Ha hecho falta que las mujeres andaluzas afectadas hayan denunciado que sus vidas se han convertido en una agonía por la posibilidad de tener cáncer de mama, para que se haya puesto en la palestra pública el efecto lacerante que produce en las personas los recortes presupuestarios en la prestación de servicios públicos, en especial los que afectan a la salud. Escuchar el relato del sufrimiento íntimo que produce la espera sine die para saber si tienes un tumor, nos traslada la tensión nerviosa que sumerge a las afectadas en la desesperación de perder el control de su vida, que queda en suspenso sumida en la desquiciante duda sobre si lo tendré o no lo tendré. Incógnita que paraliza la capacidad para tomar decisiones en el presente y a futuro.
Agonía inducida por la negligencia deliberada de los gestores políticos de desmantelar el derecho a la salud que asiste a las personas en un estado del bienestar, con el objetivo de convertirlo en negocio para el sector privado. Meollo del asunto que no pueden desvelar, porque afirmar públicamente que su plan es acabar con el estado del bienestar supondría reconocer que su modelo de sociedad es otro. Modelo cruel basado en supeditar los derechos de las personas al planteamiento ideológico de que la salud, la educación o la atención y asistencia social no deben ser sufragados por el Estado: ¡que se los pague el que pueda!, como en EEUU.
Trasfondo ideológico que se esconde detrás de los recortes que no se puede confesar, por eso las excusas por los errores y negligencias cometidas no sirven. Primero porque no cuentan la verdad sobre la razón de lo sucedido: que no han puesto el dinero suficiente para que, en este caso, el sistema de cribado de posibles tumores funcione como debe. Segundo, porque los argumentos exculpatorios tipo, no me llegó la información a tiempo o, peor, yo no lo sabía, deberían ser suficientes razones para dimitir. Y tercero, por la iniquidad de recurrir a la mentira para enmarañar la responsabilidad que no se quiere asumir culpando al enemigo político. Mentiras que ahondan la herida de las afectadas.
Como no pueden decir que los recortes son una decisión ideológica, nos venden el subterfugio de los beneficios de la colaboración público privada, trampantojo que oculta el proceso sistemático de desmantelamiento de los servicios públicos que la derecha viene aplicando con persistencia en todas las Comunidades y Ayuntamientos donde gobierna. El epitome es la Comunidad de Madrid donde crece sin tegua el número de personas que, por el desmantelamiento de la sanidad primaria, son empujadas a suscribir un seguro médico privado que alcanza la cota del 38,1% de la población, dieciocho puntos más que la media nacional del 24,4%. Datos a los que se une que ésta Comunidad es la que más dinero público destina a financiar los acuerdos con entidades privadas en sanidad, educación concertada y otros servicios públicos hasta alcanzar el 8,5%, frente a la media estatal de 3,7%.
Línea que sigue el Gobierno andaluz presidido por Moreno Bonilla que, como le ocurre a Mazón con la DANA, no le queda otra que poner cara de desconcierto, de perdido en el naufragio del cribado de los tumores de mama—y otros que faltan por destaparse en su comunidad y en otras—, sin saber decir nada coherente para justificar el desastre de su política ideológica, más que anunciar planes de contratación de profesionales y más recursos económicos que, como siempre, llegan muy tarde: si es que de verdad llegan. El desaguisado no se arregla en cuatro días.
Éste es el panorama que ha puesto en la mesa del debate público lo sucedido en Andalucía, que debería aclarar la mente de quienes siguen sin ver claro a donde nos conduce la política de desmantelamiento del estado del bienestar: a aumentar la desigualdad entre ricos y pobres, entre los que tienen recursos para pagarse la sanidad, la educación, etc., y quienes se quedan sin derechos porque no tienen dinero para pagarlos. La ley de la selva, del sálvese quien pueda, que crea una sociedad deshumanizada. Quien quiera ese modelo no debe ocultarlo, sino defenderlo con valentía. Así nos aclararíamos todos.