Feijóo, la imagen tranquila y la dirección del viento

Presentado como la alternativa moderada tras años de estridencia, su liderazgo muestra cómo las transformaciones más profundas no siempre se anuncian; a veces simplemente se administran

03 de Noviembre de 2025
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Feijóo, la imagen tranquila y la dirección del viento. Foto Flickr PP

Alberto Núñez Feijóo ha construido su identidad política sobre una idea muy concreta de sí mismo: la del dirigente que no se deja arrastrar por el ruido, que habla desde una serenidad casi administrativa, como si la política pudiera resolverse siempre en un despacho limpio y ordenado. Esa imagen ha funcionado porque aparece en un momento en el que una parte del país dice desear calma. Pero la política no se define por el volumen de voz, sino por la orientación de las decisiones. Y, en su caso, esa orientación merece ser observada con atención.

Durante sus años en Galicia, alimentó la sensación de estabilidad, de gestión prudente, de no mover demasiado las piezas. Sin embargo, esa quietud aparente convivió con un desplazamiento sostenido de servicios públicos hacia formas de gestión privada, especialmente en la sanidad. No hubo proclamaciones ideológicas ni voluntad de ruptura: se gobernaba desde el presupuesto, desde la planificación interna, desde cambios paulatinos que parecían técnicos. Fue una política sin énfasis, pero con efectos duraderos, como ocurre siempre que se actúa desde la estructura y no desde el discurso.

Lo excepcional convertido en rutina

Su llegada a Madrid no cambió esa forma de proceder. Se presentó como la vuelta del Partido Popular al centro institucional perdido, como el dirigente que podía devolver sobriedad tras años de estridencia. Pero la derecha española había cambiado ya de marco y de lenguaje. El partido no pedía contención, sino energía identitaria. Feijóo no la detuvo; simplemente encontró la manera de acompañarla sin parecer que lo hacía. Fue el gesto lo que se mantuvo, no el contenido.

No hay mejor ejemplo que los acuerdos con Vox en gobiernos autonómicos y municipales. En otro tiempo, habrían sido entendidos como una decisión mayor, con consecuencias profundas sobre el marco de convivencia. En su etapa, fueron presentados como una cuestión de trámite, una necesidad aritmética, una simple gestión de gobernabilidad. Esa forma de presentar lo excepcional como rutina es lo que mejor describe su método político: no alterar la intensidad de la voz, pero sí desplazar la posición desde la que se habla.

A ello se suma su insistencia en la defensa de la institucionalidad mientras mantenía bloqueada la renovación del Poder Judicial. La contradicción no necesita subrayado. Es posible sostener el lenguaje de la responsabilidad democrática mientras se ejerce una estrategia para conservar influencia. No lo hace mediante la confrontación abierta, sino dejando que las cosas sigan en pausa, como si la falta de decisión fuese neutral y no una forma activa de intervención. A veces, lo que no se mueve sostiene tanto como lo que se empuja.

La falsa moderación 

Una parte de su eficacia reside en su biografía política: Feijóo se formó en estructuras administrativas, no en frentes parlamentarios. Para él, la política es gestión, procedimiento, continuidad. Pero ese enfoque, trasladado al presente, donde la disputa es también cultural y democrática, no operó como freno sino como facilitador. La neutralidad tecnocrática puede convertirse en acompañamiento de fondo cuando el contexto exige posicionamiento explícito.

Mucho se ha insistido en la contraposición entre Feijóo e Isabel Díaz Ayuso, pero lo que existe es un reparto tácito de funciones. Ella moviliza a través del impacto, él amortigua a través del tono. Una produce identidad; el otro produce respetabilidad. Son dos voces de un mismo proyecto, no dos proyectos distintos.

La idea de moderación necesita, entonces, ser revisada. No es hablar sin estridencias. No es evitar grandes declaraciones. La moderación es una posición respecto a lo común, lo público y lo que se considera innegociable. Si el desplazamiento se produce, aunque sea lentamente, hacia un modelo que reduce esos espacios, el tono no suaviza el contenido: solo lo vuelve menos visible.

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