La Fundación MAPFRE inaugura en su Sala Recoletos la primera gran retrospectiva de Raimundo de Madrazo y Garreta (1841-1920), uno de los pintores españoles más refinados de la Belle Époque, cuya obra fue eclipsada por el auge de los impresionistas y la llegada de los movimientos de vanguardia. La exposición, coproducida con el Meadows Museum de Dallas, reúne más de un centenar de obras que recorren toda su trayectoria, desde sus primeros estudios hasta los retratos más exigentes de la alta sociedad europea y americana.

El peso de un apellido y la huida a París
Heredero de la saga más influyente de la pintura española del siglo XIX, Raimundo nació en Roma y fue hijo de Federico de Madrazo, director del Museo del Prado, y nieto de José de Madrazo, destacado pintor neoclásico. Desde niño respiró un ambiente artístico privilegiado, con acceso directo a los grandes maestros del Prado y la tutela de su familia. Sin embargo, a los veinte años tomó una decisión que marcaría su vida: se trasladó a París para continuar su formación y nunca regresó a España.

Este alejamiento le permitió liberarse de la sombra familiar y de la pintura historicista que dominaba en su país. París, en plena Belle Époque, le ofreció un escenario cosmopolita donde desarrolló un estilo preciosista, centrado en la pintura de género y el retrato, y que pronto le abrió las puertas de los salones más distinguidos y de clientes internacionales.
El triunfo en la escena parisina
En la capital francesa, Raimundo consolidó su reputación con obras de género, retratando interiores domésticos y escenas cotidianas con un virtuosismo en el color y la composición que pronto llamó la atención de la alta sociedad. La Exposición Universal de 1878 fue su consagración: presentó 14 obras y recibió una medalla de Primera Clase junto con la Cruz de Caballero de la Legión de Honor. A partir de entonces, su atelier se convirtió en punto de peregrinación para aristócratas, magnates y actores europeos y americanos.

Su estilo, caracterizado por la minuciosidad en la textura de las telas, la precisión en las carnaciones y el detallismo de los gestos y la gestualidad, lo convirtió en uno de los retratistas más cotizados del momento. Entre sus modelos se encuentran la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, miembros de la Casa de Alba, la actriz María Guerrero y numerosos aristócratas europeos y estadounidenses.
Aline Masson: la musa invisible
Una de las figuras más recurrentes en la obra de Madrazo fue Aline Masson, modelo y, según diversas fuentes, confidente e incluso amante del pintor. Su biografía sigue siendo un misterio, pero su presencia se siente en decenas de composiciones. Desde "Aline de azul" hasta "Felicitación de cumpleaños", Masson representa el ideal de mujer elegante, ensimismada y sofisticada que caracterizó buena parte de la pintura de Madrazo. La exposición dedica una sala completa a la modelo, que simboliza la feminidad y la sociedad parisina que el artista supo retratar con maestría.

La nonchalance y el arte de la vida cotidiana
Madrazo se movió en un terreno que sus contemporáneos denominaron “nonchalance”: escenas de indolencia, tertulias, fiestas, paseos y escenas domésticas de mujeres de clase alta que ya no estaban atadas a las labores del hogar gracias a sirvientes y nodrizas. Sus obras, como "Salida del baile de máscaras" o "Baile de disfraces en París", muestran un virtuosismo fotográfico en la captura de miradas, gestos y detalles anecdóticos, situando al espectador dentro de la escena con precisión y elegancia.
El pintor también supo integrar desnudos y temas historicistas con una delicadeza que sugería sensualidad sin romper la formalidad académica. La afrenta de Corpes y otros cuadros muestran cómo Madrazo utilizaba la historia como pretexto para explorar la belleza del cuerpo femenino, un recurso que, junto a sus retratos, evidenció su virtuosismo técnico y su sensibilidad estética.

El triunfo y el olvido para el gran público
A pesar de su éxito, la irrupción de los impresionistas y el auge de la modernidad artística relegaron a Madrazo del gran público, aunque no de los amantes del arte. Desde hace décadas su figura ha sido recuperada por los principales museos españoles y extranjeros, incluido el Museo del Prado. Su defensa del preciosismo, el retrato refinado y la tradición académica quedó fuera del gusto de la crítica de la época, que buscaba romper con los cánones del pasado. En vida fue testigo de cómo Picasso, los fauvistas y otros movimientos desbordaban el arte convencional, mientras él se mantenía fiel a un estilo que le proporcionaba fortuna y reconocimiento entre la alta sociedad, pero le negaba el favor de la crítica posterior.
Entre 1897 y 1920, Raimundo mantuvo una carrera transatlántica, desplazándose entre París y Estados Unidos para atender la demanda de su clientela americana, consolidando así su fama como retratista cosmopolita. Murió en Versalles a los 79 años, rodeado de lujo y del aura de un tiempo que había sabido capturar con sus pinceles.

Una retrospectiva que lo devuelve al presente
La exposición de Fundación MAPFRE, que incluye obras de museos internacionales y colecciones privadas, permite redescubrir a un artista injustamente olvidado. La muestra, comisariada por Amaya Alzaga, reconstruye su carrera, desde los primeros trabajos de historia hasta los retratos más emblemáticos, pasando por escenas costumbristas y composiciones menores que muestran su técnica impecable y su visión del mundo.
"Madrazo fue un defensor del saber pintar y del virtuosismo", afirma Alzaga, "y aunque la historia lo dejó de lado, su obra sigue siendo un testimonio excepcional de la elegancia y los modos de la Belle Époque". La retrospectiva estará abierta hasta el 18 de enero de 2026 y viajará posteriormente al Meadows Museum de Dallas, reforzando el reconocimiento de un pintor que supo conjugar tradición, refinamiento y éxito internacional, pero que fue sepultado por la modernidad.