La dirección nacional intenta salvar el PPCV de un desgaste que lleva meses incubándose, con la vista puesta en 2026 y la esperanza de que un cambio de mando recomponga lo que se ha ido deshilachando entre silencios, gestos y disputas que el partido niega de día y admite en privado por la noche.
En el PP valenciano cada crisis empieza igual: nadie la ve, nadie la menciona y, cuando ya no queda sillón que no haya chirriado, aparece Génova con el gesto de quien entra en casa ajena y comenta, sin mala intención, que quizá convendría abrir una ventana. En este caso la ventana tiene nombre de jurista prestigioso —Pérez-Llorca— y el movimiento es la antesala de un congreso regional que el partido lleva posponiendo como si fuera una mudanza incómoda.
La operación no es urgente pero sí necesaria. Eso dicen. Traducido: necesitan a alguien que no esté chamuscado por las guerras internas, que hable claro sin necesidad de levantar la voz y que dé sensación de solvencia en un territorio donde el PP siempre ha tenido cintura, pero también una capacidad admirable para tropezar en las mismas alfombras.
El diagnóstico que nadie verbaliza
En la sede nacional saben que la situación en la Comunidad Valenciana no es un derrumbe, pero tampoco una estructura sólida. Hay desgaste, pequeños reinos de taifas, cuadros territoriales que hacen política mirando de reojo al móvil —no a la militancia— y una sucesión de gestos que alimentan la impresión de que el partido avanza con una coreografía invisible en la que nadie mueve un pie sin preguntar antes.
Y así aparece el nombre de Pérez-Llorca, que no es un militante al uso ni un profesional de los equilibrios internos. Es, más bien, el tipo de figura que se convoca cuando el partido quiere hacer creer que lo técnico puede salvar lo político. Un jurista para ordenar un ecosistema que no es jurídico, sino emocional.
Porque en el PPCV hay un estado de ánimo. No un problema concreto: un estado de ánimo. Eso tan resbaladizo que no se arregla con nombramientos y que se agrava cuando la dirección nacional da señales de que no confía en los cuadros que ya están. La militancia lo interpreta como un desaire; la cúpula lo presenta como una necesidad. La política, al final, es un relato escrito sobre un campo de susceptibilidades.
Génova no quiere sorpresas en 2026
La razón de fondo es más sencilla: 2026 está demasiado cerca como para permitir fugas internas. Ayuso marca el paso en Madrid con su estilo reconocible y su capacidad para convertir cualquier crítica en gasolina política; Feijóo aspira a un equilibrio imposible entre moderación y beligerancia. En ese escenario, la Comunidad Valenciana debe ser un territorio sin grietas, uno de esos lugares donde el PP necesita resultados que no admitan interpretaciones.
Por eso el congreso regional se pospone. Para preparar el terreno, para suavizar tensiones, para evitar que los nombres se conviertan en armas arrojadizas. El partido lo define como “responsabilidad”, que es la palabra que los partidos usan cuando quieren que el ruido suene a música de cámara. La maniobra tiene un componente clásico: se llama a un perfil externo porque los internos no se neutralizan entre sí. Y además permite enviar un mensaje que en el PP se repite como un mantra desde hace años: cuando hay problemas, se trae a alguien de fuera para que nadie pueda acusar a nadie de nada. El sueño húmedo del partido: la neutralidad perfecta.
Un jurista para un territorio que no se deja ordenar
La elección de Pérez-Llorca —si finalmente ocurre— tiene incluso un punto literario. Un experto en arquitectura institucional para una organización que hace tiempo vive más pendiente de los matices personales que de los planos. El PPCV no es ingobernable, pero sí imprevisible. Y eso, en un ciclo político crispado, es un riesgo. La pregunta que sobrevuela es si un movimiento así puede estabilizar algo más que la fachada. La política valenciana no se arregla con manuales de buena gestión. Tiene un componente de relato, un poso identitario, una memoria no siempre cómoda con la que conviven los partidos y que aflora cada vez que alguien intenta imponer orden desde arriba.
Aun así, Génova necesita mover ficha. No puede permitirse otro territorio extraviado mientras intenta recuperar la iniciativa nacional. Y por eso tantea, explora, prepara. Lo que no dice en voz alta es que el desgaste acumulado no se resolverá solo con un nombre nuevo. Las estructuras cansadas no se revitalizan con simbología.