La entrevista de Alberto Núñez Feijóo en Espejo Público fue un repaso minucioso a su principal problema político: no tiene nada nuevo que decir. Entre alusiones a la inmigración, la política exterior y el aborto, el jefe de la oposición se reafirmó en su personaje —el del gestor razonable frente al caos— mientras exhibía una mezcla de desconexión y superioridad moral que explica por qué su partido gana titulares pero no mayorías.
El relato de la autoridad perdida
Feijóo ha convertido la crítica en un refugio. Lo suyo no es la alternativa, sino la nostalgia de un orden que solo existe en su relato. Desde el plató de Antena 3, desplegó de nuevo su versión del país roto por culpa de Sánchez: España ya no pinta nada fuera, los socios del Gobierno dividen al Estado, la política exterior es un desastre y el 12 de octubre prueba que “la izquierda ha pasado del no a la guerra al no a la paz”.
El argumento es eficaz en el aplauso fácil, pero no resiste el contraste con los hechos. Ni España está aislada, ni la política exterior se decide en tertulias matinales, ni la pluralidad del Gobierno explica el supuesto declive internacional.
Feijóo repite la liturgia de la autoridad perdida, aunque fue su propio partido el que desmanteló buena parte de la credibilidad institucional en la última década.
El aborto, entre la contabilidad y el prejuicio
El momento más revelador llegó con el tema que divide a su partido: el aborto. Feijóo, en su tono habitual de gestor que parece disculparse por pensar, explicó que no considera el aborto un derecho fundamental, sino “una prestación del sistema”. Lo dijo sin titubeos, sin pestañear. Como si definir el cuerpo de las mujeres fuese un trámite burocrático.
Su intento de equilibrar a Ayuso con Sánchez acabó en la nada: una defensa tibia del derecho a abortar que, en la práctica, legitima su restricción en las comunidades del PP. Cuando se le preguntó por los listados de médicos objetores, el gallego volvió al recurso de siempre: culpar al Gobierno, hablar de Ceuta y Melilla, esquivar los datos. No hay una sola frase suya que hable de las mujeres, de su salud o de su libertad. El sujeto de su discurso sigue siendo el médico, el juez o el ministro. Nunca la ciudadana.
Migración y vivienda: orden sin política
El bloque sobre migración fue un compendio de lugares comunes. “Orden, legalidad y humanidad”: tres palabras que funcionan bien en un tuit, pero vacías de contenido real. Feijóo propuso visados por puntos, al estilo británico, que prioricen a quienes hablen español. El mérito del discurso fue su coherencia con lo que representa: un sistema que mide la valía del migrante en función de su utilidad y su idioma.
Nada sobre integración, ni sobre derechos laborales, ni sobre las mujeres migrantes invisibles en la economía sumergida. Tampoco sobre por qué la derecha bloquea desde hace años cualquier avance en la regularización por arraigo. En vivienda, el argumento fue el mismo: el problema no son los precios, sino el Gobierno. Feijóo incluso ironizó con aplicar el 155 en Madrid, pero solo para demostrar que su sentido del humor político es tan errático como su diagnóstico económico.
El liderazgo como eco
Feijóo insistió en su objetivo de gobernar “en solitario”, una fórmula que ya solo sobrevive en la retórica de los partidos que no logran pactar con nadie. Para justificarlo, volvió a la teoría de la “pinza” entre el PSOE y Vox, esa que solo existe en su imaginación.
Su discurso repite el ciclo de la queja: el Gobierno miente, los medios manipulan, las encuestas no importan. Lo hace con un tono de agravio y superioridad moral que ya ni siquiera conecta con su electorado más fiel.
El problema de Feijóo no es de comunicación, es de contenido. Ha quedado atrapado en la imagen que construyó de sí mismo, la del gestor serio, ajeno al ruido y por encima de la política. Pero la política, en 2025, es precisamente lo que no puede evitar: conflicto, ideología, alianzas, contradicciones. Su discurso ya no se sostiene en el presente; se alimenta del pasado. Y cada vez que habla, parece más claro que Feijóo no busca convencer, sino sobrevivir.