La España de Sánchez crea empleo estadístico, no empleo real

El aumento de afiliaciones a la Seguridad Social no implica más personas trabajando, sino más trabajadores sumando varios empleos parciales para alcanzar una jornada completa

05 de Noviembre de 2025
Actualizado a las 10:59h
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Mercado Laboral Paro Juvenil
Cola de jóvenes para optar a un empleo

El mercado laboral español es, como diría un castizo, “un porro”, dado que los datos de paro registrado de octubre vuelven a desafiar la lógica. El desempleo sube en todas las comunidades autónomas, en todos los sectores y con un impacto especialmente severo sobre las mujeres. Sin embargo, también crece la afiliación a la Seguridad Social y se firman más de 1,5 millones de contratos, casi la mitad indefinidos. La paradoja refleja una verdad incómoda: España está creando empleo estadístico, no empleo real.

El único respiro procede del sector de la construcción, que muestra un leve incremento de ocupación, mientras el resto de los sectores retrocede. El fin de la temporada turística ha dejado un rastro de destrucción laboral particularmente intenso en Baleares, donde la prolongación artificial del verano apenas ha amortiguado la caída. El turismo, que actúa como termómetro del mercado laboral español, demuestra una vez más su fragilidad estructural: cuando el sol se apaga, el empleo también.

Contratar no es emplear

Los contratos se multiplican, pero no el trabajo. Firmar contratos no es lo mismo que crear empleos. En Andalucía, por ejemplo, se rubricaron 15.000 contratos más que el mes anterior y, sin embargo, el paro aumentó. Detrás de esa contradicción hay un fenómeno que distorsiona la lectura de los datos: el pluriempleo y la parcialidad.

El aumento de afiliaciones no implica necesariamente más personas trabajando, sino más personas sumando varios empleos parciales para alcanzar una jornada completa. En otras palabras, lo que crece no es la ocupación, sino la fragmentación del trabajo. Los economistas lo llaman “trozos de empleo”: múltiples contratos que esconden un mismo rostro que se multiplica en las estadísticas.

Este fenómeno, que en parte se explica por la transición hacia una economía de servicios intermitentes y digitalizados, también refleja el coste social de un modelo productivo de baja productividad y alta temporalidad. España, a diferencia de otros países europeos, no ha logrado estabilizar su empleo incluso en periodos de crecimiento. La reforma laboral de Sánchez presuntamente redujo el uso del contrato temporal, pero no alteró el núcleo del problema: la rotación constante y la precariedad como norma.

Viernes de despidos y lunes de contrataciones

La estacionalidad sigue marcando el pulso del empleo español. Las bajas en la Seguridad Social continúan concentrándose los viernes y los fines de mes, un patrón que evidencia contratos de días o semanas. En octubre se destruyeron casi 200.000 empleos en apenas 48 horas, síntoma de un mercado donde el trabajo se contrata y se cancela con la misma rapidez con que cambian las previsiones turísticas o las campañas de ventas.

Este ciclo de destrucción y reconstrucción semanal del empleo muestra que los problemas de fondo siguen intactos: una estructura productiva basada en servicios de bajo valor añadido, una escasa inversión industrial y una política laboral más reactiva que estratégica.

Política de escaparate

Y, mientras no se crea empleo de calidad, los precios suben más que los salarios, los políticos están en una especie de Juego de Tronos en el que lo único que parece importar es el quítate tú para ponerme yo.

La política laboral española se ha convertido en una política de escaparate. Se legisla más sobre las formas de contratación que sobre las causas de la inestabilidad. La estrategia se orienta a maquillar indicadores sin garantizar su duración ni su poder adquisitivo.

España vive, en el fondo, una modernización incompleta. La digitalización, la economía verde o el auge de los servicios avanzados no han logrado sustituir el empleo precario por ocupaciones estables y cualificadas. Las cifras de paro son sólo la punta visible de una estructura donde millones de trabajadores alternan entre contratos cortos, jornadas parciales y sueldos insuficientes para sostener el consumo interno.

El mercado laboral, que debería ser el motor de la cohesión social, se ha convertido en un termómetro de vulnerabilidad. Y mientras los indicadores macroeconómicos celebran la “resiliencia” del empleo, las familias enfrentan la paradoja cotidiana de trabajar más para ganar menos.

La conclusión es tan simple como inquietante: España no carece de empleo, sino de trabajo estable. El país contrata mucho, pero emplea poco. Entre los contratos y las afiliaciones, se esconde una realidad de fragmentos laborales que alimentan la ilusión estadística del progreso. En ese terreno incierto, el crecimiento del empleo se parece cada vez más a una ilusión óptica: visible en los gráficos, pero invisible en los hogares.

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