Ayuso ridiculiza la solidaridad con Gaza y se pone del lado del opresor israelí

La presidenta madrileña insulta a la Flotilla de la Libertad y desprecia a los activistas retenidos por Israel, mientras blanquea la represión y se burla de cientos de ciudadanos secuestrados

02 de Octubre de 2025
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Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid en la sesión de Control de hoy
Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid en la sesión de Control de hoy

La intervención de Isabel Díaz Ayuso en la Asamblea de Madrid ha vuelto a poner de manifiesto hasta qué punto la presidenta madrileña se ha instalado en la provocación y el desprecio hacia quienes defienden los derechos humanos. Sus palabras contra la Flotilla Global Sumud, interceptada por Israel cuando intentaba llevar ayuda humanitaria a Gaza, son una muestra más de la falta de empatía y del alineamiento con el discurso más duro de la derecha internacional.

Lejos de pedir la liberación de los activistas españoles y europeos retenidos, Ayuso se permitió mofarse de ellos, tachando la expedición de “asamblea de facultad flotante” y acusando a sus integrantes de buscar subvenciones y réditos económicos. Una forma de banalizar el drama de cientos de personas que arriesgan su libertad por intentar que alimentos y medicinas lleguen a una población sometida a un bloqueo ilegal y a bombardeos indiscriminados.

Burlas en lugar de humanidad

Resulta insultante que, mientras se confirman las muertes de miles de civiles palestinos y se multiplican las denuncias de organismos internacionales contra Israel por crímenes de guerra, la presidenta de la Comunidad de Madrid prefiera caricaturizar a quienes ponen el cuerpo para romper el cerco a Gaza.

La portavoz de Más Madrid, Manuela Bergerot, lo dijo con claridad en la Cámara: “¿Está usted del lado de los 500 ciudadanos pacíficos que han ido a Gaza en una acción humanitaria, o del lado del Ejército de Israel que los ha secuestrado?”. La pregunta no era retórica. Era la oportunidad para que Ayuso se colocara, como mínimo, en la defensa de los derechos fundamentales de ciudadanos españoles. Su respuesta fue otra burla.

No solo no se solidarizó con la diputada Jimena González, embarcada en la flotilla y secuestrada por el Ejército israelí, sino que utilizó el sarcasmo para desacreditar cualquier gesto de paz, vinculando grotescamente la palabra “paz” con Bildu y el terrorismo. Un recurso burdo y mezquino para tapar la realidad: que Israel ha detenido a cientos de personas en aguas internacionales, violando la legalidad internacional.

El PP madrileño, en bloque contra la flotilla

Ayuso no estuvo sola en esta actitud. Su portavoz en la Asamblea, Carlos Díaz-Pache, llegó a decir que “se pone fin a la batucada por el Mediterráneo”, refiriéndose a la misión humanitaria como si se tratara de una fiesta absurda. Y fue más allá al acusar a los activistas de hacer “turismo bélico” y de usar la tragedia como propaganda.

Las carcajadas de la bancada popular mientras se insultaba a las personas secuestradas son una imagen que debería sonrojar a cualquier demócrata. Se trata de ciudadanos retenidos ilegalmente, muchos de ellos españoles, cuya única “provocación” fue intentar entregar ayuda a una población que lleva años sobreviviendo bajo un bloqueo asfixiante.

El desprecio a las víctimas

Ayuso y su entorno político han conseguido dar un paso más en el blanqueamiento de Israel. No solo evitan condenar el secuestro, sino que cargan contra quienes lo sufren, insinuando que actúan por intereses personales. Se trata de una retórica peligrosa que deshumaniza a las víctimas y legitima la violencia del Estado israelí.

Amnistía Internacional, Human Rights Watch y la ONU han alertado repetidamente de que el bloqueo de Gaza constituye un castigo colectivo prohibido por el derecho internacional. Los bombardeos, la destrucción de hospitales, las ejecuciones extrajudiciales y el ataque a la flotilla humanitaria son actos criminales. Frente a ello, la respuesta de Ayuso es la burla y la complicidad con los responsables.

Una presidenta al servicio de los poderosos

Lo ocurrido con la flotilla se suma a un patrón cada vez más evidente: la presidenta de la Comunidad de Madrid no defiende a los débiles, sino a los poderosos. Cuando se trata de vivienda, abre las puertas a los fondos buitre. Cuando se trata de educación, favorece la privatización. Y cuando se trata de un conflicto internacional, se posiciona con el Ejército que oprime y no con las familias que mueren bajo las bombas o los ciudadanos que arriesgan su vida para ayudar.

Mientras ciudadanos de todo el mundo arriesgan su integridad para mostrar solidaridad con Palestina, Ayuso desprecia esos gestos y los convierte en chascarrillos parlamentarios. No hay empatía, no hay humanidad, solo cálculo político y una retórica diseñada para dividir, insultar y polarizar.

La política del insulto

Lo que Ayuso llama “chiringuitos” son, en muchos casos, asociaciones, ONG y colectivos que han trabajado durante décadas por la paz, la cooperación y los derechos humanos. Sus ataques son un intento de desacreditar cualquier forma de activismo social que cuestione el orden establecido.

Que la presidenta madrileña dedique su tiempo a ridiculizar estas iniciativas en lugar de pedir explicaciones diplomáticas a Israel demuestra una preocupante deriva autoritaria. No se trata ya de una posición ideológica, sino de una negación del principio básico de humanidad.

El espejo de Madrid

La actitud de Ayuso en este episodio debería servir de espejo a los madrileños. ¿Es esta la presidenta que quieren? ¿Alguien que se burla de activistas secuestrados? ¿Alguien que desprecia la solidaridad y se pone del lado del opresor?

La política no es un juego de frases ingeniosas ni un concurso de sarcasmos. Cuando hay vidas en juego, cuando hay ciudadanos españoles retenidos en el extranjero, cuando el derecho internacional se pisotea, el deber de cualquier representante público es defender a los suyos y exigir justicia.

Ayuso ha hecho exactamente lo contrario: ha dado la espalda a los ciudadanos y ha lanzado un salvavidas político a Israel. Con ello ha confirmado lo que muchos temían: que en su escala de valores no hay espacio para los derechos humanos, ni para la compasión, ni para la justicia.

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