La reunión de urgencia que Ferraz convocó con todas las responsables de Igualdad dejó claro algo que ya se intuía desde hace días: el caso Salazar ha dejado de ser un simple expediente disciplinario para convertirse en un problema político de primer nivel. La dirección pidió paciencia e insistió en que el proceso sigue su curso, pero varias federaciones expresaron su inquietud. Lo que preocupa ya no es solo el desenlace, sino la forma en que se está gestionando cada movimiento. En un partido que lleva años reivindicando la igualdad como piedra angular de su identidad, cualquier gesto que pueda interpretarse como falta de claridad se amplifica al instante.
Buena parte del malestar se explica por dos motivos. El primero, la naturaleza de las denuncias, que afectan a un exasesor muy próximo al núcleo de mando del partido. El segundo, la sensación de que el procedimiento no ha sido del todo transparente, una percepción que se intensificó tras la desaparición temporal de documentación en la plataforma digital del PSOE, atribuida a un fallo informático. Aunque Ferraz reaccionó rápido, el episodio dejó un poso de desconcierto en quienes debían responder ante sus respectivas estructuras territoriales.
Un proceso que exige claridad y tiempos definidos
El partido asegura que el protocolo antiacoso está activado y que se están cumpliendo los plazos. Pero en un caso de esta naturaleza no basta con el rigor técnico: también es imprescindible sostener la confianza interna. Las denunciantes, que relataron los hechos en julio, llevan meses esperando una resolución que aún no se vislumbra. Esa distancia entre el discurso público del partido y la lentitud del procedimiento ha generado un desgaste que la dirección intenta atajar.
Durante la reunión, surgió la posibilidad de elevar el caso a la Fiscalía. Con ello, Ferraz busca blindarse ante cualquier insinuación de corporativismo. Al mismo tiempo, es una señal de que la vía interna empieza a mostrar límites, no tanto por falta de mecanismos como por la dificultad de tramitar denuncias anónimas sin comprometer las garantías de nadie. Aun así, la dirección reconoció la necesidad de una nueva reunión presencial, esta vez con los servicios jurídicos, para disipar dudas y marcar un horizonte temporal más nítido.
Lo que está en juego ya no es solo dirimir una conducta impropia, sino sostener la coherencia del mensaje político. El PSOE presume —con fundamento— de ser el único partido con un protocolo antiacoso formalizado. Pero esa fortaleza se convierte en un listón que obliga a una aplicación impecable. Y cuando el caso afecta a alguien que iba a ocupar un puesto de máxima responsabilidad, el escrutinio se multiplica.
El malestar expresado por varias federaciones no se centra únicamente en la gravedad de los hechos denunciados, sino en el temor a que pueda percibirse que los tiempos dependen de quién esté implicado. No hay pruebas que sostengan esa sospecha, pero basta con que circule dentro del partido para obligar a la dirección a mover ficha con más determinación. La baja voluntaria de Paco Salazar, al entregar su carnet de militante, tampoco ha cerrado la cuestión. Más bien ha recordado que los protocolos siguen activos aunque el acusado ya no forme parte del partido. Ferraz lo subrayó: la salida del afiliado no interrumpe la investigación. El proceso continuará hasta que la Comisión Antiacoso emita su informe.
Lo que realmente se dirime
La dirección socialista sabe que este caso trasciende el nombre propio del investigado. Lo que se examina es la capacidad del partido para aplicar con la misma firmeza que exige a otros los principios que forman parte de su discurso. No se trata de hacer demostraciones de fuerza, sino de comprobar si la estructura interna puede gestionar situaciones complejas sin dañar los avances logrados en igualdad.
La reunión de urgencia, la promesa de una mayor coordinación y la disposición a acudir a la Fiscalía apuntan a que Ferraz ha asumido la dimensión política del asunto. Falta ahora que esa comprensión se traduzca en un procedimiento más claro y con plazos razonables. Porque es ahí —en la credibilidad del método, no solo en el resultado final— donde el PSOE se juega una parte importante de su cohesión interna.