El discurso de la brecha generacional suena atractivo y fácil de repetir. Pero esa explicación esconde la verdadera naturaleza de la desigualdad: lo decisivo no es la fecha de nacimiento, sino la pertenencia o no a una clase con acceso a vivienda, herencia y capital.
El espejismo de la edad
Los relatos mediáticos suelen resumir el problema en términos de generaciones. Se habla de jóvenes con salarios bajos frente a mayores que compraron vivienda a precios accesibles. Esa simplificación contiene una parte de verdad, pero resulta engañosa. El factor que marca la diferencia no es la edad, sino la posesión de activos acumulados.
Una parte de la población ha visto cómo el valor de su vivienda crecía durante décadas. Otros, en cambio, han vivido la precarización del empleo y el encarecimiento del alquiler. El conflicto no se libra entre décadas de nacimiento, sino entre propietarios y no propietarios.
El mercado inmobiliario como frontera social
El suelo y la vivienda son hoy la frontera más clara de desigualdad. Acceder a un piso requiere ingresos muy superiores a los salarios medios. Comprar ya no es solo una necesidad vital, sino una vía de acumulación patrimonial vedada a la mayoría.
Quienes poseen más de un inmueble no solo aseguran rentas mensuales; consolidan ventajas intergeneracionales a través de la herencia. En ese mecanismo, la clase rentista se multiplica, mientras la mayoría queda atrapada en un alquiler que consume gran parte de sus ingresos.
La desigualdad que no se ve
El impacto de esta fractura va más allá de la renta disponible. Retrasa la emancipación, condiciona la maternidad y la paternidad, impide generar ahorro y extiende la dependencia familiar. También erosiona la confianza social: si las reglas están trucadas, el mérito se convierte en un concepto vacío.
Las consecuencias son territoriales. Las ciudades se convierten en espacios vedados para quienes no pueden pagar, los barrios se segregan, los pueblos se vacían. La desigualdad patrimonial se traduce en geografías fragmentadas donde la cohesión se desmorona.
Redistribuir para democratizar
La salida pasa por desplazar el foco desde el relato generacional hacia una redistribución real. Esto implica fiscalidad sobre el patrimonio inmobiliario no ligado a la residencia habitual, control efectivo de precios del suelo y un parque estable de vivienda pública.
La desigualdad no enfrenta a jóvenes contra mayores, sino a quienes concentran activos frente a quienes no. Llamarla generacional es un atajo retórico. Entenderla como conflicto de clase es el primer paso para abordarla en serio.