Chile vota entre dos candidaturas y varias derechas enfrentadas

La fragmentación en los extremos y el ascenso de Kast anticipan un escenario latinoamericano que España conoce bien

17 de Noviembre de 2025
Actualizado a las 11:12h
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Chile vota entre dos candidaturas y varias derechas enfrentadas

Las elecciones chilenas han confirmado el avance de la ultraderecha y, a la vez, han expuesto su fractura interna. Jeannette Jara se impuso con un margen ajustado, pero el verdadero dato está en el reparto del voto entre Kast y Kaiser, dos candidatos que compiten por hegemonizar un relato que Chile ya ha escuchado demasiadas veces. La escena recuerda, por su composición y su retórica, la que la ultraderecha española intenta apuntalar aquí desde hace años, con un discurso que explota el miedo y el conflicto social como única oferta política.

Un país partido en dos extremos que tampoco se reconocen entre sí

Los resultados han mostrado un país dividido, pero no exactamente en el clásico eje izquierda–derecha. La segunda vuelta será entre Jara y Kast, sí, aunque el verdadero desplazamiento político está en la disputa dentro del propio campo conservador. Dos derechas duras compitiendo por quién administra mejor el miedo. Kaiser y Kast suman casi un 40% de los votos, pero lo hacen desde registros distintos: uno más desatado, otro envuelto en una aparente moderación que se evapora al revisar su programa.

España conoce ese patrón: dos formaciones que, lejos de disputarse el centro, pelean por la exclusividad del antagonismo. Vox lleva años ensayando ese papel, con Abascal insistiendo en que cualquier matiz es una traición y que solo él encarna la versión “auténtica” de la derecha. La noche electoral chilena sonó a ecos familiares: advertencias apocalípticas, apelaciones a un orgullo nacional presuntamente secuestrado y la promesa de restaurar orden mediante fórmulas que ya fracasaron allí donde se aplicaron.

Kast no habló de propuestas complejas ni de reformas estructurales. Habló de “las ruinas del país” y de “la decadencia provocada por la izquierda”, una fórmula tan gastada como eficaz en contextos de incertidumbre. Lo mismo que repite Abascal aquí cuando proclama que España vive “una emergencia nacional permanente”, incompatible con los datos, pero compatible con su necesidad de afianzar lealtades a base de sobresaltos.

La derecha chilena se une para bloquear, no para gobernar

El rápido cierre de filas en torno a Kast lo confirma: las derechas fragmentadas solo encuentran puntos de encuentro cuando se trata de impedir que gobierne la izquierda. Kaiser, que se había pasado meses acusándolo de tibio, tardó minutos en alinearse tras él. Matthei, representante de la derecha tradicional, también. Todos sellados bajo la fórmula del miedo al comunismo, tan útil como vacía. El propósito no es un programa de gobierno; es un cordón sanitario invertido.

En España, el funcionamiento es idéntico. Vox puede pasar meses desautorizando al PP, pero cuando llega la oportunidad de bloquear políticas progresistas, la disciplina se impone. Es la misma lógica que permitió que gobiernos autonómicos quedaran atrapados en la presión de una minoría ruidosa que condiciona los contenidos y los tiempos. El voto de extrema derecha no se conforma con influir: exige someter al conjunto del espacio conservador.

Kast, Kaiser, Matthei y sus equivalentes aquí comparten un rasgo: no compiten por el país, compiten por la narrativa. Cuanto más estremecida, más útil.

Una izquierda que avanza, pero rodeada de un ruido tóxico

La victoria de Jara no es menor. Superó a todas las candidaturas conservadoras y lo hizo pese a un clima político donde se da por sentado que la izquierda solo puede perder. Su campaña evitó la estridencia que caracteriza a sus adversarios y apostó por un tono técnico, casi a contracorriente de la época. En un país donde la violencia ha sido determinante, su apelación a la calma es un gesto político de primer orden.

Lo que enfrenta ahora no es solo a Kast. Es a un entramado mediático y político que, de aquí a diciembre, insistirá en identificar su candidatura con cada miedo acumulado en la sociedad chilena. La táctica es conocida: desdibujar cualquier propuesta social y centrar el debate en un dilema de seguridad. El ruido siempre eclipsa lo razonado, que es precisamente lo que busca la derecha extrema.

En España, Abascal repite cada semana este guion: si el debate deriva hacia salarios, vivienda o igualdad, responde con inmigración, muros o un supuesto desorden social que nunca termina de concretarse. Kast ha hecho lo mismo: cárceles de máxima seguridad, militarización de barrios, muros fronterizos de cinco metros. Todo ello sin un solo análisis de eficacia o coste. Es un discurso sin país; solo con fronteras.

El voto dividido en los extremos

La peculiaridad de esta elección no está solo en quién pasa a segunda vuelta, sino en cómo ha quedado repartido el voto radical. Kaiser, Kast y Parisi han captado casi la mitad de los sufragios emitidos, pero lo han hecho desde registros distintos: libertarianismo agresivo, ultracatolicismo y populismo digital. Tres rostros de un malestar que se expresa sin proyecto, únicamente con rechazo.

Este mosaico se parece demasiado al que aquí ha intentado tejer la ultraderecha española. Vox busca ser hegemónico en la protesta, pero la protesta no es propiedad de nadie y, cuando se abre la compuerta, pueden aparecer perfiles incluso más radicales que los que Abascal intenta representar. Chile es un recordatorio: la extrema derecha puede crecer, pero su crecimiento viene fracturado. Lo que no evita que sus agendas se impongan sobre la derecha clásica, a menudo paralizada ante su empuje.

El riesgo no es solo quién gane, sino quién define el marco

De cara a la segunda vuelta, Kast lleva ventaja por la suma aritmética de las derechas. Pero el marco ya lo ha impuesto: seguridad, fronteras, orden. Jara solo podrá competir si consigue recentrar el debate en políticas públicas y en la necesidad de un Estado que no renuncie a reducir desigualdades. El reto será monumental, no por falta de argumentos, sino porque en la batalla política actual, quien marca el miedo marca la agenda.

España observa este proceso desde una cercanía incómoda. El discurso que allí se oye —el del agravio perpetuo, la patria amenazada y la sospecha como brújula política— es el que aquí resuena cada día desde la extrema derecha. Y aunque los contextos no son idénticos, el mecanismo es idéntico: convertir el malestar legítimo en una herramienta de demolición institucional.

Si Chile decide frenar a Kast o no es algo que se sabrá en diciembre. Pero el ensayo general ya ha tenido lugar y sus ecos viajan rápido. España no es ajena a ese ruido. Lo conoce, lo padece y lo debate cada semana en su propio Parlamento. Y conviene leer la escena chilena con la serenidad de quien sabe que el voto extremo no es un fenómeno ajeno, sino un espejo de lo que también se dirime aquí: si la política puede seguir siendo un espacio de soluciones o si se renuncia a ella para convertirlo todo en un campo de sospechas.

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