María Guardiola se ha convertido en la principal atracción de feria de la campaña a unas elecciones extremeñas tan trascendentales como anodinas. Resulta que unos cacos robaron la caja de caudales de la oficina de Correos en Fuente de Cantos, apoderándose del dinero y de 124 papeletas ya emitidas para los comicios del domingo, y ella vio la oportunidad pintiparada para erigirse en la Juana de Arco extremeña defensora de la libertad. “Están robando nuestra democracia delante de nuestros ojos”, dijo en una de las afirmaciones más surrealistas, chuscas y esperpénticas de la historia reciente de este país (lo cual ya es decir).
El robo de Fuente de Cantos, propio de un argumento de la España navideña negra y hambrienta de Berlanga, nada tiene que ver con una trama organizada, ni con la política, ni con la grave situación que vive el país. Ni siquiera con Pedro Sánchez, convertido por el conspiracionismo ultra en una especie de autócrata peor que Putin. Se trata, a buen seguro, de un delito cometido por una banda de rateros comunes que arramplaron con todo lo que había en la caja, incluidos los votos para las elecciones. Eso es lo que dice la lógica y el atestado de la Guardia Civil, pero nadie le iba a estropear a Guardiola un buen titular a las puertas de los comicios. Ni corta ni perezosa, la señorona se plantó ante los periodistas, haciéndose la indignada, y empezó a lanzar infundios y bulos sobre un posible pucherazo.
Por desgracia, ya nos hemos acostumbrado a que los prebostes del PP se abonen a las teorías y prácticas goebelsianas más delirantes, poniendo en duda el buen funcionamiento del sistema electoral. Es el manual trumpista que Feijóo y los suyos han comprado sin complejos. El PP lleva años degradando la democracia y este es un paso más. Si lo que pretendía su excelencia era convencer a la opinión pública de que el robo de Fuente de Cantos lo había perpetrado la banda del Peugeot, o sea Sánchez en el papel del Vaquilla, Ábalos como El Torete y Santos Cerdán como El Lute –todos ellos con antifaz, macuto y herramientas de butroneros–, ha hecho el ridículo más espantoso. Nadie está robando la democracia, como dice la marquesona extremeña, en todo caso se están robando las migajas que deja el caciquismo de la derecha, como se ha hecho toda la vida.
Nuestro sistema de libertades no está en riesgo. La propia ley electoral lo tiene todo previsto, incluso el hurto en una oficina en Correos. Las papeletas han quedado registradas con su correspondiente número de entrada y los votantes ya han sido notificados sobre el suceso para que vuelvan a ejercer su derecho al sufragio si lo desean. Punto pelota.
Lo del robo propio de un cómic de posguerra de Carpanta ocurrió por la mañana. Por la noche, la demagógica y populachera presidenta tuvo la oportunidad de seguir manteniendo su descabellada teoría sobre la “democracia amenazada” en el debate a cuatro organizado por Xabier Fortes en TVE. No lo hizo, dio la espantada. Asistieron todos los candidatos a la Presidencia de la Junta menos ella –por el PSOE, Miguel Ángel Gallardo; por Vox, Óscar Fernández; y por Unidas por Extremadura, Irene de Miguel–, lo cual fue revelador y un indicio definitivo de que Guardiola no tiene claro el resultado de las elecciones del domingo. La presidenta aspirante a revalidar el cargo sabe que su gestión de los últimos años ha sido más bien pobre y que los extremeños empiezan a valorar otras opciones políticas. Así que decidió quedarse en casa al calor de la chimenea. Se ausentó, enmudeció, se escondió, de tal manera que sustrajo a los espectadores la oportunidad de conocer su programa político y si piensa pactar o no con la extrema derecha de Vox. Eso sí que fue un robo a la democracia en toda regla y no el atraquillo de unos bandoleros de Sierra Morena. Inventando historias sobre pucherazos, Guardiola es una crack, un hacha, pero organizando la Sanidad, los servicios públicos y el Estado de bienestar ha demostrado su incompetencia supina. Por no hablar de que se ha entregado miserablemente a los ultras pese a que llegó al poder presumiendo de que era una especie de heroína frente a la ofensiva fascista y que jamás vendería su tierra a los nostálgicos del régimen anterior.
Denunciar que alguien está tratando de dar un golpe de Estado en las urnas, tal como sugiere Guardiola (lejos de rectificar sigue insistiendo en hacer el ridículo hasta el final) solo puede tener una explicación: desviar la atención del tremendo escándalo protagonizado horas antes por su primo, el chófer de la Junta que la trae y la lleva a los actos oficiales y sobre el que pesa una condena por violencia machista. Y luego va de feminista acusando a Abascal de machirulo. Normal que el líder ultra se mofe de ella y le pregunte si es que se ha dado un golpe en la cabeza o qué. Por cosas así se hunde la derecha convencional y emerge el monstruo de la extrema derecha.
La última payasada de Guardiola no da más que para las pocas líneas de esta modesta columna de opinión, pero conviene no perder de vista lo bajo que están cayendo los prebostes del PP capaces de prostituir hasta límites insospechados nuestra degradada y maltrecha democracia. Cuando a Donald Trump le va mal en las encuestas de popularidad (más de un tercio de sus votantes reniegan ya de su gestión) invade Venezuela. Cuando un político del PP pasa por horas bajas demoscópicas se inventa un pucherazo que no se cree nadie. Cuánto daño está haciendo el maquiavélico manual trumpista.