica: son también un espejo identitario. En Texas y Florida, Ayuso encuentra no tanto socios comerciales como validación ideológica. Ambos estados simbolizan un relato en el que el éxito económico se asocia con la resistencia cultural. Al visitarlos, la presidenta madrileña se coloca deliberadamente dentro de esa narrativa global de las ultraderechas postliberales que han hecho del antiestatismo y del populismo emocional su motor político.

Como Trump, Ayuso entiende la política como espectáculo y la comunicación como poder. Sus viajes son producciones cuidadosamente coreografiadas: imágenes con empresarios, discursos ante auditorios llenos de exiliados anticomunistas, titulares que subrayan su autonomía frente al gobierno central. No importa tanto lo que se logre en términos de acuerdos concretos; importa el relato. Lo institucional se convierte en performance política.

Pero la imitación tiene riesgos. En Estados Unidos, el trumpismo es una reacción a la pérdida de hegemonía de una mayoría cultural blanca, masculina y cristiana. En España, la situación es distinta. El “ayusismo” intenta adaptar esa retórica a una sociedad más plural y menos polarizada, donde la línea entre liberalismo clásico y populismo reaccionario es más delgada. Si en Florida y Texas el combate contra la “izquierda radical” moviliza a millones, en Madrid el discurso corre el riesgo de sonar impostado o caricaturesco.

Aun así, el cálculo político es claro. Ayuso no solo habla para Madrid, sino para un electorado nacional en busca de liderazgo simbólico en la derecha. Su acercamiento a los símbolos del trumpismo (el elogio a la desregulación, la retórica de libertad individual, la exaltación del éxito frente a la corrección política) la sitúan como figura central de una derecha española que observa, con fascinación y temor, el poder movilizador del populismo conservador americano.

Texas y Florida son, para Ayuso, algo más que destinos diplomáticos: son metáforas. Allí, entre empresarios latinos que huyen de regímenes autoritarios y gobernadores que combaten la “agenda woke”, la presidenta madrileña proyecta su visión de Madrid como la “Florida de Europa”: una tierra de oportunidades, bajos impuestos y discursos moralmente combativos. Lo que está en juego no es solo un modelo económico, sino una forma de entender el poder: emocional, polarizadora, ajena al consenso y sustentada en la idea de que gobernar es luchar, no gestionar.

Como Trump, Ayuso ha comprendido que, en la era de la política mediática, el viaje importa más que el destino. Y en su ruta americana, los puntos que conecta dibujan el mapa ideológico de un trumpismo castizo, adaptado a la Puerta del Sol.

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