Las palabras pronunciadas por José María Aznar en Murcia no pueden analizarse como una simple reflexión teórica sobre la democracia, la libertad o el futuro de España. Son un discurso político deliberado, con frases medidas, conceptos cargados y un cierre que no admite ambigüedades. Especialmente una frase, repetida dos veces, que no puede ni debe ser ignorada: “El que pueda hacer, que haga”. Dicha dos veces. Con intención. Y en un contexto muy concreto.
Aznar comienza su intervención afirmando de manera solemne: “Nada es más fuerte que la fuerza de la libertad. La fuerza de la libertad derrota históricamente a todas las tiranías, y la última gran derrota de una gran tiranía fue la derrota del comunismo.” Con esta frase fija un marco ideológico muy claro: hay una historia universal del bien y del mal, de la libertad frente a la tiranía, y él se sitúa sin matices en el lado correcto de esa historia. No hay zonas grises, no hay pluralismo legítimo: hay libertad o hay tiranía.
Sin embargo, a partir de ahí, el discurso gira rápidamente hacia el miedo. Aznar sostiene que “las democracias, internamente, están amenazadas fundamentalmente por los populismos” y que “el populismo radical de izquierdas y el populismo radical de derechas son una amenaza para las democracias liberales”. Los presenta como fuerzas equivalentes que “quieren levantar un muro que excluya a quien no piensa como ellos”. Esta equiparación no es neutra: diluye las diferencias políticas reales y sitúa cualquier alternativa al bloque conservador tradicional como un riesgo sistémico.
El mensaje se vuelve todavía más explícito cuando señala directamente a Vox, afirmando que “el populismo de derechas, es decir, Vox, vive a costa de millones de contribuyentes” y que su objetivo es “acabar con el pilar constitucional que existe, que es el Partido Popular”. No se trata aquí de defender la democracia en abstracto, sino de defender una arquitectura política muy concreta, donde el Partido Popular aparece como columna vertebral del sistema y cualquier fuerza que lo desborde se convierte, automáticamente, en una amenaza constitucional.
El término “orden físico” es especialmente inquietante. No es un concepto jurídico habitual ni una categoría constitucional. Remite al control del espacio público, de la protesta, de los cuerpos y de la presencia en la calle. Es el lenguaje que históricamente se ha utilizado para justificar la represión en nombre de la estabilidad.
El “orden” como condición de la libertad
Uno de los núcleos más problemáticos del discurso llega cuando Aznar afirma sin rodeos: “La libertad es consecuencia del orden, no causa del orden. La libertad no crea orden; es la consecuencia del orden.” Esta afirmación invierte el principio básico de cualquier democracia liberal. En un sistema democrático, el orden emana de la ley y del respeto a los derechos fundamentales, no de una autoridad que decide previamente qué es ordenado y qué no lo es.
Aznar continúa: “Sin orden en una sociedad no hay libertad, lo que hay es anarquía. Sin libertad no hay democracia, lo que hay es dictadura.” El razonamiento parece equilibrado, pero encierra una trampa: solo existe libertad si antes se ha impuesto un determinado tipo de orden. ¿Quién define ese orden? ¿Quién decide cuándo hay demasiado conflicto, demasiada crítica o demasiada discrepancia?
La respuesta aparece poco después, cuando habla de la necesidad de “restablecer el orden: el orden constitucional, el orden físico, el orden jurídico, el orden institucional y el orden económico.” El término “orden físico” es especialmente inquietante. No es un concepto jurídico habitual ni una categoría constitucional. Remite al control del espacio público, de la protesta, de los cuerpos y de la presencia en la calle. Es el lenguaje que históricamente se ha utilizado para justificar la represión en nombre de la estabilidad.
Elecciones “constituyentes” y ruptura explícita
El tono del discurso alcanza su punto más grave cuando Aznar afirma: “las próximas elecciones en España van a tener un carácter constituyente.” Y lo desarrolla sin rodeos: “de la crisis actual en la que nos ha metido el actual jefe de Gobierno solo se puede salir creando una crisis mayor, y esa crisis mayor será la crisis constitucional.”
No es una metáfora. Es una declaración política explícita. Aznar añade: “poner todo el sistema constitucional sobre la mesa —y cuando digo todo, digo todo— y decir: si ganamos nosotros, esta historia que empezó en el 76 se ha acabado y aquí empieza otra completamente distinta.” Es decir: si gana su bloque político, se cierra el marco nacido de la Transición y se abre otro nuevo en el que, según sus propias palabras, “sobran muchos” y “desaparecen los conceptos básicos de unidad, de instituciones, de Constitución y de valores éticos que hemos vivido hasta ahora.”
No estamos ante una defensa del orden constitucional, sino ante la amenaza explícita de una ruptura constitucional si el resultado electoral no es el deseado.
“El que pueda hacer, que haga”: una frase que no es inocente
Y entonces llega el final. El cierre. La frase que no puede relativizarse ni esconderse entre párrafos. Aznar concluye así: “Eso es lo que nos vamos a jugar en las próximas elecciones. Y, a partir de ahí, vuelvo a decirlo: el que pueda hacer, que haga. El que pueda hacer, que haga.”
Dicha dos veces. Repetida. Subrayada.
¿Qué significa exactamente ese llamamiento? ¿A quién se dirige? ¿Qué es “hacer”? En un contexto en el que se habla de crisis constitucional, de ruptura del sistema nacido en 1976 y de una situación “de desgarro” que afecta a la nación y a la convivencia, esa frase suena a algo más que una apelación al voto.
No se puede ignorar que “el que pueda hacer, que haga” puede interpretarse como un llamamiento amplio a actuar contra el Gobierno de Pedro Sánchez por todos los medios posibles: judiciales, mediáticos, institucionales o de cualquier otra naturaleza. No dice “por las urnas”, no dice “en el marco de la ley”, no dice “desde la oposición democrática”. Dice “el que pueda hacer, que haga”. Dos veces.
En democracia, las palabras importan. Y cuando un expresidente del Gobierno, con enorme influencia política, mediática y económica, lanza una consigna así, no está hablando al vacío. Está enviando un mensaje. Un mensaje que normaliza la idea de que el fin —derrocar al actual Gobierno— justifica cualquier medio.
Ese es el verdadero peligro de este discurso. No el populismo abstracto del que habla Aznar, sino la legitimación de una estrategia de desestabilización permanente, envuelta en la retórica del orden, la libertad y la patria. Y eso, precisamente eso, es lo que debería alarmar a cualquier demócrata.