Domingo, 19 de octubre, 9:30 de la mañana. El Louvre acababa de abrir cuando cuatro personas encapuchadas accedieron al primer piso del museo parisino con ayuda de un montacargas colocado en la fachada que da al Sena. En apenas siete minutos, cortaron una ventana con una radial, entraron en la célebre Galería de Apolo, rompieron dos vitrinas y se llevaron ocho piezas de valor histórico incalculable. Huyeron en dos motos. En la huida dejaron atrás una novena joya: la corona de la emperatriz Eugenia, hallada después dañada en las inmediaciones.

Las autoridades francesas cerraron el Louvre por “razones excepcionales” para preservar indicios. No hubo heridos. El caso lo investiga la Brigada de Represión del Bandidaje (BRB) de la Policía Judicial, con apoyo de la oficina especializada en tráfico de bienes culturales (OCBC, por sus siglas en francés). La Fiscalía de París habla de robo en banda organizada y moviliza a decenas de agentes.
Qué se han llevado
El botín son ocho joyas asociadas a la historia de las monarquías francesa y napoleónica, expuestas en la Galería de Apolo, un espacio de 60 metros de largo decorado por Le Brun y Delacroix donde se muestran los llamados “joyeles de la Corona”. Entre las piezas sustraídas figuran:
- una diadema de las reinas María Amelia y Hortensia;
- un collar y un pendiente —uno de la pareja— del conjunto de zafiros de esas mismas reinas;
- un collar de esmeraldas de la parure (juego) de María Luisa, segunda esposa de Napoleón I;
- un par de pendientes de esmeraldas del mismo conjunto;
- una brocha denominada “relicario”;
- un gran lazo de corsé de la emperatriz Eugenia;
- y otra diadema de la propia Eugenia de Montijo.
La corona de Eugenia —13 centímetros de alto y 15 de ancho, con 1.354 diamantes, 1.136 rosas y 56 esmeraldas— fue localizada después, con daños. El célebre “Régent”, el diamante de 140 quilates que es emblema de la colección, no fue sustraído.

Cómo actuaron
Según la primera reconstrucción, dos personas llegaron en una furgoneta equipada con un montacargas y otras dos en un potente scooter. Con la plataforma elevaron a la banda hasta una ventana del primer piso. Con una radial (una sierra de disco eléctrica) cortaron el cristal, accedieron a la Galería de Apolo y, usando la misma herramienta, abrieron las vitrinas seleccionadas. Amenazaron a los vigilantes con las radiales para evitar intervención. El golpe duró siete minutos de reloj. Al marcharse, bajaron por el mismo montacargas y huyeron en dos motos. En la escena, la policía recuperó dos radiales, un soplete, gasolina, guantes, un walkie, una manta y la corona dañada.
Por qué importa
Porque no hablamos de un robo “de joyas” al uso, sino de piezas con biografía: objetos que han pasado por cabezas y cuellos de reinas y emperatrices y que cuentan, a su manera, la historia política y cultural de Francia. Su “valor incalculable” no viene solo de las piedras preciosas, sino del patrimonio que representan. Venderlas completas es casi imposible sin levantar sospechas; desmontarlas para revender las gemas —el temor de muchos expertos— haría mucho más difícil su recuperación y supondría una pérdida irreparable para el relato histórico.
Reacciones y política de seguridad
El ministro del Interior, Laurent Nuñez, calificó el golpe de “muy importante” y subrayó que los autores parecen “muy experimentados”. La ministra de Cultura, Rachida Dati, habló de la “vulnerabilidad” de los museos y recordó que se había solicitado una auditoría de seguridad para el Louvre. La dirección del museo, por su parte, defendió que el personal siguió el protocolo: prioridad a la protección del público y a avisar a las fuerzas de seguridad.

No tardaron en llegar reacciones políticas que aprovecharon el impacto simbólico: desde quienes hablan de “humillación” nacional a quienes reclaman reforzar plantillas y medios. Sindicatos del museo llevan tiempo alertando de falta de personal de vigilancia. El debate no es nuevo: proteger un complejo de 73.000 m² que expone 35.000 obras es un reto logístico y tecnológico continuo.
Un objetivo repetido, un método que se perfecciona
No es la primera vez que un museo parisino sufre un golpe de este tipo. En 1998, una obra de Camille Corot fue robada del propio Louvre a plena luz del día y nunca apareció. En 2024, el Cognacq-Jay fue asaltado por encapuchados que rompieron vitrinas con hachas. La diferencia ahora es el impacto mundial de atacar el Louvre y, sobre todo, la precisión: siete minutos, herramientas específicas, ventana elegida, vitrinas concretas. Todo sugiere varias visitas previas de reconocimiento y un plan de huida cronometrado.
A corto plazo, dos frentes. El policial: revisar cámaras internas y externas, rutas de escape, herramientas abandonadas y comunicaciones; cotejar huellas y ADN; vigilar puertos, fronteras y mercados negros; activar alertas internacionales para impedir la salida y venta de piezas. Y el de conservación y seguridad: evaluar daños, reparar vitrinas, reforzar controles de acceso y sensores, revisar protocolos y, si procede, redistribuir obras más sensibles.

A medio plazo, el Louvre tiene sobre la mesa un plan de renovación que contempla nuevas entradas, mejoras de seguridad y un rediseño de flujos de visitantes hasta 2031. El reto será equilibrar la experiencia del público —más de nueve millones de personas al año— con una protección que se adapte a bandas cada vez más profesionales.
Claves para entender el caso (sin tecnicismos)
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Montacargas: plataforma elevadora que permite subir materiales o personas a distintas alturas desde la calle. Aquí se usó para llegar a una ventana del primer piso.
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Radial: sierra circular eléctrica capaz de cortar metal o vidrio de seguridad. Sirvió para abrir una ventana y las vitrinas.
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BRB y OCBC: unidades policiales francesas especializadas en grandes robos y tráfico de arte. Coordinarán la investigación con la Fiscalía.
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Valor “inestimable”: no es una forma de hablar; significa que el precio de mercado no refleja el valor histórico y cultural. Aunque contengan miles de diamantes, su importancia patrimonial es lo que cuenta.
Una herida simbólica… con lecciones prácticas
El Louvre no es solo un museo: es un símbolo global. Por eso este robo duele más allá de sus paredes doradas. Pero también deja pistas: la rapidez y el método obligan a repensar ventanas, accesos, sensores sonoros y visuales, y la ratio de vigilantes por sala. Y recuerda algo básico: ninguna vitrina es inexpugnable si la organización, la prevención y los recursos humanos no acompañan.
Mientras avanza la investigación, el mensaje clave es doble: recuperar las piezas —enteras— cuanto antes, y cerrar las grietas que este golpe ha dejado al descubierto. La cultura es memoria material; protegerla no es un lujo, es un deber público.
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