Julián Molina Illán

El Patriotismo Cívico frente al monopolio ultraderechista de la bandera

11 de Noviembre de 2025
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El Patriotismo Cívico frente al monopolio ultraderechista de la bandera

La ultraderecha, asistida por un sector significativo de la derecha tradicional, ha orquestado una efectiva apropiación simbólica de la bandera nacional. Este acto ha transformado el emblema, que por definición debería ser un elemento aséptico de identidad compartida, en un símbolo politizado que representa y moviliza exclusivamente a una porción del país. La derecha ha logrado un control efectivo sobre lo que significa la identidad nacional y el orgullo de pertenencia, inyectando al símbolo sus propios valores ideológicos y excluyentes. Esta instrumentalización constituye un "secuestro" de la identidad nacional, demarcando fronteras políticas y emocionales entre los ciudadanos que se identifican con su causa y aquellos que no.

 Su estrategia principal fue la construcción de un "nosotros" puro y unitario frente a un "enemigo" demonizado, utilizando discursos y símbolos diseñados para penetrar en los "rincones ancestrales y primitivos del ser humano."  La dictadura franquista (1939-1975) monopolizó la bandera rojigualda (aunque con el escudo franquista del Águila de San Juan), ligándola a un discurso ultraderechista de catolicismo acendrado, exaltación de la Hispanidad y denuncia de la "anti-España." Tras décadas de este uso exclusivo, la bandera arrastró al periodo democrático una pesada carga de asociación con la represión y la exclusión. La decisión política de mantener la rojigualda durante la Transición (modificando únicamente el escudo) resultó ser un error con consecuencias simbólicas no resueltas. Para los sectores que padecieron la dictadura, la bandera no era un bien de unidad, sino un "auténtico mal simbólico" y un recuerdo constante de la opresión. La ultraderecha actual, por lo tanto, no ha tenido que crear esta asociación ideológica excluyente; simplemente ha podido reclamar el capital simbólico preexistente, explotando una externalidad negativa no resuelta de la Transición Democrática.

En la política contemporánea, la ultraderecha ha convertido la bandera en un instrumento táctico de batalla cultural y polarización. La estrategia consiste en una apropiación activa y marcadamente excluyente, mediante la cual partidos como VOX construyen su narrativa para legitimarse como la única y auténtica derecha española, la defensora incuestionable de la unidad de la nación. La bandera se utiliza así como una prueba de fuego para la lealtad política, buscando la uniformidad y la exclusividad. Su discurso ideológico se instrumentaliza en tres ejes.

El primer eje de exclusión es el nacionalismo xenófobo y el discurso antiinmigración. Para la ultraderecha, la bandera simboliza la defensa del "grupo étnico nativo" frente a una supuesta amenaza existencial. Esto se manifiesta, en determinados países, en discursos nativistas explícitos ("¡DETENED LA INVASIÓN!"), en la difusión de teorías conspirativas como el "Genocidio Blanco" (que postula que la integración racial busca el reemplazo de la población blanca), y en el uso de terminología deshumanizante ("Rapefugees"). En España, VOX emplea los símbolos patrios en su confrontación directa con la inmigración y sus supuestos privilegios.

El segundo eje es la Guerra Cultural contra la pluralidad. La ultraderecha amplifica narrativas digitales que definen a los movimientos progresistas o "woke" como un enemigo común, convirtiendo la bandera en el estandarte de la reacción conservadora. Un ejemplo gráfico en España fue la lona de VOX en Madrid donde una mano con la pulsera nacional arrojaba a la basura símbolos del feminismo, la bandera LGTBI, la estelada independentista y la Agenda 2030.

El tercer eje es el rechazo a la supranacionalidad, donde la bandera nacional encarna la soberanía absoluta.

La efectividad de esta monopolización simbólica reside en el uso cualitativo y la intensidad emocional con que se emplean los símbolos.  El discurso de VOX incluye referencias directas y explícitas a la bandera como un símbolo central de movilización, una táctica que empieza a estar presente en los mítines del Partido de los Poderosos. La narrativa de VOX es simple, repetible y está diseñada para la movilización emocional intensa, reforzando el orgullo y la identidad del grupo mediante la apelación al miedo y el rechazo hacia el enemigo.

Este uso cualitativo se amplifica mediante las tácticas de la Extrema Derecha 2.0 en plataformas digitales, que facilitan la viralización de discursos extremos y emocionales. La estrategia es bifocal: la bandera nacional oficial otorga legitimidad y atrae al votante tradicional de derecha, mientras que una panoplia de símbolos subculturales (como la Cruz Celta, la Rueda Solar o la Bandera de la Línea Azul Delgada, politizada como símbolo de reacción) se utiliza para mantener y radicalizar a la base más extrema. Esta polarización convierte la bandera en un activo factor de conflicto, ya que su uso para demarcar una identidad excluyente destruye activamente la posibilidad de un patriotismo inclusivo.

Finalmente, la instrumentalización simbólica se traduce en una agenda política institucional. La ultraderecha promueve activamente iniciativas para la defensa de los símbolos nacionales, exigiendo que la bandera ocupe el lugar de honor en todos los edificios públicos según la Ley 39/1981, bajo la premisa de protegerla de aquellos que "pretenden destruir nuestra Nación." Paralelamente, abogan por la penalización estricta del ultraje a los símbolos nacionales, lo que genera un conflicto constante con el derecho fundamental a la libertad de expresión, limitando la capacidad de los ciudadanos para expresar concepciones alternativas o críticas de la nación.

La táctica más refinada en el ámbito institucional es el uso partidista del Principio de Neutralidad. Apoyándose en la doctrina del Tribunal Supremo que prohíbe el uso de banderas no oficiales en edificios públicos, partidos como VOX presentan mociones para forzar la retirada de simbología progresista (como la bandera LGTBI). El argumento es que estos símbolos son "partidistas" y carecen de reconocimiento legal, mientras que la bandera nacional sí goza de ese estatus. Sin embargo, este uso no es una defensa aséptica de la ley; es un ataque ideológico al pluralismo.

Yo apoyo el desarrollo de un Patriotismo Cívico que se base en valores constitucionales, en la inclusión de lo diferente y que vea a la bandera como una representación aséptica de soberanía compartida. Apoyo e invito a todos y todas las amables lectoras a que acudan a cualquier acto, o manifestación, portado una bandera de España como muestra de ese Patriotismo Cívico,  frente al Nacionalismo de Ultraderecha que se fundamenta en la identidad étnica y la primacía nacional, utilizando la bandera como un bien simbólico propio, una herramienta de conflicto y un arma para definir y atacar al enemigo. Demostremos que la bandera es de todos y de todas, que ningún español es más español que otro, y que los que somos progresistas, amamos a España, como mínimo, tanto como el que más. Esto es lo que más daño les hará. Un saludo a todo el mundo.

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