Bajo los flashes de la Base de Torrejón, diecinueve menores palestinos llegan con diagnósticos graves y una historia común: la de una guerra que no cesa ni cuando callan las armas. Cada traslado simboliza un alivio y, a la vez, un fracaso: el de una comunidad internacional que cura fuera lo que no protege dentro.
Crisis sanitaria y evacuación humanitaria
España organiza su quinta operación de evacuación médica de menores desde Gaza, movilizando un complejo engranaje interministerial que involucra Defensa, Sanidad, Migraciones y Cooperación. En esta ocasión, 19 niños y niñas, junto a sus acompañantes, han sido trasladados desde la Franja para recibir atención especializada en hospitales españoles.
Los diagnósticos son elocuentes: traumatología por los efectos directos del conflicto, onco-hematología, cardiopatías congénitas, oftalmología, neurológicas. En otras palabras: la vida civil pulverizada.
La operación ilustra la capacidad logística y el compromiso humano, pero también pone en primer plano lo que ocurre cuando un sistema sanitario afronta una guerra sin visos de pausa: la evacuación es el remedio, el bombardeo es la enfermedad.
La ofensiva que desmonta la vida sanitaria
En Gaza, asegura la Organización Mundial de la Salud y múltiples informes, los hospitales —que deberían ser espacios de protección— están bajo ataque, sin combustible, sin suministros básicos. El resultado: servicios paralizados, pacientes trasladados bajo fuego, médicos atrapados en edificios sitiados.
Pese a ello, la retórica que acompaña a las operaciones de rescate sigue presentándolas como iniciativas aisladas, cuando en realidad son la punta visible de un colapso estructural. Arrojar 19 niños a nuestra atención no redime las políticas que permiten que miles más estén sin posibilidad de tratamiento.
Aquí la palabra genocidio —empleada por diversas instituciones— deja de ser alegórica y se instala como diagnóstico sanitario: una población indefensa, privada de acceso a la salud, bajo bombardeo y bloqueo.
Solidaridad y contradicción diplomática
España, al aceptar estas evacuaciones, cumple una obligación humanitaria. Pero el gesto esconde una contradicción: se rescata individualmente cuando la muerte y la enfermedad acechan colectivamente. El Gobierno ha anunciado medidas contra el orden militar israelí, vetos logísticos y ampliación de la ayuda, pero la evacuación sistemática continúa siendo la vía de salvación en una guerra que no se reduce a cifras.
Los menores que aterrizan en Madrid, Zaragoza o Barcelona llegan con vida gracias al esfuerzo español. Pero lo hacen también gracias al hecho de que el sistema palestino de salud quedó desmantelado por la ofensiva. Traerlos es correcto; el imperativo es también detener lo que causa su salida.