La estrategia de Alberto Núñez Feijóo para endurecer el discurso migratorio no convence a la ultraderecha, que mantiene su acusación recurrente: el Partido Popular es irreformable, no ha cambiado, y sigue siendo una herramienta débil del sistema.
Imitación sin convicción
El anuncio de Alberto Núñez Feijóo de un sistema de visado por puntos para seleccionar a migrantes según criterios de "integración cultural", empleabilidad y país de origen ha tenido más eco en la retórica que en la credibilidad. Para Vox, se trata de “una farsa”, “una estafa” y “más de lo mismo”. La respuesta, lejos de celebrar una posible confluencia ideológica, revela hasta qué punto la competencia entre PP y Vox ya no es programática, sino simbólica y visceral.
En su intervención más reciente, José María Figaredo —secretario general del grupo parlamentario de Vox— ha desmontado la propuesta popular como puro artificio electoral. En su opinión, el PP ni pretende aplicar lo que dice ni tiene credibilidad para hacerlo. Y lo afirma desde una posición de superioridad política, como quien observa al adversario desde una torre ideológica más alta, aunque esté construida sobre los mismos materiales de exclusión y xenofobia.
El PP sigue atrapado en su propio reflejo
El problema no es solo que la extrema derecha desprecie al PP, sino que el PP sigue necesitando esa mirada para definirse. Feijóo ha querido marcar distancias verbales con Vox mientras asume, cada vez con menos disimulo, sus marcos discursivos: “españoles primero”, “regular solo al que se lo gana”, “migración selectiva”. Pero esa estrategia de simulacro solo refuerza el relato de Vox: el Partido Popular, pese a endurecer el tono, no tiene voluntad real ni autonomía para cambiar nada. Lo consideran parte del problema, no de la solución.
La paradoja se acentúa: cuanto más se acerca Feijóo a los postulados de Vox, más refuerza la acusación de cobardía que lleva años persiguiendo a su partido. El PP no puede competir con la ultraderecha en autenticidad porque lleva décadas definiéndose por su moderación institucional, y ahora esa misma marca se convierte en lastre frente a un adversario que vive del conflicto, no del consenso.
El desgaste del simulacro
Más allá del oportunismo electoral, el episodio evidencia el punto muerto estratégico en el que se encuentra el PP: no puede permitirse un giro nítido hacia la extrema derecha sin romper su vínculo con el centro político, pero tampoco logra consolidarse como alternativa sólida mientras siga siendo percibido como una réplica tibia de su socio incómodo.
Mientras Vox desprecia cada nuevo gesto del PP como un intento fallido de imitación, el discurso migratorio en España se desplaza peligrosamente hacia un terreno donde la exclusión se normaliza y se codifica en fórmulas administrativas: puntuaciones, criterios culturales, listas de países preferentes. La política se disfraza de gestión, y el racismo institucional se presenta como una cuestión de eficiencia.
Feijóo no solo no logra imponerse a la ultraderecha; está absorbiendo su marco sin obtener legitimidad ni espacio. La ultraderecha, por su parte, celebra su triunfo sin necesidad de pactos: el PP habla su idioma, pero no ha sido invitado a la mesa.