Durante casi una década, Isabel Díaz Ayuso ha representado el experimento más sofisticado del populismo de derechas (o ultraderecha) en España: una mezcla de liberalismo económico, identidad madrileña exaltada y confrontación permanente con el gobierno central. Su ascenso fue tan rápido como su consolidación. Pero, en política, la velocidad suele ser también el preludio de la caída, y los signos de agotamiento de su proyecto comienzan a ser visibles.
Lo que durante un tiempo fue percibido como un liderazgo audaz y desacomplejado empieza a ser leído como una deriva de aislamiento político, desgaste interno y un modelo económico que ya no sostiene sus propias promesas. Como en todo ciclo populista, la erosión no llega por un solo golpe, sino por una suma de fracturas: institucionales, ideológicas y emocionales.
Populismo como método
Ayuso entendió antes que muchos que el populismo contemporáneo no necesita un programa coherente, sino un enemigo reconocible. Convirtió a Pedro Sánchez, al “Gobierno socialcomunista” y al supuesto “centralismo anti-Madrid” en los antagonistas necesarios de un relato de resistencia. Su fórmula fue eficaz: construyó un Madrid imaginado, de clases medias irritadas y emprendedores exasperados, frente a una España que percibía como burocrática, ineficiente y subvencionada.
El discurso ayusista no apelaba tanto a la ideología como a la emoción. No hablaba de impuestos o competencias autonómicas, sino de libertad, una palabra maleable que podía significar desde la apertura de los bares hasta la exención fiscal absoluta. En eso se parece más a Donald Trump, a Nayib Bukele o a Javier Milei que a Mariano Rajoy e, incluso, a José María Aznar.
Pero el populismo es un fuego que exige combustible constante. Y cuando los enemigos se agotan o pierden poder, el relato se apaga. Con la erosión del sanchismo y el desplazamiento del foco político hacia la economía y la gestión, el tono combativo de Ayuso se está volviendo extemporáneo. Como todos los populistas que gobernaron demasiado tiempo su propia trinchera, su voz suena hoy más a eco que a vanguardia.
Cercanía a la extrema derecha
En su pugna por liderar la derecha española, Ayuso optó por competir con Vox en su propio terreno: el identitario. Madrid se transformó en un laboratorio de políticas simbólicas que van desde la confrontación cultural hasta la negación de consensos climáticos o feministas, que buscaban apropiarse del electorado de ultraderecha sin reconocer su influencia.
Durante un tiempo, la estrategia funcionó. Vox se desinfló parcialmente en Madrid, y Ayuso consiguió parecer más radical sin dejar de ser institucional. Pero a largo plazo, la imitación erosiona la autenticidad. Su retórica antiestatal, su mensaje antiabortista y su oposición a las políticas de memoria histórica la acercaron tanto al discurso ultra que muchos votantes moderados comienzan a verla como parte del mismo ecosistema.
En la política europea reciente, esa es la frontera fatal. Cuando la derecha liberal se mimetiza con la extrema derecha, pierde su identidad y su electorado de centro. Sucedió con Les Républicains en Francia, con la CDU de Merkel en algunos Länder, y podría sucederle al PP madrileño bajo el dominio de Ayuso.
Ultraliberalismo
La presidenta madrileña ha defendido un modelo económico basado en la baja fiscalidad y la desregulación. Madrid se ha presentado como una “isla de prosperidad” dentro de una España más regulada y menos competitiva. Pero ese relato choca cada vez más con los datos.
Según la OCDE y Eurostat, la Comunidad de Madrid figura entre las regiones europeas con mayor desigualdad interna, con un coeficiente de Gini superior al promedio nacional. La reducción del impuesto de sucesiones o del IRPF no ha dinamizado la economía productiva, sino favorecido la acumulación de capital en los sectores rentistas y en los patrimonios inmobiliarios.
El modelo madrileño, que Ayuso presenta como “milagro”, depende en gran medida del efecto capitalidad (la concentración de empresas y rentas altas que tributan en Madrid por ser capital administrativa) y del turismo urbano. Ninguno de esos factores es sostenible a largo plazo, especialmente en un contexto de desaceleración global y de inflación en la vivienda.
Su política fiscal, aplaudida por los sectores más liberales, se revela ahora como un arma de doble filo: limita la capacidad de inversión pública en sanidad, educación y vivienda, precisamente los servicios que más demandan las clases medias madrileñas. Y en política, cuando la prosperidad deja de sentirse, el discurso de la libertad económica deja de convencer.
El personaje se desgasta
Ayuso ha gobernado tanto desde la épica personal que su figura ha terminado devorando a su propio partido. La confrontación con la dirección nacional del PP, el culto mediático a su liderazgo y su dependencia del enfrentamiento con el poder central han generado una figura política sin sucesión posible ni estructura sólida.
El ayusismo se ha convertido en un fenómeno de personalidad, no de proyecto. Como le sucedió a Boris Johnson en el Reino Unido, su estilo comunicativo (espontáneo, beligerante, emocional) ha dejado de ser una ventaja y se ha convertido en un riesgo. Cada declaración improvisada, cada choque con Génova o con los medios, amplifica la sensación de caos.
En los sondeos internos del PP, la figura de Ayuso mantiene apoyo en Madrid, pero su proyección nacional ha empezado a declinar. Los votantes de centro, esenciales para cualquier victoria general, la perciben como impredecible y excesiva. Y la política española, tras años de polarización, parece prepararse para un ciclo más pragmático.
El límite de la libertad
En última instancia, la caída de Isabel Díaz Ayuso no será un acto súbito, sino una implosión gradual: el momento en que su narrativa de supuesta libertad deje de ofrecer respuestas a una sociedad que pide protección, estabilidad y servicios públicos de calidad.
El populismo liberal, como toda ideología del exceso, se alimenta del entusiasmo y muere de la gestión. Madrid ya no es solo una bandera; es un territorio con desigualdades crecientes, un sistema sanitario en crisis y un modelo económico que privilegia la especulación sobre la productividad.
Ayuso fue, durante un tiempo, el rostro más hábil del nuevo populismo europeo de derechas: más culto que Salvini, más moderno que Le Pen, más institucional que Vox. Pero la historia política rara vez premia la intensidad, premia la eficacia. Y cuando el carisma se agota, lo único que queda es la contabilidad de los errores.