Ayuso presume de libertad mientras consolida un modelo que expulsa, empobrece y privatiza Madrid

Su discurso triunfalista oculta recortes, desigualdad y un proyecto ultraliberal que convierte los derechos en privilegios para quien pueda pagarlos

04 de Diciembre de 2025
Actualizado a las 11:42h
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Isabel Díaz Ayuso participa en la entrega de los Premios Influyentes 2025, de El Confidencial
Isabel Díaz Ayuso participa en la entrega de los Premios Influyentes 2025, de El Confidencial

Isabel Díaz Ayuso pronunció un discurso lleno de épica, dramatismo y frases redondas sobre la libertad, la responsabilidad y el progreso madrileño. “Madrid es una región abierta al mundo, alegre y llena de vida, donde cada uno lleva las riendas de su vida en libertad”, afirmó ante una audiencia entregada. La presidenta se presenta como defensora del individuo frente al Estado, de la meritocracia frente al “victimismo” y de la prosperidad frente a la supuesta decadencia moral y económica promovida por sus adversarios.

"El problema es que, para demasiados madrileños, la libertad se ha convertido en un lujo"

Sin embargo, cuando se confronta lo que dice con lo que hace, su relato se derrumba. Bajo el envoltorio de la libertad, Madrid avanza hacia un modelo ultraliberal donde el éxito depende del dinero que se tenga, no de los derechos que se garanticen. La libertad, para la mayoría, no es una oportunidad: es una barrera.

“No fomentamos nada salvaje”: una frase cuestionada por los hechos

Ayuso sostiene que “libertad significa responsabilidad, ley, reglas del juego y equilibrio” y que su Gobierno “no fomenta nada salvaje”, como si el modelo madrileño fuera un equilibrio virtuoso entre mercado y bienestar. Pero la realidad es otra: recortes sistemáticos en servicios públicos, externalización creciente, desigualdad territorial, salarios precarios, gentrificación y una estructura fiscal diseñada para beneficiar a quienes más tienen.

El discurso de Ayuso funciona porque está construido emocionalmente. Habla de épica, no de datos. De héroes, no de políticas. “Hay una gran parte de los españoles que no queremos vivir en ningún bando”, dijo, como si ella misma no basara gran parte de su mensaje en crear bandos, confrontaciones y guerras culturales. La libertad, en su relato, siempre está amenazada por alguien: el Estado, los sindicatos, la izquierda, los nacionalismos, los discursos de igualdad, incluso los derechos de minorías. Todo se convierte en amenaza.

“No perseguimos ni cancelamos a un artista”: el contrapunto cultural

Ayuso también buscó presentarse como defensora de la libertad cultural: “Lo que no hacemos desde la Comunidad de Madrid es cancelar ni perseguir a un artista, a un periodista, con nombre y apellido.”

Ese alegato, sin embargo, contrasta con episodios recientes:

  • Cambios y vetos en programaciones teatrales y festivales,
  • Presiones ideológicas en instituciones culturales,
  • Decisiones discrecionales en ayudas y subvenciones.

Al citar un episodio con Marisa Paredes como si fuese prueba de magnanimidad institucional, Ayuso generó una sensación de autoexculpación y olvido selectivo: elegir un ejemplo amable para tapar una dinámica sistémica.

Ese es uno de los mecanismos clásicos del ultraliberalismo político: presentar cualquier intervención pública como un acto de opresión. Crear la sensación permanente de que hay alguien queriendo controlar, prohibir o censurar, y que solo el individuo —y quien le representa— puede resistir.

“El individualismo salvaje produce desigualdades”: una autocrítica encubierta

En otro pasaje, la presidenta alertó: “El individualismo, cuando es salvaje, desequilibrado, produce profundas desigualdades.”

La frase, que podría parecer progresista, describe con precisión los efectos sociales de su propio modelo económico:

  • Madrid es la comunidad con mayor desigualdad de renta de España.
  • La vivienda ha experimentado subidas que expulsan a población local de barrios completos.
  • Los empleos creados se concentran en sectores precarizados y altamente rotatorios.

Al denunciar el individualismo extremo, Ayuso formula un diagnóstico correcto, pero actúa en sentido contrario.

Ayuso lo expresa así: “No podemos acostumbrarnos a que todo dé igual, aunque no sea verdad, aunque no sea preciso, aunque no esté bien dicho”. Lo paradójico es que su Gobierno ha construido buena parte de su discurso sobre medias verdades, datos descontextualizados y afirmaciones rimbombantes que no resisten el contraste con la evidencia.

Un ejemplo es el uso del orgullo territorial para legitimar su política fiscal. La presidenta afirma que “Madrid es motor económico para España y Europa” y que “de lo que recaudamos, el 80% va a la Administración General del Estado y el 20% se queda aquí”. Esa cifra pretende transmitir la idea de un Madrid sacrificado, explotado y generoso. Pero es engañosa. El sistema de financiación autonómica no funciona como un simple reparto del dinero madrileño a las demás regiones, ni Madrid financia la mayor parte de los servicios públicos nacionales.

El por qué del uso reiterado de esas cifras es evidente: si Madrid “paga para todos”, quien defienda impuestos progresivos es presentado como el enemigo de la prosperidad y de la región. El debate deja de ser técnico y pasa a ser emocional.

Lo mismo ocurre con la sanidad. Ayuso presume de tener “la mejor sanidad pública de España”, de contar con las “mejores terapias” y de no mirar “procedencia” ni “capacidad de pago”. Cita ejemplos conmovedores: niños atendidos en el Hospital Niño Jesús, tratamientos pioneros de protonterapia, residencias para personas con ELA, centros construidos tras desastres naturales. No son mentiras. Son realidades puntuales utilizadas como propaganda.

Madrid la que menos gasta en el estado del bienestar

Lo que no menciona es que Madrid es la comunidad autónoma que menos gasta por habitante en servicios públicos esenciales, que la atención primaria sufre abandono estructural, que las listas de espera aumentan y que las externalizaciones y contratos sin concurrencia han sido una constante. Cuando dice que “no fomentamos que cuatro empeoren el sistema y ellos solo ganen”, oculta que su política de sanitaria lleva años beneficiando a empresas privadas que han hecho del sistema público un modelo de negocio seguro, estable y con riesgo mínimo.

Otro de los ejes del discurso es la negación del conflicto social y la glorificación del emprendimiento. “Madrid es refugio para tantos que vienen aquí a emprender sus negocios, prosperar y llevar las riendas de su vida en libertad”, aseguró. El problema es que esa imagen no representa a la mayoría. En Madrid se emprende, sí; pero también se sobrevive. Es la región con mayor desigualdad de España, con precios de vivienda disparados, con sectores enteros precarizados y con barrios expulsando a sus habitantes originales por la especulación inmobiliaria.

La retórica de Ayuso convierte esa precariedad en símbolo de energía:

Si luchas, prosperas.
Si te quejas, es culpa tuya.
Si no llegas, no te has esforzado.

Y, mientras tanto, rebaja impuestos a quienes no necesitan el Estado y reduce servicios para quienes sí dependen de él. “Somos la primera Comunidad sin impuestos propios”, dice orgullosa. Pero nunca explica quién gana y quién pierde con ese modelo. Menos ingresos públicos implican menos protección social y más dependencia del mercado. Quien pueda pagar, vivirá bien. Quien no, quedará fuera.

“Madrid no deja a nadie atrás”: el choque con los indicadores sociales

Ayuso trató de desmontar el relato crítico utilizando historias emocionales sobre hospitales, residencias, proyectos rurales y atención a la discapacidad. “Somos la primera autonomía que ha pensado en ese detalle: cómo atenderles para que, cuando falten sus padres, no sean un problema para nadie.”

Cuando habla de cultura, también dibuja una batalla. “Lo que no hacemos desde la Comunidad de Madrid es cancelar ni perseguir a un artista, a un periodista, con nombre y apellido.” Pero su administración ha vetado contenidos, reducido presupuestos culturales, impulsado iniciativas ideológicas y aplicado criterios partidistas en instituciones culturales y educativas.

La narrativa, sin embargo, es siempre la misma: Madrid es el último bastión de la libertad frente a la decadencia, el intervencionismo y la ideología. “Simplemente queremos mirar hacia adelante” sostiene. Pero mirar hacia adelante no es ignorar lo que ocurre ahora.

Entre el relato y la realidad

El modelo madrileño produce desigualdad, expulsión residencial, salarios bajos, recortes en servicios esenciales y dependencia del sector privado. No es un modelo social: es un modelo de mercado.

Ayuso afirma que no quiere “que todo el mundo sea igual de pobre, sino que todo el mundo sea igual de próspero”. La frase es brillante. Funciona. Pero es mentira. La prosperidad no se reparte espontáneamente desde arriba, ni brota por arte de magia del crecimiento económico. Requiere políticas públicas, redistribución, regulación, inversión social, vivienda asequible, igualdad de oportunidades.

El ultraliberalismo que Ayuso practica —y reivindica sin nombrarlo— no tiene herramientas para construir eso. Solo tiene herramientas para construir desigualdad.

Y cuando las desigualdades crecen, la libertad deja de ser un derecho y se convierte en un privilegio. Precisamente eso que el discurso oficial dice combatir.

El discurso de Ayuso fue seductor, combativo y eficaz para su público. Sus frases más polémicas son también las más reveladoras:

  • “No fomentamos nada salvaje.”
  • “No perseguimos ni cancelamos a un artista.”
  • “El individualismo salvaje produce desigualdades.”
  • “Que no se imponga la mentira como ley.”

Pero al contrastarlas con los datos, emergen contradicciones profundas:

  • Un Estado autonómico debilitado, no reforzado.
  • Un modelo fiscal regresivo, no redistributivo.
  • Una sanidad tensionada, no ejemplar.
  • Un mercado de vivienda expulsivo, no inclusivo.
  • Una desigualdad creciente, no equilibrada.

“Madrid es libertad”, proclamó.
El problema es que, para demasiados madrileños, la libertad se ha convertido en un lujo.

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