En un contexto de recortes, emergencia climática y asfixia social, el Gobierno de Carlos Mazón se entrega al hedonismo presupuestario: miles de euros en comidas, cafés y facturas menores cargadas al erario público. Para algunos, gobernar es servir. Para otros, servirse.
Un estilo de gobierno que no da puntada sin postre
El símbolo —porque en política siempre hay símbolos— no podría ser más revelador. Mientras las familias valencianas ajustan sus presupuestos al céntimo, el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, y parte de su Consell, despachan menús institucionales por valor de 22.000 euros en apenas medio año. Lejos de tratarse de ágapes protocolares justificados, las facturas incluyen cafés, refrescos y hasta tentempiés personales abonados con cargo a la famosa "caja fija".
Francisco José Gan Pampols, vicepresidente segundo, ha decidido que su sueldo de más de 100.000 euros anuales no basta para costearse una Coca-Cola. El conseller de Educación, José Antonio Rovira, tampoco parece confiar en los bocadillos escolares que tanto inspecciona, y Mazón, que en ocasiones habla de austeridad como si fuese una virtud cristiana, encabeza el ranking de gasto gastronómico con 11.000 euros. Todo ello sin olvidar el intento de colar la celebración de su cumpleaños como gasto institucional, una ocurrencia más propia de una sitcom que de una Generalitat.
Un festín con cargo al silencio
Desde Compromís, Joan Baldoví ha sido claro: esto no va solo de cifras, sino de una concepción del poder profundamente alejada de la ética pública. Lo que debería ser un ejercicio de ejemplaridad se convierte en un ejercicio de autocomplacencia. El retraso de seis meses en publicar estos gastos en el Portal de Transparencia añade una sombra más a un Gobierno que parece tener más interés en el protocolo del restaurante que en la transparencia institucional.
Porque la opulencia política no siempre se mide en yates o en mansiones, sino también en cafés de dos euros que el vicepresidente prefiere no pagar de su bolsillo. La escena es reveladora: gobernantes que reclaman sacrificios a la ciudadanía mientras hacen del gasto público su carta de vinos.
Mazón y compañía no están innovando en el arte de gobernar, sino resucitando los viejos tics de una derecha que entiende la institución como patrimonio personal. Como si la Generalitat fuera un catering privado y el bienestar colectivo, un menú prescindible.