Feijóo tiene un problema en su propio partido. La sentencia fake contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, ha sido rápidamente aprovechada por Isabel Díaz Ayuso para hacer quedar a su amado novio, el defraudador confeso, como un héroe, y de paso erigirse ella como la presidenta in pectore de la nación. Su mensaje en inglés (“hoy el mundo sabe lo que está pasando en España”, comparando al Gobierno de Sánchez con un régimen autoritario o dictatorial) es un patético intento por presentarse a sí misma como la heroína que se enfrenta al tirano sanchista; la musa de la libertad que planta cara al malvado dictador.
A fuerza de repetir la bobada de que España es un Estado totalitario, Ayuso ha terminado por creerse su papel, el de la María Corina Machado española enfrentada al Nicolás Maduro de la Europa del sur. Estamos sin duda ante un inmenso montaje, una distopía enloquecida, una monstruosa chifladura que se ha ido de las manos y que solo puede salir de la mente maquiavélica del asesor de la lideresa, Miguel Ángel Rodríguez. Pero mucha gente incauta se ha tragado ya el cebo y la patraña de que Sánchez es un dictador aún peor que Franco, como soltó ayer una ridícula senadora del PP.
Mientras Feijóo ve cómo su delfina se consolida como gran diva del PP gracias a Superproducciones MAR, su figura política crepuscular languidece entre la intrascendencia y la nada. La operación Ayuso, instigada por Aznar y Aguirre, entre otros, está en marcha. Y el reloj corre en contra del dirigente de Génova 13. O es presidente ya, o no lo será nunca. De ahí su ansiedad y de ahí que se esté metiendo en todo tipo de conjura propia de los espadones del siglo XIX. La gestión del gallego como jefe de la oposición está siendo decepcionante, frustrante, deplorable. Llegó de Galicia como el moderado que iba a arrasar en las urnas, pero pasan los años y Sánchez sigue resistiendo en Moncloa. Llegó diciendo que no estaba de acuerdo con los postulados de la extrema derecha y miren ustedes cómo ha terminado: bajándose los pantalones ante Santiago Abascal. Por no tener, no ha tenido ni agallas para cargarse a Mazón cuando había que cargárselo por su nefasta gestión de la riada de Valencia (al exhonorable no lo echa el jefe, lo echan el pueblo valenciano y la jueza de Catarroja). En cuanto al programa de reformas para el país, cero patatero. Feijóo se ha pasado largos años pidiendo elecciones como un disco rayado, como el loro del rey emérito, saltándose a la torera el artículo de la Constitución que ordena una oposición constructiva y por el bien del país. Se está ganando a pulso el título de prescindible, indolente y cobarde. Hace solo unas horas, envió a su mamporrero oficial, Miguel Tellado, a acosar a Silvia Intxaurrondo, una profesional del periodismo íntegra y valiente que no se arredra cuando tiene que hacer las preguntas incómodas caiga quien caiga.
Últimamente, el líder del PP (por llamarlo de alguna manera, ya decimos que es un pelele en manos del ayusismo) anda obsesionado con los casos de corrupción del PSOE. Cree que tiene la clave, la receta mágica, la panacea para liquidar, ahora sí, por fin, a Pedro Sánchez. A falta de programa para España, se agarra a lo peor del trumpismo demagógico/populista, como cuando le preguntó al presidente del Gobierno aquella infamia para la historia: “¿Pero de qué prostíbulos ha vivido usted?” Feijóo se ve muy cerca de Moncloa solo porque un informe de la UCO ha encontrado la tarjeta de crédito de Servinabar y las compras compulsivas de La Paqui en el Corte Inglés, pero está por ver que el votante del PSOE deje de apostar por Sánchez tras las trapacerías del trío calavera Ábalos/Santos Cerdán/Koldo. En los últimos días, la izquierda se está movilizando y rearmando moralmente. El miedo al franquismo que arrecia con fuerza es razón más que suficiente para votar socialista con la nariz tapada. Lo que se ha vivido estos días en el Tribunal Supremo, la caza de brujas contra el fiscal general del Estado, provoca miedo y asco. Si se puede condenar a un ciudadano sin pruebas, es que ya todo está perdido.
Hoy la víctima es Álvaro García Ortiz, mañana los purgados pueden ser los periodistas que cumplen con su función de informar y después cualquiera de nosotros puede terminar en un proceso kafkiano con tintes de inquisitorial. En eso consiste el golpe blando judicial perpetrado por los jueces al servicio de PP y Vox (en el que Feijóo está implicado hasta las cachas): en terminar de arrinconar al sector progresista minoritario de la Justicia, en tratar de acallar a la prensa libre y crítica, en fulminar la libertad de expresión. La sentencia contra el fiscal general del Estado es el mensaje de la mafia a todo aquel que se atreva a ir contra los privilegios de la casta franquista. Cuando ya no quede ni un solo juez de izquierdas, podrán seguir robando como siempre lo hicieron (ya se habla de la posible anulación del juicio por graves delitos fiscales contra el novio de Ayuso); podrán seguir tiñendo sus rancias sentencias de un machirulismo hediondo; podrán acabar sin oposición con el aborto y con la Sanidad pública y podrán mantener, a golpe de auto y providencia, los privilegios de las élites financieras y bancarias obsesionadas con bajar los impuestos a las grandes fortunas y con implantar el mercado laboral según el modelo esclavista Trump. Desde la Justicia es más fácil desmontar el mecano del Estado de derecho, pieza a pieza, que asaltando el Congreso de los Diputados con un tricornio y pistola en mano.
Mientras la democracia fenece lentamente, Felipe VI entrega la insigne orden del Toisón de Oro a los padres de la Constitución por aquella supuesta transición de la concordia que no fue más que miedo al ruido de sables, al golpismo fascista y a la guerra civil. Querer vivir de los éxitos del pasado mientras bandadas de nazis con antorchas desfilan por las calles de Madrid y un ultra con la bandera del pollo le toca los pechos a una activista de Femen, impunemente y sin que pase nada, se antoja un ejercicio de nostalgia estéril. Sencillamente porque el hechizo del cuento de reyes y hadas hace tiempo que se desvaneció como un sueño que pudo ser y no fue.