Aliança Catalana (AC), el partido independentista, euroescéptico y xenófobo, se ha situado como tercera fuerza en Cataluña, según las últimas en encuestas. Tiembla Carles Puigdemont, que ve cómo su proyecto, Junts, sufre el sorpasso ultra y es relegado en un batacazo que promete ser histórico. Jordi Pujol, patriarca del nacionalismo conservador catalanista hoy juzgado por la corrupción del “tres per cent” en la Audiencia Nacional, no dará crédito cuando vea en que han convertido un partido que antaño arrasaba en las urnas.
Sin duda, Feijóo debe creer que es una buena noticia que emerja con fuerza otro partido fascista en España porque frenará a Vox y porque así se fragmentará aún más el movimiento independentista catalán, en horas bajas desde el fracaso del procés y la ley de Amnistía. Pero nada más lejos. Cualquier demócrata comprende que un nuevo partido ultra es una auténtica tragedia para Cataluña, para España y para Europa.
El mejor análisis de la situación lo hace, cómo no y por razones obvias (es catalán y está viviendo en sus carnes el descalabro del soberanismo) Gabriel Rufián. El líder de Esquerra ha asegurado que Aliança “va a pegar un pelotazo importante” y añade que, si él fuera “contrario al independentismo y un fascista del carajo, estaría encantado con Sílvia Orriols [la dirigente del nuevo partido xenófobo]”. Rufián afirma que el crecimiento del nuevo partido ultra refleja un cambio en las preocupaciones de la sociedad catalana: la inseguridad y la crisis de la vivienda han pasado a ser temas centrales, desplazando el debate sobre el procés. Además, cree que el ascenso de Aliança puede ser visto como una oportunidad para quienes se oponen al independentismo, ya que fragmenta ese espacio político mientras introduce un discurso ultraderechista.
Decir que Aliança Catalana es un invento de la extrema derecha española es una soberana tontería, nunca mejor dicho, pero por momentos el proyecto de Orriols parece fabricado a propósito por las élites y poderes fácticos españoles para debilitar el independentismo catalán. De ahí que Rufián diga que cualquier facha estaría encantado con la nueva situación que amenaza con hundir política y definitivamente a Carles Puigdemont. La teoría es descabellada, no cabe duda, pero, ¿quién pondría la mano en fuego por que Aliança no es un proyecto fabricado en los laboratorios think tank del aznarismo más recalcitrante? Con AC en pleno auge, el nacionalismo español consigue lo que siempre ha buscado: debilitar, fragmentar y dividir al mundo indepe. Porque Esquerra puede subirse al mismo barco secesionista de Junts, pero hacerlo junto a la panda de racistas de Orriols se antoja demasiado fuerte. Por ahí, el PP respira tranquilo. De momento no será necesario que Feijóo envíe a los piolines a Barcelona a abrir cabezas de jubilados rebeldes contra España, caso de que llegue a la Moncloa algún día.
Ahora bien, no debería estar demasiado satisfecho el líder popular, ya que, si bien es cierto que crecen los ultras catalanes en los sondeos, también van para arriba los ultras españoles, un fenómeno que se produce a costa de la caída del PP en Cataluña. Dos partidos fachas en una misma comunidad autónoma no debería ser una buena noticia para el Partido Popular, que pagará ese trasvase de voto en las urnas. Y, sin embargo, en Génova 13 se felicitan por el fenómeno. Así de erráticos y torpes en la estrategia andan los prebostes del Partido Popular. Piensan que el auge del fascismo posmoderno será la tumba del socialismo, sin caer en la cuenta de que aquí solo hay un derrotado: la democracia, los españoles, en general, cada uno de nosotros. Con Vox y Aliança tocando poder perdemos todos, pero por lo visto Feijóo no lo ve así. Incluso pacta lo que haya que pactar con el partido de Santiago Abascal, como estamos viendo estos días en la Comunidad Valenciana, donde el inepto Carlos Mazón ha abierto la puerta a los exaltados verdes para llenar el Gobierno del Consell de toreros y porteros de discoteca. Donde un demócrata de bien ve una manifestación de Falange con gente gritando violentos eslóganes como “pégale un tiro en la nuca a Pedro Sánchez”, Feijóo ve una oportunidad política única para llegar a la Moncloa. Y luego hay quien ensalza sus virtudes como estadista.
Fundado en Cataluña en 2020, liderado por Sílvia Orriols y con una ideología propia que combina independentismo catalán con posiciones de extrema derecha en temas como inmigración y seguridad, Aliança Catalana está arrasando en Cataluña. Van de ultranacionalistas, etnonacionalistas, islamófobos, antiinmigración y patriotas de su terruño. Sin embargo, curiosamente, la etiqueta de independentistas la han metido en el cajón por un tiempo. No toca. Orriols sabe bien que el secreto del éxito de su partido, más que en la desconexión con España, está en el fomento del odio al extranjero. Ya llegará el momento de hablar de retomar la segunda parte del procés. Y en esa hábil maniobra sigue enfrascada. Primero la pela, después la xenofobia, que es lo que da votos, y finamente el patrioterismo a la catalana. El discurso identitario es lo que vende en toda Europa y Orriols ya tiene planes para deportar a cientos de miles de inmigrantes asentados en Cataluña.
Según las encuestas, menos de la mitad de los votantes de Aliança son independentistas convencidos; muchos se sienten atraídos por su discurso sobre inseguridad e inmigración más que por la futura República. En las elecciones catalanas de 2024, AC entró en el Parlament con dos escaños. El último barómetro del CIS catalán les da entre 19 y 20 diputados, situándolos como tercera fuerza junto a Junts. Seguridad, vivienda y mucho odio: no hace falta más programa populista para conquistar el poder en el mundo distópico de hoy. Los cuatro (PP, Vox, Aliança y Junts) acabarán pactando gobiernos algún día, dice Antonio Maestre. Al tiempo.