La disputa por la sucesión de Carlos Mazón ha abierto una grieta entre socios que nunca fue estable. El líder popular reclama “estabilidad” tras la tragedia de la dana, pero su mensaje es menos una llamada a la responsabilidad que un reconocimiento implícito de su dependencia política.
Cuando un dirigente insiste demasiado en la palabra “estabilidad”, suele ser porque no la tiene. A Alberto Núñez Feijóo le ha bastado una frase para admitir que el equilibrio de su gran laboratorio autonómico depende de la paciencia —o del capricho negociador— de Vox. La Comunidad Valenciana, convertida en escaparate de su proyecto tras las elecciones de 2023, es hoy un tablero de nervios y ultimátums.
Vox no oculta que quiere cobrar su cuota: cargos, visibilidad, influencia en la agenda cultural e institucional. Lo que se juega en Valencia no es solo una presidencia autonómica. Es la demostración de cuánta capacidad tienen los populares para marcar límites a su socio preferente sin romper la foto, la campaña y el relato del miedo al “riesgo de repetición electoral”.
La reconstrucción como parapeto
Feijóo recurre a la tragedia reciente —la dana que arrasó vidas, hogares y tejido productivo— como argumento moral contra una convocatoria electoral. La imagen pretende ser solemne, casi pedagógica. Pero el mensaje encierra un problema: utilizar la reconstrucción como muro defensivo revela una gestión débil, más reactiva que estratégica. Quien necesita recordar todo el tiempo que está “reconstruyendo” es porque no logra generar una narrativa de proyecto estable a medio plazo.
La ciudadanía valenciana conoce bien esa sensación: gobiernos que se suceden prometiendo renacer mientras los servicios públicos continúan tensionados, las infraestructuras quedan a medias y el relato del “cambio” sirve para tapar otros intereses. El riesgo de volver a votar no lo provoca el electorado; lo provocan los socios que Feijóo eligió para gobernar.
Vox, sin miedo a enseñar los dientes
La amenaza de elecciones anticipadas es más fuerte cuando quien la pronuncia no teme perderlas. Vox, con su base movilizada y su discurso de pureza política, calcula que una repetición forzaría al PP a ceder más aún en contenidos y cargos. Les basta con mostrarse inquebrantables para colocarse como fuerza decisiva. No necesitan convencer: solo condicionar.
La ironía es que Feijóo presume de centralidad mientras depende de un aliado cuya estrategia se basa en el chantaje permanente como método de gobierno. Su liderazgo queda atrapado entre la urgencia de conservar poder territorial y el pánico a que una ruptura desbarate su ingeniería electoral nacional. De ahí sus frases medidas, sus llamadas al “sentido institucional” y esa contención gestual tan calculada. El discurso de hombre prudente sirve hasta que la otra parte decide no seguir la coreografía.
Un elenco en espera
Mientras tanto, los nombres suenan en voz baja: Pérez Llorca, Catalá… los relevos posibles se filtran como globos sonda para medir resistencias. Cada filtración, cada rumor, es un recordatorio de que la estabilidad que Feijóo invoca es más una negociación continua que un plan de gobierno consolidado. Hablar de reconstrucción cuando la estructura política tiembla en su base, roza la paradoja.