Wifredo Lam, el visionario que reinventó el arte moderno desde la mezcla, el exilio y la memoria

Una gran retrospectiva rescata la fuerza de un creador que desafió al colonialismo y unió espiritualidad, política y vanguardia para transformar la mirada del siglo XX

22 de Noviembre de 2025
Actualizado el 24 de noviembre
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Wifredo Lam
Wifredo Lam

A mediados del siglo pasado, cuando la pintura occidental parecía encaminarse hacia un canon cerrado y autorreferencial, un artista nacido en una pequeña ciudad del Caribe irrumpió para desordenarlo todo. Wifredo Lam, hijo de un inmigrante chino y de una cubana de ascendencia africana, transformó la modernidad pictórica introduciendo mundos que los centros del poder cultural no estaban preparados para ver: la profundidad de las espiritualidades afrodescendientes, la energía del trópico, la violencia del colonialismo y el vértigo del mestizaje. Su obra, hoy revisitada en una de las mayores exposiciones dedicadas a él en el Museum of Modern Art de Nueva York, vuelve a sacudir las certezas desde las que se contó durante décadas la historia del arte del siglo XX.

Wifredo Lam. La Guerra Civil (The Spanish Civil War). 1937. Gouache on paper mounted on canvas
Wifredo Lam. La Guerra Civil (The Spanish Civil War). 1937. Gouache on paper mounted on canvas

Guerra Civil

La trayectoria de Lam no puede entenderse sin el movimiento: viajó entre continentes, vivió guerras, sobrevivió a pérdidas personales y atravesó exilios que marcaron su espíritu y su pincel. Marchó muy joven a España para formarse en la tradición académica, pero ese primer paso fuera de Cuba abrió una vida errante que le llevaría a convivir con la vanguardia parisina, a luchar contra el fascismo y, finalmente, a regresar a una isla que ya no era la que había dejado atrás. Esa experiencia fragmentada, a medio camino entre culturas y lenguajes, se convirtió en la materia prima de su obra.

Lam conoció de cerca la devastación de la Guerra Civil española, una experiencia que le sacudió tanto política como estéticamente. Sus primeras obras abiertamente comprometidas surgieron en un entorno marcado por la violencia y la precariedad, pero también por la efervescencia intelectual: poetas, pintores, militantes y exiliados coincidían en los mismos cafés, en los mismos talleres, discutiendo sobre el futuro de Europa mientras la barbarie avanzaba. En ese caldo de cultivo, el cubano empezó a buscar una forma de representar la brutalidad sin caer en lo descriptivo y de expresar la dignidad sin recurrir al academicismo.

París

El salto a París le permitió entrar en diálogo con los grandes nombres de la época. No se dejó arrastrar por ninguna corriente, aunque conversó con surrealistas y vanguardistas. A diferencia de muchos artistas europeos que imitaban motivos africanos desde una distancia colonial, Lam se propuso devolver a esos símbolos el sentido que tenían en su lugar de origen. Su objetivo no era apropiarse de un imaginario, sino restituirlo. Y ahí estaba una de sus claves: convertir en arte moderno lo que durante siglos había sido marginado, despreciado o folclorizado por el canon occidental.

Wifredo Lam. Femme violette (Woman in Violet). 1938. Gouache on paper laid down on panel
Wifredo Lam. Femme violette (Woman in Violet). 1938. Gouache on paper laid down on panel

Cuando regresó a Cuba tras casi dos décadas fuera, encontró un país atrapado en desigualdades económicas y raciales profundamente arraigadas. El impacto fue tan fuerte que su pintura dio un giro radical. Empezó a crear figuras híbridas, seres que no eran humanos ni animales ni espíritus, sino una mezcla vibrante que desafiaba cualquier categoría. La naturaleza se convirtió en escenario y protagonista; la vegetación, en un pasaje cargado de memorias. Lam asumió entonces que pintar, para él, era un acto político y emocional: un modo de señalar lo que el colonialismo había intentado borrar y una forma de recordarse a sí mismo quién era en un mundo que lo empujaba a fragmentarse.

Religiones afrocubanas

Una de las influencias más profundas en esa etapa fue el contacto íntimo con las religiones afrocubanas, que había conocido desde la infancia a través de una madrina que ejercía como sacerdotisa. En un momento histórico en el que estas prácticas eran estigmatizadas y perseguidas, la presencia de esos símbolos en su obra resultaba tan audaz como incómoda para ciertos observadores. Lam no las representaba como elementos exóticos, sino como sistemas de conocimiento y supervivencia. Introdujo sus materiales rituales, sus figuras protectoras y sus paisajes espirituales en composiciones que reclamaban su dignidad cultural.

En esos años nacieron los lienzos que marcaron su nombre en la historia del arte del siglo XX. Obras donde se mezclan la noche tropical, la memoria ancestral y los temblores del exilio. Cuadros que no buscan ser entendidos de un vistazo, sino inquietar, descolocar, obligar a mirar más despacio. Cuando algunos críticos de la época le reprochaban que su pintura era “difícil”, Lam no se inmutaba: sabía que sus figuras trastocaban la mirada porque ponían en el centro culturas que el arte europeo había relegado a sus márgenes.

A partir de entonces, Lam se convirtió en un puente. Conectó a escritores caribeños y latinoamericanos con artistas europeos. Ilustró textos fundamentales de la poesía anticolonial. Trabajó en distintos países sin dejar de tener un pie en su isla. Fue un creador transnacional antes de que la palabra se pusiera de moda. Y, sobre todo, abrió las puertas a generaciones posteriores que encontraron en su legado una forma de entender el arte como territorio de resistencia.

Wifredo Lam, Installation view of “When I Don’t Sleep, I Dream” at The Museum of Modern Art, New York, 2025. Photo by Jonathan Dorado. Courtesy of the Museum of Modern Art
Wifredo Lam, Installation view of “When I Don’t Sleep, I Dream” at The Museum of Modern Art, New York, 2025. Photo by Jonathan Dorado. Courtesy of the Museum of Modern Art

Gran retrospectiva

La gran retrospectiva que ahora recorre su carrera no solo exhibe sus lienzos más emblemáticos, sino que permite ver cómo su obra evolucionó sin perder nunca la brújula ética que lo guiaba: denunciar el abuso de poder, honrar la memoria de los pueblos oprimidos y convertir lo cotidiano en un espacio cargado de misterio. Lam buscó durante toda su vida un lenguaje capaz de nombrar lo que el orden colonial había intentado silenciar. Y lo hizo con una modernidad que no imitaba a Europa, sino que la ampliaba.

Su influencia sigue viva: en la pintura contemporánea, en la reflexión sobre la diáspora, en la crítica a los relatos hegemónicos del arte. Hoy, su nombre resuena como el de un creador que supo transformar su dolor, sus desplazamientos y su herencia en un imaginario que aún interpela a un mundo que sigue lidiando con desigualdades y heridas coloniales.

Wifredo Lam no pintó para complacer. Pintó para despertar. Y esa es, quizá, la razón por la que su obra continúa respirando con tanta fuerza.

 

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