Junts ha vuelto a darle un portazo a Pedro Sánchez (y ya van dos veces, segundo aviso). El presidente del Gobierno había creído que, pidiendo perdón por los incumplimientos del PSOE, la hiperventilada Míriam Nogueras recapacitaría, respiraría hondo, se relajaría un poco y volvería a la mesa de negociación. No ha sido así. “Los votos de Junts”, le ha espetado la portavoz soberanista al inquilino de Moncloa, “siempre han estado al servicio de Cataluña y solamente al servicio de los catalanes”. “Ni el PSOE, ni Sumar, ni el Gobierno español podrán contar con nuestros votos a cambio de nada (…) No cumplir tiene consecuencias”, ha sentenciado. Res de què parlar, noi.
De esta forma, Nogueras le hace la cobra a Sánchez, como suele decirse, lo cual tiene un efecto inmediato en la política española: Feijóo ya negocia con Junts. ¿Y qué es lo que negocia? Cuenta con escaso margen de maniobra, esa es la verdad. Abascal lo tiene cogido por donde más duele y le aprieta con fuerza cada vez que el dirigente del Partido Popular sopesa hacer concesiones, transferencias y ampliaciones al autogobierno de Cataluña. El gallego debería explicar a sus votantes cómo piensa articular un proyecto político sustentado en la extrema derecha nacionalista y al mismo tiempo contentar a los partidos periféricos (véase Junts y el PNV). Es, de todas todas, un puzle irresoluble. Metafísicamente imposible.
Abascal sabe que el hombre al que quiere darle el sorpasso para colocarse él como jefe del partido conservador hegemónico en España se encuentra en un callejón sin salida. En Carlito’s Way, la película de Brian De Palma considerada un clásico del cine negro (mal retitulada en nuestro país como Atrapado por su pasado), el protagonista, Carlitos Brigante, es un delincuente común que ha decidido romper con su pasado para rehabilitarse como persona. Solo que no puede. No le resulta fácil volver al camino recto. Un destino implacable y fatal se ceba con él. Una serie de acontecimientos infaustos lo van llevando, una y otra vez, al arroyo, a la perdición, sin que puede alcanzar su sueño dorado: emigrar a una lejana playa caribeña para ser feliz. A Feijóo, salvando las distancias, le ocurre algo parecido. Moncloa es su paraíso anhelado, su pequeño Caribe utópico, pero ha cometido tantos errores, ha metido tanto la zarpa en la vida, que enderezar el rumbo se le antoja misión imposible, como al bueno de Carlitos. El líder del PP, al vender su alma al Diablo (en este caso a Abascal, y qué bien le sienta el papel al jefe ultra con esa perilla mefistofélica y ese estilo duro y cruel), ya no encuentra el camino de retorno a la moderación y a la senda del éxito. Para él, no hay vuelta atrás.
En esa tesitura, lo va a tener difícil Feijóo para arrancar el voto de los siete diputados de Carles Puigdemont que necesita para ser presidente del Gobierno de España. Sus posibilidades de negociación con el independentismo son escasas. Si abre la mano y concede cosas al soberanismo, acto seguido Abascal se larga con viento fresco de la coalición de derechas, adiós muy buenas, y el PP se verá en tierra de nadie con sus raquíticos 120 escaños. Y si se planta y dice que no a las exigencias del hombre de Waterloo, queda muy bien con Vox, pero puede que no le den los números para la investidura.
Estos días, Feijóo sopesa cruzar el Rubicón y ponerle una moción de censura a Pedro Sánchez. Pero, lógicamente, no se atreve. El terreno que pisa es peligroso y el futuro es incierto. Ir para perder, daría oxígeno al sanchismo. Quedarse quieto y no arriesgar, erosiona su liderazgo. Con esa situación in extremis juega Abascal, que se ha puesto en plan exigente y ya le ha dejado claro al genovés que debe asumir toda su responsabilidad, dejarse de manifestaciones domingueras “para disimular”, coger el toro por los cuernos y presentar la moción que descabalgue de una vez al tótem del PSOE, dando paso a unos comicios inmediatos, limpios y democráticos. Un ultra que pretende desmantelar la democracia dando lecciones de democracia. El arquitecto del nuevo autoritarismo trumpista enarbolando la bandera de la libertad, embaucando a la nación y engañando a cientos, a miles, con el famoso timo del crecepelo. Ver para creer. El discurso nos suena, tristemente, a aquellos que soltaban los patrones de las derechas españolas en tiempos de la Segunda República. Hoy mismo, Espinosa de los Monteros (un purgado de Abascal) ha profetizado que, si la derecha gana en las urnas, habrá una “fuerte resistencia interna increíble” y una oposición de izquierda que “quemaría las calles”. O sea, el mismo lenguaje guerracivilista de quienes secuestran la democracia para preservar los privilegios de las clases dominantes y los poderes fácticos. Espinosa propala el miedo al anarquista libertario y a la quema de conventos. Poco tardará Ayuso en decir una burrada mayor para no perder el gancho y tirón en este Madrid neofalangista.
A Feijóo se lo están comiendo por los pies. Entre el volantazo ultra de la presidenta madrileña y el discurso franquista sin complejos de Abascal están merendándose la empanada gallega. Pronto no quedará nada de él y pasará a la historia con más pena que gloria. Apenas flotará un tímido recuerdo, el de la foto del yate con el amigo gánster, y poco más. Sin duda, es el Carlitos Brigante del PP.