El gobierno de Israel ha llevado la retórica del odio a su punto más extremo. El propio primer ministro ha comparado a los palestinos con Amalek, el enemigo bíblico de Israel al que, según el libro del Deuteronomio, Dios ordena exterminar hasta el último hombre, mujer, niño y animal. Esta referencia no es casual ni un mero exabrupto religioso: es un mensaje político que busca justificar un castigo colectivo sin límites.
Amalek: el enemigo que debía ser borrado de la faz de la tierra
En la tradición judía, Amalek simboliza el mal absoluto, el adversario eterno. Según el Antiguo Testamento, los amalecitas atacaron a los hebreos cuando vagaban por el desierto y Yahvé ordenó a Saúl que no dejara vivo a ninguno de ellos. Mencionar hoy a Amalek en el contexto palestino es un acto de deshumanización deliberada: convierte a toda una población en un objetivo militar legítimo, al margen del derecho internacional.
El propio primer ministro ha comparado a los palestinos con Amalek, el enemigo bíblico de Israel al que, según el libro del Deuteronomio, Dios ordena exterminar hasta el último hombre, mujer, niño y animal.
El mesianismo sionista se alimenta de esta visión teológica. La identificación del pueblo palestino con Amalek no es solo un insulto, sino una licencia para matar. Y lo que es más preocupante: cuenta con el apoyo de la mayoría de la sociedad israelí. Encuestas recientes de la Universidad de Pensilvania revelan que un 82 % de los israelíes apoya la expulsión total de la población de Gaza y un 47 % justifica su exterminio.
Las advertencias de la ONU
No es la primera vez que la comunidad internacional denuncia el carácter racista del sionismo. En 1975, la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 3379, en la que se afirmaba que “el sionismo es una forma de racismo y discriminación racial”. Este texto fue derogado en 1991, como condición impuesta por Israel para participar en la Conferencia de Paz de Madrid. La revocación fue una victoria diplomática para el Estado hebreo, pero no cambió la realidad sobre el terreno: la colonización de Cisjordania se ha intensificado y el régimen de apartheid denunciado por organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional es hoy más evidente que nunca.
En el caso de Sabra y Chatila, la propia ONU aprobó en 1982 la Resolución 37/123, que calificó la masacre como un acto de genocidio. Durante tres días, las milicias falangistas libanesas, bajo la protección del ejército israelí, asesinaron a miles de refugiados palestinos indefensos. El entonces ministro de Defensa, Ariel Sharon, fue declarado “indirectamente responsable” por la Comisión Kahan israelí, aunque nunca fue juzgado.
Hoy, las comisiones de investigación de Naciones Unidas vuelven a acusar a Israel de crímenes contra la humanidad y de violar la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de 1948. El patrón se repite: bombardeos indiscriminados, bloqueo de alimentos, destrucción de hospitales y escuelas, desplazamientos forzosos.
Ciudadanos de segunda clase
Israel se autodefine como “Estado judío” desde su creación en 1948, cuando adoptó los principios sionistas formulados por Theodor Herzl en 1897. La Ley Básica del Estado-Nación del Pueblo Judío, aprobada en 2018, consolidó esta visión excluyente: solo los judíos tienen “derechos nacionales”, mientras que los dos millones de palestinos con ciudadanía israelí pasaron a ser oficialmente ciudadanos de segunda.
La discriminación es estructural. Apenas existen escuelas bilingües y los matrimonios mixtos están prácticamente prohibidos desde 2003, impidiendo que las parejas palestino-judías vivan juntas en el país. Esta separación legalizada perpetúa la segregación y deshumaniza aún más al pueblo palestino.
Gaza, laboratorio de la barbarie
En los territorios ocupados, la situación es todavía más grave. Antes del ataque de Hamás del 7 de octubre, Gaza ya era descrita por la ONU como “la mayor prisión a cielo abierto del mundo”. Hoy, tras casi un año de ofensiva militar, las imágenes muestran un territorio arrasado, con decenas de miles de muertos y millones de desplazados.
Convertir Gaza en un páramo y borrar la memoria de Palestina no traerá la seguridad de Israel: traerá décadas de odio y violencia.
El 79 % de los israelíes, según el Instituto Democrático de Israel, afirma que no le preocupa la suerte de los palestinos. Solo un 6 % pide un alto el fuego por motivos humanitarios. Para la mayoría, el fin de la guerra solo es deseable si sirve para liberar rehenes, no para alcanzar la paz.
Complicidad de la derecha española
Mientras tanto, la derecha española —desde el Partido Popular hasta Vox— guarda silencio o directamente respalda la política de exterminio de Netanyahu. Han convertido el apoyo incondicional a Israel en un signo de identidad ideológica, presentando cualquier crítica como antisemitismo. Sin embargo, defender el derecho internacional y denunciar crímenes de guerra no es antisemitismo: es una obligación ética y política.
España fue sede de la Conferencia de Paz de Madrid en 1991, un evento que se consideró entonces un paso histórico hacia la solución de dos Estados. Treinta y cuatro años después, la posibilidad de un Estado palestino es casi inexistente. Cada nueva colonia ilegal, cada demolición de viviendas y cada niño asesinado en Gaza alejan más la paz.
Barbarie con apariencia de civilización
La guerra y la economía de la destrucción han sustituido a la política como motores de la historia. Netanyahu, como Trump, se presenta como defensor de la civilización occidental, pero lo que ofrece es barbarie envuelta en discursos religiosos y securitarios (perteneciente o relativo a la seguridad). Convertir Gaza en un páramo y borrar la memoria de Palestina no traerá la seguridad de Israel: traerá décadas de odio y violencia.
El silencio cómplice de gobiernos y partidos que se dicen democráticos es un fracaso moral. Recordar a Amalek debería servir como advertencia sobre lo que ocurre cuando se demoniza a un pueblo entero. Sin embargo, en Israel se ha convertido en una orden de exterminio que legitima el genocidio. Y quienes callan ante ello, dentro y fuera de España, comparten la responsabilidad histórica de este crimen.
Documentación
Resolución 3379 (XXX), ONU, 10 de noviembre de 1975
Título completo: Eliminación de todas las formas de discriminación racial. (Naciones Unidas)
Algunos fragmentos literales:
“La Asamblea General … determina que el sionismo es una forma de racismo y discriminación racial.”
“Recordando también que … en la Declaración de México sobre la igualdad de las mujeres y su contribución al desarrollo y la paz, proclamada por la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer (celebrada en la Ciudad de México del 19 de junio al 2 de julio de 1975), la paz y la cooperación internacionales exigen el logro de nacional-liberación e independencia, la eliminación del colonialismo y neocolonialismo, la ocupación extranjera, el sionismo, el apartheid y la discriminación racial en todas sus formas …” (Ruhr-Universität Bochum)
Datos pertinentes:
- La resolución fue sometida a votación en la Asamblea General de la ONU el 10 de noviembre de 1975. (Informe del Consejo de Seguridad)
- Resultado: 72 votos a favor, 35 en contra, 32 abstenciones.
- Fue revocada el 16 de diciembre de 1991 mediante la Resolución 46/86.
Resolución 37/123, ONU, 16 de diciembre de 1982
Título: “La situación en Medio Oriente (Beirut, Líbano): Sabra y Chatila” (entre otros).
Fragmentos literales:
“1. Condena en los términos más fuertes la masacre a gran escala de civiles palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila situados en Beirut.”
“2. Decide que la masacre fue un acto de genocidio.”
Algunos otros puntos:
- Recuerda las resoluciones previas pertinentes (incluyendo la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, de 1948; los Convenios de Ginebra sobre la protección de personas civiles en tiempos de guerra; etc.).
- Manifiesta “consternación” ante la masacre y “reconociendo el horror universal” que ésta provocó.