Eduardo Luis Junquera Cubiles

El Evangelio contra la ultraderecha

23 de Octubre de 2025
Actualizado a las 16:29h
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El Evangelio contra la ultraderecha

Esa ultraderecha que se proclama depositaria de los valores cristianos entra en contradicción permanente con el Nuevo Testamento, promoviendo en realidad ideas profundamente anticristianas. Predican exclusión, violencia y supremacía, mientras el Evangelio habla de acogida, humildad y amor al prójimo. Es inequívoco y no depende de interpretaciones. No sé qué Evangelio han leído. ¿Desde cuándo los cristianos portan símbolos de terror como las esvásticas? ¿Desde cuándo recurren a una retórica incendiaria, no para reclamar justicia –tal como hizo Jesucristo-, sino para pedir castigos para los más vulnerables? ¿Desde cuándo un cristiano retuerce los textos bíblicos con el fin de justificar el racismo y la discriminación? ¿Desde cuándo un cristiano en vez de hablar de amor lo hace de condenación y violencia, invocando la justicia divina como arma de castigo? ¿Desde cuándo los cristianos ostentan crueldad e indiferencia ante el sufrimiento ajeno, tal como hacen los políticos ultraderechistas?

Estos líderes se han quedado anclados en teorías que predominaban en los siglos XVII y XVIII acerca de las razas, lo cual es ridículo porque entonces éramos aún más eurocéntricos y, sobre todo, muy ignorantes. El conocimiento científico no admite volver atrás por nostalgia o romanticismo mal entendido. Cuando los griegos empezaron a creer que las enfermedades no eran castigos que enviaban los dioses, comenzaron a pensar en la forma de curarlas. Ese cambio de la cosmovisión mitológica a la racional es uno de los orígenes del pensamiento científico. Sin embargo, estos ultraderechistas niegan la ciencia, la evolución biológica y el cambio climático, son antivacunas y desconfían de la medicina moderna. Hay un deseo de la ultraderecha de retornar a las tinieblas, cuando la humanidad hace siglos que vio la luz y los caminos por los que debemos transitar, que son la ciencia y la democracia. Si alguien tiene mejores recomendaciones, por favor, que las comparta con todos nosotros.

El científico sueco Carolus Linneaus nació hace más de 300 años. Creó una clasificación taxonómica de las razas que atribuía a cada una características determinadas, incluso morales, algo que a la luz de las ciencias actuales –desde la psicología, la neurociencia, la sociología, la biología evolutiva o la Antropología- nos parece no solo refutable por completo, sino ridículo. Aunque siempre habrá un paleto español, vasco, catalán, japonés o alemán capaz de dar crédito a estas tonterías con el fin de justificar la discriminación hacia otros seres humanos. En cuanto las ideas de Linneaus cayeron en manos de científicos como Blumenbach, Gobineau, Morton y Galton las adaptaron a sus delirantes prejuicios con el fin de crear todo un universo de jerarquías que terminó justificando la esclavitud, el colonialismo, la eugenesia y, más tarde, el genocidio. Aunque estas personas fueron influyentes hombres de ciencia, no es menos cierto que distorsionaron el método científico con el fin de afianzar una cosmovisión supremacista.

¿Así es, verdad? Piensen un poco: seguro que ninguno de ustedes ha conocido un español deshonesto o mentiroso, como tampoco un venezolano, colombiano o marroquí que no sea violador, ladrón o alcohólico. No me hagan reír; eso es, simplemente, no conocer la naturaleza humana. Además de la imposibilidad de establecer clasificaciones morales entre grupos humanos, existe la dificultad de definir un grupo étnico por el color de la piel debido a la abundancia de casos intermedios que desafían una categorización rígida. Los niños pueden percibir perfectamente que alguien tiene otro color de piel –incluso si la diferencia es leve- o un acento distinto, pero no le dan importancia. Los bebés de solo 6 meses ya disponen de la capacidad de hacerlo, entre otros motivos porque distinguen, sin discriminar, entre familiares y conocidos, en lo que forma parte de la etapa temprana de la llamada intersubjetividad primaria y la percepción social básica. Pero la interpretación de esas diferencias —buena, mala, inferior, superior— es aprendida en el entorno familiar y social, por eso hay que procurar que jamás escuchen opiniones despectivas hacia los demás o expresiones racistas. La principal razón es que el ser humano, especialmente en sus primeros años, aprende por imitación. No solo repite palabras y gestos, sino que absorbe, para después reproducirlos, patrones de valoración, jerarquías simbólicas y actitudes afectivas hacia los demás. Por favor, no eduquen en el odio con la excusa de que el cristianismo es eso porque no lo es.

Los ultraderechistas también dicen abanderar los valores europeos, pero el europeísmo como movimiento político trata de integrar y gestionar las diferencias, no que una ideología prevalezca sobre las demás. En cuanto a nuestros “valores occidentales”, todas esas falacias no existen: las sociedades europeas han sido, desde sus orígenes, espacios de mezcla, transformación y conflicto. La noción de “valores europeos u occidentales” como algo estático ignora siglos de migraciones, intercambios culturales, sincretismos religiosos y revoluciones sociales que han dado forma al continente. Desde la expansión del Imperio Romano hasta las rutas comerciales medievales, Europa ha sido atravesada por pueblos diversos: celtas, germánicos, árabes, judíos, bereberes, eslavos, turcos, africanos y asiáticos. Esta interacción propició intercambios en los que las tradiciones locales se entrelazaron con influencias externas, dando lugar a nuevas expresiones culturales. Así se han formado todas las identidades a lo largo de la historia. Las sociedades no son entes inmutables, sino una síntesis de influencias diversas.

Evidentemente, algunos de los pueblos que he citado no eran lo que entendemos por blancos,  pero cada uno ha dejado huellas en la lengua, la arquitectura, la gastronomía, el fenotipo, el derecho, la música y las formas de vida europeas. La repostería española tiene una herencia árabe-musulmana innegable, procedente de la época andalusí. Y cuando los franceses nos invadieron, en 1808, robaron miles de recetas de los monasterios y los conventos porque admiraban la cocina de nuestros centros religiosos. Luego parte de lo suyo es nuestro, y parte de lo nuestro es árabe-musulmán, es decir, somos todos hijos de una misma historia. Somos una sola humanidad, no es idealismo, es la realidad, y la Antropología lo prueba una y otra vez de forma tozuda.

Algunos niños y adolescentes españoles manejan ya y con soltura modismos sudamericanos en el habla cotidiana, y yo he visto a padres corregirlos cuando los escuchan decir, por ejemplo, “me voy a la casa”, no porque les desagrade el hecho de que usen o no el artículo, sino porque asocian lo sudamericano a un estatus inferior. Esa nueva manera de hablar es una consecuencia lógica del intercambio con niños sudamericanos que los niños españoles -que aún no aplican de forma consciente las execrables jerarquías en las que somos educados- hacen de forma natural. El constructo social de la raza no es fácil de aprender, ha de ser inculcado, y si no lo creen, estudien el ingente esfuerzo de las políticas educativas coloniales desarrolladas entre los siglos XVII y XX para que los niños europeos no olvidaran sus orígenes y no se mezclaran con las poblaciones nativas de las colonias.

Incluso pretender que existe un solo cristianismo es otra falacia: el cristianismo ortodoxo, el romano, el protestantismo en sus múltiples ramas y las teologías de la liberación –aunque en menor medida- han coexistido en Europa, a veces en conflicto, a veces en diálogo. Y también se han transformado, y no siempre por disputas teológicas, sino puramente políticas o económicas.

La ultraderecha no defiende lo europeo ni lo estadounidense ni lo occidental ni nada más que la incultura, la melancolía por un pasado que no existió y políticas que, de llevarse a cabo, nos harían retroceder décadas. Algunos de sus líderes, en un lamentable ejercicio selectivo, mencionan versículos de la Biblia para condenar la homosexualidad, pero jamás desprenden amor en ninguna de sus palabras. Yo me pregunto qué proyecto tienen para los millones de miembros de la comunidad LGTB que viven en Europa, si mantienen ese discurso para sus familiares homosexuales y si ese radicalismo no los emparenta más con el islamismo que con lo cristiano. En realidad, su discurso moral y político es el pretexto para desatar su maldad, porque carecen del coraje para admitir que lo único que defienden es el odio y la exclusión. Ah, y que las mujeres vuelvan a las cocinas y gocen de cierta visibilidad –con este gesto pretenden mostrar que no comparten la exclusión total que el islamismo reserva a las mujeres- , pero siempre con menos protagonismo que los varones, eso también les entusiasma. Lo llaman libertad y verdad, pero han redefinido estos términos para legitimar exclusión y jerarquía. Necesitan apoyarse en una autoridad absoluta como Dios porque el fanatismo religioso es lo único que puede justificar y restaurar sus jerarquías perdidas, privilegios heridos y órdenes sociales que se resisten a morir. Lo más alarmante y trágico de nuestro tiempo es que quienes antes llegaban al poder mediante golpes de Estado, lo hacen ahora de la mano de nuestros votos.

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