La trampa dorada del turismo: cuando la ciudad vive para los visitantes y muere para sus vecinos

La llamada “economía del visitante” promete riqueza y empleo, pero deja barrios convertidos en parques temáticos, alquileres imposibles y trabajos precarios. Una prosperidad que dura lo que tarda un vuelo low cost en aterrizar

03 de Noviembre de 2025
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La trampa dorada del turismo: cuando la ciudad vive para los visitantes y muere para sus vecinos
Manifestación en Canarias contra la masificación turística   

Durante años, el turismo se ha presentado como la gallina de los huevos de oro. Las ciudades que más visitantes atraen presumen de cifras récord y de nuevas oportunidades. Pero bajo ese brillo se esconde una realidad evidente: la llamada economía del visitante se ha convertido en una trampa. Llena las arcas a corto plazo, pero vacía los barrios de vida, identidad y justicia social.

Lo que empezó como una oportunidad para abrir las ciudades al mundo ha terminado generando un modelo que se devora a sí mismo. El visitante ya no llega a conocer una ciudad viva, sino una escenografía hecha a su medida. Y quienes vivían allí, poco a poco, desaparecen.

Cuando los barrios se convierten en escaparates

El auge del turismo urbano y de los alquileres de corta estancia ha multiplicado los pisos turísticos en las zonas centrales. El resultado es conocido: suben los alquileres, los vecinos se marchan y los comercios tradicionales son sustituidos por tiendas de recuerdos y restaurantes clónicos. La vida cotidiana se disuelve en una postal.

Manifestación en Málaga contra la masificación del turismo descontrolado
Manifestación en Málaga contra la masificación del turismo descontrolado

“Ya no tengo vecinos, tengo maletas”, resume una residente de un barrio costero. El turista llega, consume y se va. El residente, si puede, busca otro lugar donde seguir viviendo.

Empleos que no dan para vivir

Se repite que el turismo crea empleo. Y es cierto: hoteles, bares, restaurantes y servicios asociados generan muchos puestos de trabajo. El problema es la calidad de esos empleos. Jornadas largas, salarios bajos, temporalidad y subcontratación son demasiado frecuentes.

Las camareras de piso, conocidas como kellys, simbolizan esta precariedad: decenas de habitaciones al día por sueldos que apenas permiten llegar a fin de mes. La riqueza del sector se concentra en grandes operadores, mientras la inestabilidad la soportan quienes están en primera línea.

La ciudad como producto

Otro efecto es la mercantilización del espacio urbano. Las ciudades se convierten en marcas y los barrios, en productos que se venden en plataformas digitales. Se promocionan con lemas brillantes, pero tras ellos se esconde una pérdida de autenticidad.

El centro histórico se vuelve un decorado. Bares tradicionales dejan paso a locales tematizados, los mercados se transforman en food halls orientados al visitante y las fiestas populares ajustan su calendario a la temporada alta. Cambia incluso el ritmo de la ciudad: la vida se pliega a los horarios del turista.

Beneficios rápidos, daños duraderos

La economía del visitante engorda las estadísticas a corto plazo, pero es extremadamente volátil. Una pandemia, una crisis internacional o el precio de los vuelos pueden desplomar la actividad. La dependencia del turismo hace frágiles a las ciudades: cuando se corta el flujo, todo tiembla.

La lección quedó clara en 2020, cuando los barrios más turísticos se vaciaron y miles de negocios bajaron la persiana. Sin embargo, la recuperación volvió a apostar casi todo al visitante, repitiendo errores conocidos.

Derecho a la ciudad: un giro posible

No se trata de rechazar el turismo, sino de integrarlo de manera sostenible y justa. El objetivo es recuperar el equilibrio entre quienes viven y quienes visitan. Hay herramientas: limitar apartamentos turísticos, gravar estancias cortas, ordenar las rutas de cruceros, proteger el comercio local y reforzar la inspección laboral.

Pero el reto va más allá de las normas. Significa decidir qué entendemos por vivir en una ciudad: no solo transitarla o consumirla, sino formar parte de ella. Hace falta vivienda asequible, trabajo digno y espacios públicos que favorezcan la vida vecinal.

Propuestas concretas y comprensibles

  • vivienda primero: cupos estrictos a las licencias turísticas por barrio, y conversión de viviendas turísticas irregulares en alquiler asequible mediante incentivos y sanciones.
  • Empleo digno: cláusulas laborales en licencias y contratos públicos; prohibir la subcontratación en tareas nucleares de hoteles; inspecciones efectivas con sanciones reales.
  • Tasas finalistas: una tasa turística que financie vivienda, limpieza, transporte y cultura de barrio, con transparencia y control ciudadano.
  • Diversificar la economía: apoyar sectores creativos, tecnológicos y de cuidados para que el empleo no dependa solo de la temporada alta.
  • Calidad de vida vecinal: horarios y aforos para eventos en zonas saturadas; protección del comercio de proximidad y de los servicios básicos.

Más allá del visitante

La economía del visitante no tiene por qué ser una condena. Puede ser una oportunidad si se redistribuye su riqueza y se protege lo esencial: la vida cotidiana, el trabajo digno y la identidad cultural. El verdadero éxito no está en batir récords de llegadas, sino en garantizar que quienes habitan la ciudad puedan seguir llamándola hogar.

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