Los momentos de incertidumbre en política rara vez son inocentes. La investidura de Juanfran Pérez Llorca como president de la Generalitat Valenciana se ha convertido en una coreografía cuidadosamente calculada por Vox. El partido de extrema derecha ha visto en este proceso una oportunidad difícilmente mejorable para demostrar algo más que su utilidad parlamentaria: su capacidad para condicionar al Partido Popular y recordarle que en la Comunidad Valenciana, como en buena parte del país, ningún proyecto conservador sobrevive sin su beneplácito.
Los números son claros: 40 escaños del PP más 13 de Vox suman la mayoría absoluta justa. Pero la aritmética oculta la intención política. La formación de extrema derecha ha decidido retrasar el anuncio de su apoyo, argumentando que escuchará primero el discurso del candidato popular. En realidad, el suspense es menos un ejercicio de reflexión que una demostración de fuerza. Un recordatorio escenificado de que Pérez Llorca no llegará al Palau de la Generalitat sin que Vox marque el ritmo.
Teatro parlamentario
La sesión de investidura sigue el guion institucional habitual: discurso del candidato, intervenciones de los portavoces, y una votación por llamamiento que decidirá si Pérez Llorca alcanza los 50 votos necesarios. Pero el interés político no reside en la liturgia, sino en el mensaje implícito: Vox quiere hacerse ver, demostrar que quienes mandan son ellos. Feijóo sufre ahora lo mismo que Sánchez con Junts.
La estrategia de la extrema derecha no va dirigida a los socialistas ni a Compromís, que ya han prometido su voto negativo, ni tampoco a los manifestantes que protestarán en la puerta del Parlamento. El verdadero destinatario es el Partido Popular, que observa con creciente incomodidad cómo su socio minoritario utiliza cada ocasión institucional para marcar territorio.
La presencia de Carlos Mazón solo subraya la dimensión simbólica del momento. Vox sabe que la dirección popular preferiría una transición ordenada y silenciosa. Y precisamente por eso se asegura de que no la habrá.
El precio de un voto
A pesar del suspense, pocos en Valencia dudan del resultado final. Vox terminará apoyando a Pérez Llorca, como confirman sus señales públicas y la propia lógica del poder: la continuidad del ciclo conservador en la Comunitat Valenciana le garantiza puestos, capacidad de agenda y una plataforma institucional para sus batallas. Pero ese apoyo no será gratis.
Vox quiere exhibir que su voto es decisivo no solo para esta investidura, sino para toda la legislatura. Lo demuestra con una estrategia que recuerda a la de partidos populistas en coaliciones europeas: tensionar, retrasar, condicionar y, finalmente, otorgar lo que ya estaba pactado, pero dejando claro quién marca los tiempos.
Para el PP, esto supone un recordatorio incómodo de su dependencia. Pérez Llorca llegará al cargo con una autoridad menguada antes incluso de pronunciar su discurso de investidura. Su legitimidad estará atravesada por la idea de que ha llegado ahí porque Vox lo ha permitido.
Laboratorio valenciano
La Comunidad Valenciana se ha convertido en un laboratorio político donde observar la dinámica entre PP y Vox sin los matices que introducen otras fuerzas en Madrid o Andalucía. Aquí, la correlación de fuerzas es directa: un PP fuerte pero insuficiente, y un Vox consciente de que su relevancia depende tanto de exhibir fuerza como de ejercerla.
El retraso calculado en anunciar su voto es parte de esa estrategia. Lo mismo ocurre con la presidencia de Les Corts, ostentada por Llanos Massó (Vox), que tendrá un papel central al fijar la hora de la votación. El partido de Abascal busca proyectar poder institucional y disciplinar al PP a través de gestos, procedimientos y prioridades parlamentarias.
Ninguna de estas maniobras pondrá realmente en riesgo la investidura. Pero sí moldearán la relación de poder. La escenificación de Vox busca algo más duradero que un titular: pretende fijar la idea de que cualquier gobierno conservador en Valencia, y quizá en España, será, de ahora en adelante, un gobierno condicionado.
Riesgo para el PP
El PP puede interpretar este juego como una incomodidad táctica. Sin embargo, el riesgo es estratégico. Cada concesión simbólica alimenta una narrativa donde Vox no es un socio junior sino un actor en igualdad de condiciones. Y, en política, las narrativas suelen preceder a las realidades.
La legislatura que se abre en Valencia estará marcada por ese equilibrio inestable. Pérez Llorca podrá convertirse en un president sólido si logra imponer su propio programa; pero también puede quedar atrapado en la órbita de un socio que ya ha demostrado que sabe aprovechar cada rendija institucional para reforzar su influencia.
En última instancia, la investidura no será recordada por su resultado sino por su significado. Un aviso de Vox al PP: la mayoría es de ambos, pero los tiempos y el tono los marca la extrema derecha.